08 may. 2025

Ingratitud hacia las cuerdas mágicas

Nació hace 140 años y hace un siglo decidió abandonar definitivamente el país, para no regresar más que en el recuerdo de quienes buscan seguir cultivando el estilo inigualable que surgió de sus cuerdas y derramó su impronta en países de América y Europa, haciendo gala de lo mejor de la música clásica.

La tesis de su llegada al mundo en San Juan Bautista (Misiones) enfrenta a quienes aseguran fue en Villa Florida (mismo departamento); pero más allá de su origen, el inmenso legado del eximio guitarrista Agustín Pío Barrios, Mangoré o Nitzuga, como pidió que se le comenzara a llamar cuando alcanzó la fama mundial, no siempre es correspondido ni se dimensiona el alcance ni la profundidad hasta donde llegaron sus composiciones o su interpretación en esa guitarra mágica que le acompañó hasta sus últimos días.

Mientras Paraguay, en general, padece de cierta amnesia y le resulta cuesta arriba el reconocimiento verdadero a una de sus figuras máximas como embajador cultural, El Salvador –país que eligió para pasar sus últimos años– le llenó de honores, le puso al frente del máximo conservatorio de guitarra clásica en su territorio y, al fallecer el gran artista, su tumba fue declarada patrimonio nacional.

Ayer fue la fecha recordatoria de su nacimiento. Le honraron otros grandes guitarristas paraguayos, como Cayo Sila Godoy y Felipe Sosa; lo sigue haciendo Berta Rojas en algunas de sus interpretaciones que homenajean el alma vibrante de la tierra, traducida en las llamadas “cuerdas de plata” de su instrumento; y de las cuales surge el sonido telúrico que describe la idiosincrasia nacional, pero con un estilo académico, erudito, como solo Barrios pudo impregnar en el pentagrama que guarda sus composiciones.

No por nada fue apodado “El inalcanzable” por el gran compositor brasileño Heitor Villa-Lobos; y en los conservatorios del mundo, allí donde la guitarra clásica tiene su sitial de relevancia, es imprescindible el estudio de su obra a la par de otras luminarias que brindaron al instrumento el pedestal insustituible.

El concertista clásico australiano John Williams, el guitarrista inglés Richard Durrant, además del ex integrante de The Police, Andy Summer, plasman en su discurso y en sus interpretaciones un invariable respeto y se perciben apreciadores de la obra cumbre mangoreana, puesto que no dudaron un segundo en visitar Paraguay e ir hasta la cuna de Barrios, con el fin de conocer de qué rincón sudamericano fue catapultado el genio que legó al mundo obras como La Catedral, Ha che valle, Las abejas, Julia Florida o Un sueño en la floresta.

El reflejo de esa admiración internacional contrasta con la realidad expuesta en su San Juan original, en la casa donde aseguran nació: Solo puede observarse cierto abandono y casi nula inversión para que se convierta en verdadero templo de culto, ya que el encargado del recinto menciona no tener los recursos necesarios para ampliar la oferta de opciones y que una visita al sitio resultase de mayor interés.

Una modesta sala de lecturas, exposición de algunos utensilios de época, espacios de pobre conservación y cuadros del genial artista, reciben al visitante, a quien se le brinda la opción de contribuir con lo que pueda para la mantención de lo que podría catalogarse arriesgadamente un museo. Indefectiblemente, quien anhela acercarse a esos vestigios y seguir cultivando la fascinación por su figura y legado, queda con sabor a poco, porque parece ser iniciativa de meros románticos sin casi apoyo estatal.

Y como siempre ocurre con esta y otras insignes luces del firmamento artístico, el Estado va desdibujando paulatinamente su rol de conservación y revalorización de la memoria hacia quienes aportan talento y maestría; mientras una niebla de olvido envuelve a las grandes composiciones y las nuevas generaciones ni llegan a saber que un verdadero mago de la guitarra surgió de ese mágico rincón misionero.

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