27 jun. 2025

Hacer historia o pasar a la historia

Por Bruno Vaccotti

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Una oportunidad que no se presenta todos los días y que, si no se comprende bien, podría desvanecerse por puro desentendimiento. Estamos hablando del uso eficiente de la energía. No se trata solo de cables, turbinas y generación: temas que, aunque cada vez ocupan más espacio en las discusiones públicas, parecen generar más confusión que entendimiento. Hablar de energía es hablar de poder, desarrollo, soberanía económica. Es dejar de exportar riqueza a precio marginal para empezar a construir un país protagonista en la revolución digital global.

Durante décadas, hemos comercializado nuestros excedentes energéticos a precios irrisorios. Energía que podría haber generado industria, empleo y tecnología simplemente cruzó la frontera. Hoy, eso puede cambiar. La aparición de industrias como la minería de Bitcoin y los centros de datos intensivos en energía ha abierto una puerta que antes no existía: la posibilidad de transformar electricidad en desarrollo económico, sin intermediarios, sin dependencia externa, sin pedir permiso. La inauguración de la subestación Valenzuela se erige como la obra de infraestructura eléctrica más relevante de las últimas tres décadas, permitiendo a Paraguay distribuir su energía de forma más eficiente.

La minería de Bitcoin es una actividad profundamente técnica, pero fácil de entender si se explica bien. Imaginemos miles de computadoras programadas para una sola tarea: encontrar una combinación secreta que les permita validar un bloque de transacciones y recibir una recompensa. Esa recompensa no es infinita: son 450 bitcoins diarios a nivel global, repartidos entre todos los participantes de esta carrera. Y aquí aparece el primer gran error que muchos cometen: pensar que si duplicás tu inversión, duplicás tus ganancias. No es así. Porque el pastel es uno solo. Cuantos más comensales se suman a la mesa, más pequeño es el pedazo que le toca a cada uno.

Entonces, ¿por qué seguir apostando a esta industria? Porque Paraguay tiene algo que muchos países no tienen: energía disponible, limpia y abundante. Hoy, los centros de minería que operan con ANDE pagan en conjunto más de un millón de dólares diarios por el uso de la energía. ¿Cuánto deja esa misma energía cuando se vende a Brasil? Un tercio. Esa diferencia no es menor: significa más inversión local, más empleos, más infraestructura, más impuestos, más país. Los únicos que pueden ver con buenos ojos la venta de nuestra energía al extranjero son los mismos países que la compran. La energía es progreso; es lo que permitió que las grandes economías avanzaran hace más de un siglo y medio. Producir algo tan valioso para exportarlo como materia prima es una falta de amor propio.

Pero esto va más allá de Bitcoin. Porque si bien los centros de datos para inteligencia artificial tienen otras exigencias —refrigeración avanzada, mínima latencia, conectividad de alta capacidad y redundancia—, también es cierto que Paraguay puede, desde ya, ofrecer infraestructura para el entrenamiento de modelos de lenguaje, machine learning y deep learning. No es ciencia ficción. Es una posibilidad concreta, que ya observan con interés empresas internacionales.

¿Y qué hemos hecho hasta ahora? Se recuperaron más de 900 MW antes malvendidos, se atrajo a gigantes globales como MARATHON, BITFARMS y HIVE, se generaron más de 1.000 empleos bien remunerados, y la ANDE pasó de ingresos marginales a recibir cerca de USD 290 millones anuales solo gracias a la industria de minería de activos digitales. Y esto es solo el comienzo. Si se articula una estrategia nacional —con buena conectividad, seguridad jurídica, incentivos para la generación privada y tarifas competitivas en horas valle— ese número podría escalar a USD 1.000 millones anuales en menos de tres años.

En una carrera global por la energía, la duda o la indecisión pueden hacer que un país con todo el potencial quede excluido del circuito. Hay quienes aún no comprenden que esto no es un juego menor. Estamos hablando de soberanía energética y tecnológica. Dejar atrás las discusiones extorsivas sobre cuánto están dispuestos a pagar nuestros vecinos por nuestra energía. Tenemos la capacidad de dejar de ser un país que exporta materia prima a precio de costo, para convertirnos en uno que agrega valor desde el primer voltio.

La pregunta es simple:
¿Seguimos regalando el poder de construir futuro a nuestros vecinos, o vamos a construirlo con nuestras propias manos y para nuestra gente?
Porque cuando la energía se queda en casa, también se queda el progreso.
Debemos decidir si queremos transformar la matriz económica del país o si vamos a seguir produciendo materia prima para que otros, más arriba en la cadena de valor, se lleven los mayores beneficios del fruto de nuestro trabajo.

Las excusas se agotan cuando todas las cartas están sobre la mesa.

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Por Cecilia Llamosas, PhD Experta en Energía y Tecnología.
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