28 jun. 2025

Fiesta del trabajo

Cuando faltan cinco pa las 12, no todos se preparan para brindar. En ese momento, hay quienes están trabajando por decisión propia, porque es la oportunidad para ingresar algún dinero extra a la economía familiar. Conozca las historias de quienes optaron por seguir con su labor mientras otros celebran.

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Por Carlos Darío Torres / Fotos: Fernando Franceschelli

Afinar el instrumento, preparar el sonido, bajar la banderita para indicar que el vehículo ya tiene un pasajero con ganas de llegar a algún lado o aprontar la parrilla. Labores rutinarias como otras, pero que nos resultan especiales cuando nos enteramos de que son realizadas por personas que decidieron pasar las fiestas trabajando.

No son pocos quienes se pierden los festejos de Nochebuena y Navidad con los parientes y se ven obligados a levantar las copas con compañeros trabajadores o a picar algún bocadito o trozo de pan dulce en medio de su labor.

Médicos, enfermeros, policías, músicos, despachantes de estaciones de servicios, taxistas, locutores de radio, animadores de fiestas, son algunos de los trabajadores que esperan la llegada de la Navidad o el Año Nuevo en compañía de sus colegas. Entre ellos están quienes deben trabajar en esas fechas obligadamente, porque salieron sorteados o porque no tienen quien los sustituya.

Pero están también los que pasan las fiestas alejados de sus seres queridos por decisión propia. No lo hacen por falta de ganas, sino porque el hecho de no compartir con ellos supondrá un ingreso de dinero adicional que terminará beneficiando a todos.

Es que el factor económico constituye una motivación con suficiente fuerza como para elegir laborar en días festivos, coinciden los que se inclinaron por esta opción. Es hora del brindis y de abrazos familiares, pero hay gente trabajando. Escuchemos algunas de sus historias.

Entre las cuerdas

Los instrumentos ya están guardados y a lo lejos todavía se escuchan los petardos, las explosiones, los estruendos y brillan las luces de colores que se mezclan y compiten con las estrellas en un estallido de policromía. Juan Pablo Martínez aguarda que el buen ambiente que su música creó sea reconocido con el pago por sus servicios.

Violinista virtuoso y de sólida formación profesional, Juan Pablo Martínez (28) es integrante de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) y también músico que ameniza acontecimientos. Sus clientes son empresas y particulares, y las ocasiones en las que demandan su participación pueden ser acontecimientos corporativos, bodas, cumpleaños de 15, aniversarios varios o fiestas de fin de año.

Las empresas y organizaciones predominan entre las que lo convocan para animar los festejos de Año Nuevo, y las familias y particulares son mayoría en Nochebuena. El repertorio, la cantidad y el tipo de instrumentos se conversa con anterioridad con el contratante.

“Lo usual es que nos pidan cuerdas especificando el tipo. Además, incorporamos teclado. Casi siempre conformamos un trío para presentarnos. En cuanto a los temas, depende del gusto del cliente.Tocamos folclore, baladas, música de películas, tango y también rock; nos piden Aerosmith, por ejemplo”, afirma Juan Pablo.

Puede pasar que alguien solicite que toquen algo fuera del repertorio y, si la pieza se encuentra entre las que conocen y ensayaron, los músicos cumplen con el pedido. Pero si no, explican a los clientes que el tema no se encuentra en la lista acordada. “Nunca hubo problemas en ese sentido; además, la gente es muy receptiva con nosotros”, asegura el artista.

La actuación básica dura una hora, que se puede hacer también en dos presentaciones de 50 minutos cada una. El precio mínimo, para un servicio tipo boda, es de G. 1.500.000 millón y si se trata de música ambiental, la tarifa es mayor. Al ser contratados, los músicos no suelen participar de los festejos navideños de las familias en cuyas viviendas tocan. “Nos arreglamos con la comida por nuestra cuenta”, revela el violinista.

¿Por qué prefieren trabajar a pasar las fiestas en familia? “La plata nunca sobra y además es un servicio que se necesita y me gusta hacerlo”, responde Juan Pablo. Él es soltero, pero confiesa que en el horizonte cercano hay una boda.

Preguntado si en el futuro su esposa va a aceptar pasar las fiestas sin él, contesta que no cree que tenga algún problema en ese sentido. “Ella siempre me apoya en mi trabajo, vamos a ver qué hacemos”. La vocación y la necesidad, juntas para quienes hacen que las fiestas navideñas y la Noche Vieja sean días laborables.

Taxi a la orden

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Revista Vida

La joven se acerca a la ventanilla y pregunta: "¿Podría llevarme hasta Santaní?”. Era la noche de Navidad y un viaje de 150 kilómetros le privaría de pasar la medianoche con su familia. Pero el taxista no dudó. “Vamos”, le respondió.

Pedro Noguera (53) es taxista desde hace 15 años, está casado y tiene tres hijos varones, de 12, 7 y 6 años de edad. Buenas razones para preferir quedarse en casa. Pero el 24 de diciembre de hace un par de años este profesional del volante se encontró con un pedido que fue imposible de rechazar.

“Subí sobre Artigas a una chica, a las 20.00, y la llevé a la Terminal de Ómnibus. Me contó que quería llegar antes de la medianoche a San Estanislao, pero cuando arribamos a la Terminal, me pidió que la esperase porque a lo mejor ya no conseguía pasaje para viajar. Un rato después volvió, me dijo que ya no había boletos para Santaní y me preguntó si podía llevarla hasta allá. Acepté", relata Pedro.

Salieron poco después de las 20.00 y llegaron a su destino antes de las 00.00. Misión cumplida. Después había que retornar a la capital cuanto antes. “Veía a la gente festejando con sus familiares mientras yo manejaba. Llegué a casa a las 2.30, y todavía me estaban esperando para brindar”, cuenta.

Para quien depende de su trabajo a destajo para sostener la economía familiar, la oportunidad de ganar un dinero extra siempre tendrá un peso mayor al momento de optar. En el caso de Pedro, cuanto mayor tiempo pase detrás del volante transportando pasajeros, más ganará.

“Quiero que me sobre dinero a mí y para mantener a mi familia, pero en los días de fiesta la tarifa es la misma”, revela. A Pedro le gustaría pasar Navidad con sus seres queridos, pero en esta Nochebuena volverá a subirse a su taxi para trabajar y solo podrá levantar su copa y brindar cuando el trabajo termine.

El placer de servirle

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Revista Vida

El saludo tradicional, el rito cumplido. “Felicidades, papá", exclama Christian Jara, y su padre le devuelve los deseos y un abrazo. Es un momento emotivo, siempre, por más que se repita con cada celebración de la Natividad y el ingreso a un nuevo año. Esta vez también hay un toque sentimental adicional: padre e hijo están trabajando y la medianoche de bombas y brindis los encuentra en plena labor, pero juntos.

Christian Jara (29) es mozo y parrillero desde 2010, seis años en los que sus servicios son requeridos con mayor intensidad cuando los días son festivos, especialmente en Navidad y Año Nuevo. Son ocasiones en las que el ingreso extra está asegurado y que no hay que dejar pasar.

De todos modos, es una decisión difícil, asegura Christian. “Si tenés familia, estás obligado a decidir entre trabajar para ganar dinero y abandonar a tu gente, o brindar en familia pero a cambio de tener menos plata en el bolsillo”, explica.

Christian heredó el oficio de parrillero de su padre y, antes de lanzarse al oficio individualmente, hace ocho meses, fue durante varios años parte del personal de apoyo de un célebre asadero de gran presencia mediática.

Lo que Christian obtiene en una noche depende del cliente que lo contrata y del número de comensales que debe atender. Ofrece servicios tanto de mozo como de parrillero y lo mínimo que cobra son G. 500.000 por evento.

Sus lugares de trabajo más frecuentes son las casas particulares. Suele llegar a las 19.00 al domicilio donde va a laborar y se queda hasta las 00.00, más o menos, porque una vez culminados sus servicios, debe ponerse a empacar sus cosas.

Usualmente trabaja solo, ya sea como asadero o como mozo, si los participantes no superan en mucho las 30 personas; si llegan a doblar esa cantidad, entonces debe concurrir acompañado de otro profesional.

A la hora del brindis por la llegada de la Navidad o del Año Nuevo, Christian se convierte en un testigo alejado del espíritu festivo de sus contratantes, aunque siempre encuentra un momento para llamar a su esposa, a sus hijos y a sus demás parientes para los deseos mutuos de felicidades.

También hay tiempo para los gestos generosos, como la Nochebuena en la que tenía la comida y el servicio listos antes de medianoche y sus ocasionales patrones le dijeron que podía irse a su casa a celebrar con la familia. Por ese trabajo, además, había cobrado G. 800.000. Una jornada provechosa, como aquella del brindis apretado a su papá.