Este mes en que la democracia cumple los mismos años que la dictadura de Alfredo Stroessner, debemos reconocer como sociedad que en estas tres décadas uno de los mayores déficits ha sido no haber podido construir la memoria de lo que fue aquel oprobioso régimen.
El dictador gobernó respaldado en una trilogía de Gobierno, Fuerzas Armadas y Partido Colorado, encarnando una de sus peores herencias: Su versión tercermundista-absolutista de “el Estado soy yo”. Es muy importante entender que mucho de lo que actualmente nos sucede es la consecuencia directa de un pasado que no recordamos. La corrupción, el nepotismo, el tráfico de influencia, funcionarios y mandos militares involucrados en diversos tipos de ilícitos, todo eso se gestó durante la dictadura.
Un par de indicadores señalan este punto: En todos estos años, en dos ocasiones el Partido Colorado tuvo que entregar el poder tras una larga hegemonía: La primera en 1991 cuando Carlos Filizzola ganó la intendencia de Asunción y la más resonante fue en 2008 cuando Fernando Lugo llegó a la presidencia de la República. Vale decir que, en los 77 años que viene el Partido Colorado ocupando el poder, solo hay un breve momento en la historia –cuatro años– en que no han ocupado el gobierno. A este hecho podemos sumar que este partido nunca ha excluido al dictador de su panteón de líderes históricos.
Que no se haya construido una memoria de la dictadura no es casual. Durante la transición, ningún gobierno colorado ha realizado recordación oficial alguna de los sucesos y la significación del 2 y 3 de febrero de 1989. En cambio, en el 2006 cuando murió el dictador, la Junta de Gobierno del partido colorado le rindió un homenaje. Muchos paraguayos que sobrevivieron a la dictadura de Alfredo Stroessner han sufrido una especie de síndrome de Estocolmo, y los más jóvenes, jamás tuvieron la oportunidad de saber lo que fue aquella dictadura, lo cual configura, sin duda, la tormenta perfecta que es nuestro presente.
Durante la dictadura se gobernaba con el estado de sitio permanente, por eso se detenía a las personas en forma arbitraria, se prohibía reuniones y manifestaciones públicas; con leyes como la 209 que en su artículo 4 decía: “El que por cualquier medio predicare públicamente el odio entre paraguayos o la destrucción de las clases sociales será sancionado con 1 a 6 años de penitenciaría”.
Los crímenes de Stroessner son demasiados. Además de haber sido acusado de pedofilia, el dictador coartó absolutamente todas las libertades y durante 35 años se violaron sistemáticamente los derechos humanos, se detuvo a paraguayos en forma ilegal, se torturó, asesinó, exilió y se hizo desaparecer a compatriotas. La Comisión Verdad y Justicia, creada en 2003 entregó un informe en 8 tomos donde se reportan las torturas, desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales; en esos tomos se concentra toda la crueldad y tratos crueles e inhumanos imaginables cometidos contra paraguayos y paraguayas.
En el año 1979, la Conferencia Episcopal Paraguaya emitió el documento El saneamiento moral de la nación, en el que decía: “El ritmo creciente con que suceden hechos delictuosos, la impunidad que gozan sus autores, la reacción cada vez más resignada y permisiva de la gente, en definitiva, es la destrucción del mismo hombre es al mismo tiempo destrucción de la sociedad […] es la violación sistemática de la justicia […] hemos llegado a la apología de la ganancia fácil y de la explotación humana […] se llega a considerar ingenuo a quien es honrado y no busca explotar a sus semejantes”.
El Paraguay necesita recuperar la memoria, pues de no hacerlo, estaremos condenamos a padecer los mismos males por décadas y centurias. Esta sigue siendo una tarea pendiente de la democracia.