15 may. 2024

Extrañando a Narciso

Nunca pensé que esto pudiera ocurrir. Cuando el sacerdote Narciso Velázquez fue desplazado, luego de varios años, de la titularidad del Consejo Nacional de Educación Superior (Cones) imaginé que terminaría el caos de la educación médica en el país. El rector de la Universidad Católica era señalado como uno de los responsables de que se hayan habilitado carreras de Medicina sin la mínima estructura académica y sin centros de prácticas adecuados. Era el colmo, había cerca de cuarenta facultades.

Federico Mora asumió con la expectativa de que se detendría la fiebre de crear nuevas facultades de garaje, siendo que el Paraguay, según el profesor Antonio Cubilla, asesor científico del presidente de la República, solo tiene condiciones para tres de buen nivel.

Para decepción de todos, el viceministro de Educación, en menos de dos meses, aprobó otras cuatro carreras. Una de ellas, la Universidad Nordeste del Paraguay, funcionaba gracias a una medida judicial. Otra, la Universidad Superior Hernando Arias de Saavedra, con sede en Pedro Juan Caballero, tiene como dirección, según su sitio web, una casa de cambios. La tercera es la Universidad Leonardo Da Vinci, filial Hernandarias, allí donde estudió y se graduó con honores el diputado Orlando Arévalos, miembro del Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados. La última es la Universidad Gran Asunción, con sede en Capiatá, y cuyo rector es el ex diputado Yoyito Denis.

Desde hace más de una década, se vienen exponiendo desde ámbitos académicos y gremiales que la precariedad de los hospitales paraguayos hace imposible que existan centros de práctica para tantas unidades de formación médica. La calidad de los docentes necesariamente será mala porque no hay una selección meritocrática, los salarios son ofensivamente bajos y los “profesores taxi”, no pueden dedicarse a tiempo completo a la enseñanza. Ni hablar de investigación ni de comunidad educativa o de plena vivencia hospitalaria. Hay médicos con el título en la mano, autorizados a tratar pacientes, que nunca –leyó bien, nunca– entraron a un quirófano, hicieron una sutura, participaron de un parto o auscultaron a un recién nacido. No lo hicieron durante su carrera universitaria por la sencilla razón de que no tenían dónde hacerlo. En Pedro Juan Caballero funcionan nueve facultades de Medicina. Otras tantas hay en Ciudad del Este. ¿Dónde practican los futuros médicos? Ajeno a estas evidencias chocantes, el Cones autorizó el funcionamiento de otras cuatro facultades de precaria infraestructura, con lo cual alcanzamos la absurda cifra de 44.

En un panel realizado hace unos días por la Academia de Medicina del Paraguay, el licenciado Federico Mora sostuvo que las políticas públicas se basan en datos y no en relatos. Afirmó que los médicos se imaginaban “un gigantismo que no es tal”. Dijo que sus números le indicaban que la estructura del Ministerio de Salud era suficiente para albergar a los más de diez mil estudiantes de Medicina que, en la parte final de la carrera, requerían práctica clínica. Al día siguiente de estar frente a un auditorio repleto de los más prestigiosos profesores e investigadores del país, se atrevió a decir que estos “no están, lastimosamente, acostumbrados a trabajar con datos”. Pocas veces vi tanta arrogancia sostenida en argumentos tan endebles. Claro que podemos tener más facultades. De hecho, no me sorprendería, luego de escucharlo a Mora. Tendríamos más médicos titulados, pero también más casos de mala praxis, impericia profesional y errores médicos fatales, tal como lo estamos viendo cada vez con mayor frecuencia.

Lo peor de todo es que no se trata de una discusión académica. Quien lo plantee de ese modo nos está tomando el pelo. Es un enorme negocio del que se benefician políticos, funcionarios públicos relevantes y narcos que encontraron un modo elegante de lavar dinero: Crear universidades.

Definitivamente, le pido disculpas al padre Narciso. Con él estábamos mejor.

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