18 may. 2025

Estados Unidos versus China: ¿Quién gana y quién pierde?

La naciente guerra comercial entre las dos superpotencias divide a los analistas respecto a los efectos en cada una de las dos economías.

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Jorge Daniel Codas Thompson
Analista de política internacional

El presidente Donald Trump ha decretado una serie de aranceles a los socios comerciales de los Estados Unidos, incluyendo un impuesto universal del 10% a los bienes importados y aranceles mayores, teóricamente recíprocos, a unos 60 países, aunque ahora temporalmente suspendidos, con excepción de los aranceles impuestos a la República Popular China. Aunque los colaboradores de Trump afirman que estos aranceles fortalecerán la industria manufacturera estadounidense y crearán empleos, sus críticos sostienen que provocará desempleo, una mayor tasa de inflación, e incluso una recesión económica. Como ejemplo de lo que saldrá mal, muchos citan la Ley Arancelaria Smoot-Hawley de 1930, que aumentó los aranceles estadounidenses a unos 20.000 productos en un promedio de 20%. Los efectos de dicha ley tuvieron como consecuencia un colapso del comercio internacional y un agravamiento de la crisis económica, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo.

Sin embargo, un análisis en particular, el de Michael Pettis, sostiene que los nuevos aranceles beneficiarán a Estados Unidos y muy posiblemente perjudicará a China. El análisis de Pettis se basa en el hecho de que en 1930, los Estados Unidos tenían un superávit en la balanza comercial (es decir, exportaban más de lo que importaban), y un nivel de consumo privado bajo. Al subir otros países sus propios aranceles, las exportaciones estadounidenses colapsaron, y la baja demanda interna no pudo absorber el excedente de producción, provocando un agravamiento de la crisis económica en Estados Unidos.

Sin embargo, Pettis plantea que ciertamente la ley Smoot-Hawley fue un fracaso en su momento, pero revela muy poco a los analistas sobre el efecto que los aranceles tendrían en Estados Unidos hoy en día. Esto se debe a que ahora, a diferencia de entonces, Estados Unidos tiene un consumo privado muy alto como porcentaje del producto interno bruto (PIB) y compra del exterior una parte significativa de lo que necesita para satisfacer esta demanda interna. Irónicamente, la historia de la ley Smoot-Hawley dice mucho más sobre cómo los aranceles actuales afectarían a un país como China, cuyo exceso de producción y débil demanda interna se asemejan más al de Estados Unidos en la década de 1920 que al de Estados Unidos actual.

Los aranceles reducen el consumo interno y elevan las tasas de ahorro interno. Un país con bajo consumo y exceso de ahorro (como Estados Unidos en la década de 1920 o China en la actualidad) suele tener una moneda infravalorada, en cuyo caso los aranceles probablemente sean deflacionarios. Pero en un país con niveles de consumo excesivamente altos, como los Estados Unidos actuales, la misma política puede ser expansiva. En otras palabras, en las circunstancias actuales, los aranceles podrían aumentar el empleo y los salarios en Estados Unidos, elevando el nivel de vida y estimulando el crecimiento económico.

Según los partidarios de las políticas arancelarias de Trump, esto ocurre cuando el subsidio implícito de un arancel a la producción genera más empleos y salarios más altos, lo que a su vez genera un aumento general del consumo total en términos absolutos, aunque caiga como porcentaje del PIB debido a las mayores tasas de crecimiento de la producción.

El mayor ahorro, es decir, la diferencia entre el aumento del consumo y el mayor aumento de la producción se refleja en una mayor inversión o en un aumento de las exportaciones en relación con las importaciones. En cualquier caso, este tipo de aranceles beneficia tanto a las empresas como a los hogares.

Finalmente, este razonamiento plantea que sería China la más perjudicada, debido a que perdería el enorme mercado de Estados Unidos y, teniendo un consumo tan bajo en relación a su PIB, la demanda interna no podría absorber ese exceso de producción, que solo se podría colocar, posiblemente a precios subsidiados, en otros mercados importantes como el de la Unión Europea. En todo caso, y fundamental para este análisis, el razonamiento arriba expuesto implica un juego de suma cero en el comercio internacional (si uno gana, el otro pierde, una filosofía conocida como mercantilismo).

Relacionado con este último concepto, el gobierno de Trump cree tener lo que en teoría de juegos se denomina dominio de escalada sobre China y cualquier otra economía con la que tenga un déficit comercial bilateral.

El dominio de escalada consiste básicamente en la capacidad que tiene un actor de escalar un conflicto con grandes daños a su rival, sin que este pueda reaccionar con una medida igual de dañina.

Sin embargo, como plantea Adam Posen, para este ejemplo de la teoría de juegos, sería China quien tiene el dominio de escalada en esta guerra comercial. Estados Unidos obtiene bienes vitales de China que no pueden reemplazarse a corto plazo (por tener poca capacidad ociosa (es decir, las fábricas estadounidenses ya están utilizando una parte significativa de su capacidad productiva) ni fabricarse localmente a un costo inferior o inclusive cercano al costo de importación. Reducir dicha dependencia estadounidense de China puede constituirse en un sólido argumento para implementar una política industrial expansiva dentro de Estados Unidos. Empero, librar la guerra comercial antes de preparar las condiciones en la forma de mayor capacidad productiva en los bienes que actualmente se importan de China llevará posiblemente a un fracaso por parte de Estados Unidos.

Según este análisis, los argumentos del gobierno de Trump son falaces por dos motivos.

En primer lugar, ambas partes (y no solo China) salen perjudicadas en una guerra comercial, ya que ambas pierden acceso a bienes que sus economías demandan, y por los que sus ciudadanos y empresas están dispuestos a pagar. Al contrario del enfoque mercantilista, que es un juego de suma cero (si uno gana, el otro pierde), se utiliza aquí la teoría de las ventajas comparativas, según la cual cada país produce y exporta aquello en lo que es más eficiente, e importa los bienes en los que es menos eficiente. Esta teoría implica un juego de suma positiva que si le va bien a uno de los Estados, también le va bien al otro, y si le va mal a uno, también afecta negativamente al otro. Dificultar el comercio por medio de aranceles, aún más si son recíprocos, implica la reducción del poder adquisitivo de cada economía involucrada en la guerra comercial, pues sus ciudadanos y fábricas deben comprar productos terminados o intermedios a precios más altos dentro de su propio país.

Según Posen, la fijación de Trump en el comercio bilateral con China (en lugar de analizar el sistema comercial global en su conjunto) conllevaría problemas para Estados Unidos. China tuvo el año pasado un superávit comercial con Estados Unidos de 260.000 millones de dólares. La guerra comercial, a diferencia de lo que argumenta Pettis, afectaría significativamente a ambas economías, pero en particular a la economía con déficit en su balanza comercial; es decir, Estados Unidos. La razón es que China perdería ventas, que al final representan sencillamente dinero, mientras que Estados Unidos perdería el acceso a la inmensa cantidad de productos que vienen de China porque Estados Unidos no es competitivo en los mercados de dichos productos. Asimismo, se vería imposibilitado de importar de China las tierras raras y minerales críticos esenciales para la fabricación de productos de alta tecnología y armas avanzadas. De hecho, el pasado lunes, ya el gobierno chino anunció la prohibición de exportación de estos compuestos. Dado que China representa aproximadamente el 90% de toda la producción mundial de dichos minerales, Estados Unidos se verá en serias dificultades para reemplazarlos. Asimismo, las empresas estadounidenses no podrán surtirse de materia prima para la producción de compuestos médicos, ni de chips baratos para la manufactura local de productos tecnológicos.

Este análisis plantea que si se pierden ingresos, se puede recortar el gasto, buscar otros mercados internacionales, o reducir el ahorro (por ejemplo, mediante estímulos fiscales como los recientemente anunciados). China, como la mayoría de los países con superávits comerciales, ahorra más de lo que invierte, lo que significa que, en cierto sentido, tiene ahorros en exceso. Para Posen, el ajuste sería relativamente sencillo. No habría escasez crítica y se podría reemplazar gran parte de lo que normalmente se vende a Estados Unidos con ventas internas o a otros países. Sin embargo, en este punto Posen soslaya que la demanda interna de China es extremadamente baja (41% del PIB versus 60 a 70% del PIB en países desarrollados), y se encuentra debilitada, y que el plan de estímulo económico aprobado y comunicado por China (41.000 millones de dólares para pretender reactivar los 7 millones de millones de dólares que genera el consumo interno privado por año) será muy probablemente insuficiente para reactivar el consumo. Al margen de este punto, países como Japón han demostrado que es extremadamente difícil levantar el consumo privado cuando los consumidores están acostumbrados desde hace décadas a mantener altas tasas de ahorro, como también ocurre en China.

El argumento de Posen tampoco tiene en cuenta que un número creciente de socios comerciales de China, desde Chile a la Unión Europea, ha impuesto aranceles, o están en proceso de hacerlo, para determinados productos chinos, desde el acero hasta los automóviles eléctricos, insatisfechos por la manipulación china de lo que debería ser el libre comercio. Los socios comerciales de Pekín argumentan que China está con el consumo interno tan debilitado que está exportando todo el excedente de su producción con subsidios y manipulación de su moneda, por lo que difícilmente puedan reemplazar al gigantesco mercado de Estados Unidos.

Queda aún la posibilidad de la resolución de esta crisis por medio del diálogo. China ya ha anunciado que está dispuesta a negociar, pero sin exigencias ni condiciones. Un problema en particular es que Trump quiere negociar directamente con Xi Jinping. Sin embargo, este último no acostumbra negociar. Deja esa actividad a los negociadores especialistas de la Cancillería china, y se limita a la toma de la decisión final y la firma de los acuerdos. Independientemente de la solución de este conflicto comercial, el análisis desde perspectivas teóricas distintas contribuye a dimensionar el problema, apreciar sus efectos y, eventualmente, plantear soluciones.

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