Los recientes sucesos en un populoso barrio de la capital nos enfrentan a la cruda realidad de la extrema inseguridad en la que debe vivir la población. Este problema desnuda no solo la incapacidad de los organismos de seguridad ante este verdadero tsunami de violencia urbana, sino que también expone el tremendo poder que han adquirido el narcotráfico y el crimen organizado en nuestro país. El Gobierno debe evitar que los grupos criminales sigan reclutando a niños, les enseñen a usar armas y los adiestren para el tráfico de drogas.
La semana pasada, un trabajador delivery fue asesinado a balazos en el barrio San Francisco de Asunción. Por el hecho fueron detenidos un adolescente de 16 años y una joven de 21 años, en carácter de cómplice; la Policía está investigando si este caso se trata de un hecho de robo o un ritual de iniciación de un clan o banda. La madre del adolescente, quien está imputado y con prisión, asegura que su hijo estaría siendo amenazado por un grupo para que se declare culpable.
En estos hechos se entremezclan varias de las lacerantes realidades que padecen cotidianamente los paraguayos.
Cuando se habla de narcotráfico y de grandes cargamentos que pasan por nuestro territorio y de los miles de millones de dólares que suponen estas operaciones criminales, pocas veces reflexionamos en las consecuencias inmediatas sobre la población. Una de ellas, imposible de negar, es el elevado nivel de consumo de drogas. Al respecto, había comentado la madre del joven de 16 años que su hijo es adicto a la marihuana desde niño, por la influencia de clanes criminales que tomaron el control del barrio San Francisco. “Yo vivía en el barrio, pero vendí todo y me fui, porque acá se pierden los jóvenes. En el San Francisco se ve a niños más chicos que él drogándose, de 9, 10 años, durmiendo en las esquinas. Nadie puede atajarles”.
Los grupos de delincuentes, el PCC, el Clan Rotela, y otros han tomado el espacio que ha dejado el Estado paraguayo y por eso, tan fácilmente los grupos criminales reclutan a niños y adolescentes, les enseñan a usar armas y los adiestran para el tráfico de drogas.
Está situación es posible por la debilidad de nuestras instituciones, y por la ausencia total de políticas públicas que brinden opciones a la población. El barrio San Francisco, recordemos, fue un proyecto modelo a seguir para una vecindad ideal, pero precisamente por la falta de políticas públicas se convirtió en una zona roja, marcada por hechos de inseguridad.
Recordemos también aquel dato del Consulado paraguayo en Foz de Yguazú, Brasil, sobre los jóvenes paraguayos que son detenidos periódicamente con cocaína oculta en sus maletas, zapatos o ropa impregnada con la droga. Ellos son personas sin oportunidades, marcadas por la desesperanza, jóvenes de escasos recursos, de quienes las redes criminales se aprovechan, cuando estos quieren ayudar a sus familias.
En Paraguay estamos padeciendo desde hace décadas la ausencia del Estado en varias áreas. En el centro de esta compleja problemática están nuestros niños, adolescentes y jóvenes, hoy utilizados por el narcotráfico y el crimen organizado. Precisamente por esto, en un país que solo ofrece pobreza, miseria, exclusión y desigualdad, estas redes criminales –mejor organizadas incluso que el propio gobierno– avanzan con estrategias claras y eficaces.
Niños y jóvenes atrapados en el consumo de drogas y en el narcotráfico, son el rostro visible de un Estado que no ofrece oportunidades a las familias y la juventud. No tienen cabida en los planes de gobierno, ni en salud ni educación, no se formulan políticas públicas que los incorporen al mundo laboral en condiciones dignas y seguras, ni se les brindan condiciones de vida necesarias para un desarrollo con acceso a la cultura y al deporte.
Las autoridades del Gobierno y los funcionarios deben dejar de contemplar la realidad del país con indiferencia y actuar con urgencia. Paraguay ya no puede seguir siendo un paraíso para el crimen organizado y el narcotráfico, mientras la droga, la violencia y el negocio ilícito destruyen todo a su paso. Porque, ¿qué futuro nos espera con una niñez y una juventud destruidas?