Los ejercicios de meditación y el yoga se dan la mano con la música sufí y los talleres de artesanía nubia en la segunda edición del Festival “Rou7" (pronunciado ruj y que significa alma, en español), que es -según sus organizadores- el único de su tipo en Egipto y Oriente Medio.
El propio nombre del festival es una declaración de intenciones sobre el interés por crear un ambiente espiritual en armonía con el entorno.
Cerca del pueblo nubio de Garb Sohail, de coloridas casas, decenas de tiendas de lona acogen entre las dunas del desierto durante cuatro días a los 250 asistentes a este original evento.
Los fundadores de “Rou7" partieron de la espiritualidad religiosa de la música sufí para crear un festival respetuoso con el medioambiente y sostenible, según explicaron a Efe.
El lugar elegido para la segunda edición del festival es un paraje único para desconectar y relajarse del bullicio de la megalópolis cairota, próximo a la ciudad meridional de Asuán.
La jornada comienza en el campamento “Rou7" con sesiones de yoga y meditación, una práctica originaria de la India de la que también se disfruta al atardecer sobre una colina del desierto con vistas al Nilo.
Una de las profesora, Aber Ali, reacia a participar en otros festivales organizados en Egipto, decidió formar parte del equipo porque sintió que en este caso el yoga encajaba perfectamente con el espíritu de “Rou7".
“Es difícil introducir los conceptos de espiritualidad y meditación a gente que no tienen idea de ello, por lo que consideré que era una muy buena idea hacerlo bajo el paraguas de un evento en que a través de distintas actividades busca esta experiencia”, indica a Efe Ali al termino de su clase de yoga.
El hecho de que la espiritualidad se combine con otras actividades atrae a un mayor número de gente, y no solo a la pequeña comunidad egipcia interesada en las prácticas saludables y de bienestar, opina la instructora.
Para Ali, este es el motivo de que los asistentes al festival sean tan variados, desde chicas egipcias con tatuajes a jóvenes veladas, e incluso familias con niños. “Todos en armonía”, apostilla.
Una vez relajados, los asistentes al festival pueden optar por diversos talleres, desde colorear piedras a dibujar “mandalas”, representaciones simbólicas del macrocosmos y el microcosmos, empleadas en el budismo y el hinduismo.
Otra de las actividades, junto a los paseos en “faluca” (barca de vela) para descubrir los encantos del Nilo a su paso por Asuán, es adentrarse en la artesanía nubia con distintos materiales como las hojas de palmera.
Atyat, una mujer nubia de unos 50 años originaria de Garb Soheil, cuenta a Efe que trenzando las hojas de palmera, una vez teñidas, diseñan bolsos, carteras y unos originales platos para decorar los muros de las viviendas, una técnica llamada “dafira”.
Al caer la noche, llega el momento de la música con la actuación de los conjuntos sufíes egipcios Mawlay, Al Hadra y Zig Zag. La voz profunda de sus cantantes, que evocan el islam, es acompañada de instrumentos tradicionales de cuerda, viento y percusión.
La jornada termina con otras experiencias de meditación como el milenario sonido del “Gong Healing” o con tradiciones locales como una boda nubia, para conocer mejor esta cultura del sur de Egipto.
También la cultura faraónica se hace un hueco en este completo festival, con una visita al espectáculo de luz y sonido del templo de Filae, dedicado a la diosa Isis, y que fue trasladado en la década de los sesenta a una isla cerca de Asuán tras la construcción de la alta presa que creó el lago Nasr.
Una mezcla de actividades que ha captado a 250 personas, que buscaban estos cuatro días relajarse y escapar de la rutina del trabajo y el caos urbano.
“Es un festival diferente, muy espiritual y que busca la integración con el paisaje y la interacción con la cultura local”, asegura a Efe Ola Hasan, estudiante en El Cairo de artes aplicadas.
Para Hasan no es extraña la mezcla de actividades. “El punto común entre el yoga, la meditación y la música sufí es la espiritualidad”, opina esta joven egipcia, que junto a su amigo Amr, arquitecto, considera esta experiencia “la mejor escapada posible”.
Por Marina Villén