En el Paraguay, después de dos años, se vuelve a celebrar la Semana Santa reviviendo todas las tradiciones sin restricciones, y representa para miles de personas el reencuentro con la familia.
Además del gran simbolismo y profundo significado que tiene para la gente, este tiempo es también oportuno para hacer un alto en el camino y reflexionar.
Independientemente de cuál es el pensamiento que se tiene respecto a lo religioso, no se puede dejar de atender que las celebraciones de la Semana Santa transmiten un mensaje que está muy vinculado con la realidad del país. En la reflexión cristiana de la Semana Santa resaltan la angustia, el dolor y el camino de la cruz; se muestra un recorrido difícil y poblado de obstáculos. Esa es una sensación que se encarna en estos días muy particularmente en muchas de las realidades que vive la población.
Los paraguayos han vivido días muy difíciles durante la pandemia del Covid. Fueron meses enteros de angustia, miedo e incertidumbre. Los últimos dos años han dejado huellas que todavía están visibles.
No se puede olvidar el sentimiento de abandono y desesperación ante la crisis sanitaria que costó la vida de más de 18.000 personas, ante la carencia de medicamentos y camas de internación, y un sistema de salud insensible ante la angustia y sufrimiento de la población. En el que probablemente fue el peor momento de nuestra vida como país, dejando de un lado los tiempos en que estuvimos en guerra, los gobernantes no estuvieron a la altura de las circunstancias. Sin embargo, la diferencia la marcó una ciudadanía que se destacó por su vena solidaria, y fue ese el elemento que hizo posible superar aquellos meses tan duros, con actividades que lograron unir a la comunidad, con polladas, rifas y ollas populares.
La pandemia y el cierre de todas las actividades supusieron la pérdida de miles de puestos de trabajo, sin embargo, cuando después ya se reactivó la actividad económica y comercial lamentablemente se impuso el empleo precario y hay quienes buscan sacar provecho de la situación explotando a la gente. Esta es una situación inaceptable, pues todas las personas tienen derecho a un trabajo digno, el que les permita llevar una vida digna.
El país no tiene un futuro optimista si se mantienen como hasta ahora las carencias y los niveles de desigualdad. Tenemos una salud pública deficiente, no hay un acceso igualitario a la educación para todos los niños y jóvenes, y en cuanto a la Justicia, sigue siendo un inmenso reclamo, pues no es igual de justa para todos, y a diario experimentamos y observamos cómo se mantiene la impunidad.
En estos días de Semana Santa se menciona mucho a uno de los personajes claves, Judas. Esa es una figura que puede ayudarnos a reflexionar acerca de nuestra realidad, específicamente sobre la corrupción que socava las bases de nuestro sistema democrático. Al respecto, debería quedar muy claro para todos, para los ciudadanos y los gobernantes, los funcionarios públicos y autoridades electas, que la corrupción es una traición al pueblo.
En estos tiempos en que impera la politiquería, queda la sensación de que el país vive en un eterno viacrucis de corrupción, mentiras, irresponsabilidad, falta de ética, inseguridad y ausencia de compromiso de los políticos, quienes olvidaron que su rol es trabajar por el bien común.
El Paraguay necesita personas que ejerzan liderazgos con honestidad e integridad, necesita de una clase política con valores, y que sea capaz de liderar la construcción de un país más justo y equitativo.