CIUDAD DEL ESTE
A la altura del Km 5½ de Ciudad del Este, el golpe rítmico de los martillos y el perfume a barniz dan la bienvenida al taller donde trabaja un joven que todavía no ha llegado a la mayoría de edad, pero que ya lleva sobre los hombros la responsabilidad de sostener a su familia.
Se llama Yonathan Giménez, tiene 17 años, y en su local LaminArt ha encontrado la forma de convertir la crisis en oportunidad. Su historia de superación comenzó en plena pandemia, cuando la economía familiar se vio sacudida al límite de verse casi sin alternativas.
Pero como dice la canción: ‘Cuando se está en el fondo del pozo, no cabe más que ir mejorando’, ir para arriba. Con restos de madera fabricó su primer mueble, lo vendió y ese pequeño ingreso fue el inicio de un camino inesperado.
“Me animé a armar unos muebles porque ya no alcanzaba lo que había en casa. Lo hice con lo poco que tenía, madera usada, y salió bien. Desde ahí me dije que podía seguir. Así nació LaminarArt”, cuenta.
Lo que empezó como necesidad, con los años se transformó en un oficio que ahora defiende con orgullo. Hoy sus manos trabajan sobre pallets y maderas de pino, dispuestas a la orden (y capricho) de los clientes. La gente no solo le encomienda la confección de mesas y sillas, sino de casitas para perros y gatos, portavinos, entre otros muebles, que son ideales para regalos.
“Siempre busco que el cliente pueda llevar algo bueno sin gastar demasiado. Mi idea es que todos puedan decorar su casa o tener un mueble útil sin que sea un gasto imposible”, dice.
Los números hablan por sí solos. Un portavinos barnizado de pino cuesta G. 30.000, un combo de mesa con dos sillas por G. 250.000, o sillas individuales por G. 80.000. Las casitas para mascotas, las más solicitadas, varían según el tamaño. G.150.000 para razas medianas, G. 200.000 para grandes y, en el caso de gatos, modelos de dos pisos por G. 100.000 o de tres pisos por G. 150.000. “Todos son resistentes a la humedad y a la lluvia para que duren mucho más”, aclara.
Todo lo hace por pedido y poniendo empeño en la terminación, un detalle que lo diferencia del resto. “Nunca entrego un mueble mal hecho. Si algo no me convence, lo vuelvo a armar las veces que sean necesarias. Quiero que el cliente tenga lo mejor, porque sé lo que cuesta pagar”, asegura mientras muestra un prototipo de silla que todavía está en proceso.
CONECTADO
La clientela llega hasta él a través de las redes sociales, así como con el siempre efectivo ‘boca en boca’. “La gente se sorprende al saber que soy joven, que todavía estoy en el colegio. Eso me motiva más, porque quiero demostrar que sí se puede”, confiesa.
Cursa el tercer año en el turno noche y entre clases, pedidos y entregas, el tiempo parece no alcanzarle. Sin embargo, se ingenia para multiplicarse. Durante el día también vende ropa frente al taller, y los fines de semana por la noche, se transforma en bartender en su propio local de tragos frente a su taller, al que bautizó: El stand del sabor. Caipiriñas, mojitos y daiquiris se mezclan con la madera y el aserrín, componiendo una rutina que sería agotadora para cualquiera, pero que él asume con energía.
No todo fue fácil. Yonathan recuerda que el miedo fue su primer obstáculo. “Uno siempre piensa, ¿y si pierdo todo lo que invertí?, ¿y si nadie compra? Eso asusta mucho, sobre todo siendo joven y no teniendo un trabajo fijo. A veces, ahorrás meses para comprar una herramienta y pensás que todo puede desaparecer. Ese miedo es lo que más paraliza”, reflexiona. Otro desafío fue el capital. Durante mucho tiempo trabajó con máquinas prestadas hasta que poco a poco fue comprando las propias. Hoy, después de cuatro años, se enorgullece de decir que todo lo que tiene lo consiguió con esfuerzo, sin dejar de estudiar.
SIN MIEDO AL ÉXITO
Lo más valioso, sin embargo, es el mensaje que repite una y otra vez, como si fuera un lema personal. “No hay que tener miedo de emprender. Si vos no te animás, nunca vas a saber si tu idea funciona. Yo también tuve miedo, y todavía lo tengo cuando inicio algo nuevo, como con la tienda de ropa o el bar. Pero me digo, todo depende del esfuerzo. El local por sí solo no hace nada, lo que importa es que uno se mueva, que trabaje, que insista. Si vos trabajás, sale bien”.
Sus palabras se convierten en consejo para otros chicos de su edad que dudan en dar un paso. “Muchos jóvenes piensan que no vale la pena, que es mejor esperar un trabajo seguro, y yo entiendo ese miedo. Pero la verdad es que si vos invertís en vos mismo, si le dedicás tiempo y sacrificio, siempre algo bueno sale. Lo importante es empezar, aunque sea de a poco. Yo empecé con madera usada y ahora tengo mi propio taller. Todo depende de animarse y de no dejarse vencer”. La carpintería de Yonathan es pequeña, alquilada, pero está llena de vida. Entre los muebles a medio terminar, los portavinos listos para entregar y las casitas de mascotas barnizadas, se ve algo más que un negocio, se ve la determinación de un joven que eligió no rendirse. A sus diecisiete años ya aprendió lo que muchos tardan décadas en descubrir que los obstáculos son parte del camino y que el miedo no desaparece, pero se vence trabajando. Los interesados en conocer su trabajo pueden visitarlo en el kilómetro cinco y medio, a tres cuadras de la doble avenida La Blanca y una cuadra de la avenida San Blas. También está disponible en redes sociales como @muebleslaminart o al (0994) 324-971.