Una de las principales señales de la invisibilidad y la falta de valoración social es el desconocimiento del esfuerzo que realizan las madres y de las consecuencias de todo esto en sus vidas. En nuestro país, la respuesta a la pregunta de ¿qué hace tu mamá?, todavía sigue siendo “nada”, en el caso de que ella no realice un trabajo remunerado. El trabajo doméstico y de cuidado de las mujeres representa el 17% del PIB, pero no se tiene conciencia de esto.
Las madres que no están en el mercado de trabajo, aunque no produzcan bienes o servicios comercializables, son las principales responsables de la reproducción social, junto con las que sí están en el mercado laboral.
Esta relevante función social es la que permite a un país contar con unos trabajadores y una ciudadanía formada para transmitir la cultura y valores, y garantizar la sostenibilidad de la actividad económica.
Las madres que tienen trabajo remunerado, en su mayoría, no cuentan con condiciones mínimas que garanticen que ese trabajo sea decente. El 40% de los hogares tienen jefatura femenina y en la gran mayoría de los casos son madres o abuelas que tienen consigo no solo la responsabilidad de proveedoras económicas, sino también son los pilares afectivos y de cohesión familiar. Cuando se discutió la ampliación de las licencias maternales, varios referentes empresariales señalaron su indisposición, llegando a declarar que dejarían de contratar mujeres.
En el ámbito de la salud, la situación no está mejor. La mortalidad materna, si bien ha venido disminuyendo, todavía se mantiene alta con respecto a los países vecinos, inclusive en Asunción y Central, que es donde se ubican las mayores coberturas de servicios materno-infantiles. Este indicador es cuatro veces más alto que el de Uruguay en el promedio nacional, pero cinco departamentos de nuestro país tienen una tasa de mortalidad 10 veces más alta que la del país vecino. Lo más vergonzoso es que las principales causas de muerte son prevenibles a bajo costo y con la tecnología existente.
La precariedad de la política de salud no solo afecta a la salud física de las madres, sino también a su salud mental y sicológica si tenemos en cuenta los altos niveles de mortalidad infantil en nuestro país. No hay mayor dolor para una madre que perder un hijo, sobre todo sabiendo que si las cosas funcionaran bien no debería haber ocurrido esa desgracia.
Ni hablar de la violencia que sufren las mujeres en general y las madres en particular, que frente a la falta de independencia económica y la imposibilidad de mantener a sus hijos, permanecen en contextos de violencia, llegando al extremo de enfrentar la muerte. En los últimos cinco años, los 255 feminicidios dejaron huérfanos a 300 niños, niñas y adolescentes.
La violencia contra las niñas se traduce en una maternidad temprana, quebrando una trayectoria de vida con oportunidades. La exclusión educativa y la precariedad laboral se convierten en la realidad de estas madres.
El Poder Judicial tampoco honra a las madres con procesos ágiles y baratos. Más del 50% de las demandas en casos de niñez y adolescencia son referentes a prestación alimentaria. No obstante, las quejas de las madres son incesantes sobre el incumplimiento de los padres.
Honrar la maternidad debe implicar mucho más que un día de festejo con reuniones familiares, premios en los shoppings o felicitaciones en las redes sociales.
La maternidad debe ser honrada con capacidades y oportunidades para que el ser madre no implique una trayectoria de vida precaria o dependiente.