19 abr. 2024

El sonido de nuestras raíces

El ritual está por comenzar. Entre brebajes y humos mágicos, ellos serán los responsables de hacernos mover las caderas. Con sus sonidos tropicales y sus mensajes de protesta, las bandas hermanas El Brujo y sus Cromáticos y Sonido Chuli vibran en las noches asuncenas underground.

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Por Romina Aquino González

Nos quisieron enterrar, pero no sabían que éramos semillas... y desde lo más hondo de la tierra, nuestra raíz fue creciendo y expandiéndose, a través de tradiciones milenarias como la danza y la música.

La cumbia es parte de nuestra historia e identidad como latinoamericanos, proveniente de la mezcla musical hecha por los indígenas y afrodescendientes en Colombia. Es un ritmo bailable y festivo, que en su sonido más puro combinaba la gaita y los tambores. Se fue popularizando por toda América Latina y adaptando también a la cultura de cada país.

En Paraguay, el estilo también está presente desde hace mucho tiempo, especialmente en los encuentros populares, en el copetín, en el boliche y en la estación de servicios. Y aunque muchos renegaban de él, en especial en los espacios de la alta sociedad, todos terminaban bailando.

Actualmente existe una nueva ola de la cumbia, que llega con un tono más fresco y juvenil, y es ahí donde destaca Sonido Chuli, una banda de amigos conformada por Fátima Gutiérrez (voz y claves), Pedro Lezcano (güiro), Stephanie Campuzano (bajo), Nelson Sosa (guitarra), Robert Enciso (guitarra), Gustavo Chavo Benítez (timbales), Vetner López (congas) y Freddy Castillo (bongó). También tocan como bajistas invitados Manuel Cardozo y Gerardo Fretes.

“Estamos viviendo un momento en el que murió el prejuicio que había hacia la cumbia”, explica Robert, quien cree que siempre hubo un antagonismo entre la cumbia y el rock, puesto que era una contradicción escuchar ambos estilos.

En palabras de Nelson Sosa, es una revalorización de la cumbia, que se está dando desde hace unos años en todo el continente latino, y que viene muy de la mano con las manifestaciones sociales.

La idea de hacer cumbia ya estaba desde hace algunos años rondando en las cabezas de algunos de sus integrantes, inspirados en la cumbia clásica colombiana y en bandas como Anarkía Tropikal o Frente Cumbiero, pero recién en 2017 pudieron concretar el proyecto.

Sus sonidos son la fusión de la cumbia tradicional, psicodélica, boogaloo y otros estilos que hacen a la banda versátil y diversa. Pero más allá de la música, sus presentaciones en vivo son las que transmiten la esencia de la banda, con acciones y mensajes que invitan a bailar con conciencia.

“Venimos de espacios políticos, por lo que estamos cerca de las reivindicaciones sociales, y la música también acompaña ese proceso. Las primeras veces que nos invitaron a tocar fue en ese tipo de encuentros, nos abrieron las puertas de sus espacios. Nosotros podemos subir al escenario y callarnos, pero decidimos no hacerlo”, cuenta Pedro.

En la Fundación de Asunción, la banda fue invitada por la Municipalidad de la ciudad a tocar en un show en la Plaza Uruguaya, y en ese concierto, realizaron una performance en la que denunciaban los vestigios de la dictadura stronista.

“Nos hacemos cargo de lo que decimos. Asumimos una postura y no vamos a bajarnos de ahí”, dice Fátima Gutiérrez, quien también se posiciona como feminista y lleva la causa como bandera.

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Proceso colectivo

A diferencia de otras bandas, donde se manejan por líderes de equipo, en Sonido Chuli no hay uno en específico, sino que todos lo son, y las decisiones se toman en conjunto.

Según Pedrito, en la diversidad recae el equilibrio del grupo. “A la hora de crear, los procesos también son en conjunto. Normalmente es Nelson quien compone, porque las melodías parten de la guitarra y es, también, quien está más formado musicalmente. Y las letras las escribe Chavo. Pero vamos construyendo todos juntos, incluso han salido canciones a partir de improvisaciones”.

Cuando empezaron a tocar, la idea no era ganar dinero, precisamente. Pero hoy ya lo consideran como un trabajo, por todo lo que implica. “La música sigue siendo prioridad antes que la plata. Por eso cada uno de nosotros lleva a la par otro proyecto musical y otro laburo”, cuenta Pedro.

A través de conciertos autogestionados y contratos que firmaron con instituciones como la Municipalidad de Asunción o Gramo, fueron juntando capital para grabar su primer disco en vinilo, con cuatro temas propios. Ahora está en proceso el segundo álbum, en el mismo formato, y con cuatro temas más, que probablemente estará en noviembre de este año.

Para Fati, grabar el primer disco implicó dejar de lado la vergüenza y la tensión de saber que cualquiera podría escucharla a través de las diferentes plataformas; pero para el segundo material ya estaba más suelta, y había mayor sintonía entre los integrantes y el equipo de grabación, que también logró captar sus melodías.

El último lanzamiento que realizaron fue el de un material audiovisual del tema Chipero bailador, donde se observa cómo transcurre el día de un vendedor ambulante de chipa, quien recorre lugares icónicos de Asunción, como el Mercado 4 o las plazas del centro, y cómo a pesar de la carga laboral, él le pone onda y enfrenta las adversidades teniendo a la cumbia de compañía.

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Ceremonia brujera

El Brujo... llega para empezar su místico ritual, se manifiesta a través de ocho Cromáticos que harán sonar sus voces e instrumentos para invocar a lo más primitivo de nuestro ser.

El Brujo y sus Cromáticos es más que la suma de sus partes, es la mezcla de cada uno de sus integrantes, una amalgama de colores, melodías y conexiones con lo ancestral.

Cada concierto es un viaje, dice Lucero Olazar, vocalista del grupo, quien después de un toque queda exhausta por la corriente de energía que fluye. “Siento que todos los que estamos en el escenario compartimos muchísimas cosas, y a la vez con el público. Ver bailar a las personas, algunas hasta con los ojos cerrados, es muy hermoso”, asegura.

Los espectáculos de la agrupación se caracterizan por presentar diferentes performances que evocan un ritual. Máscaras de animales, danzarinas, hechiceras o malabaristas que juegan con fuego, buscando generar un ambiente mágico.

La música que hacen no es solo cumbia, contiene mucha diversidad de estilos, como el tropical noise, el jazz o incluso metal, detalla Pedro Lezcano, quien también integra esta banda. “Tener varios instrumentos nos abre un abanico de posibilidades para mezclar y probar”.

La idea, sobre todo, según Lucero, es que la gente disfrute y se sienta libre. Es por eso que buscan transmitir mensajes sobre la libre expresión, contra la represión y el autoritarismo; discursos que van tirando durante sus espectáculos, siendo un medio de protesta a favor de grupos vulnerables o discriminados.

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Hacerse camino

El núcleo inicial de la banda surgió en la vereda de un bar, en una noche de juerga, con Pedro Lezcano (güiro), Manuel Cardozo (bajo), Gabriel Sasanuma (teclado) e Ignacio Sáenz (batería). Empezaron a ensayar y la música comenzó a surgir, así fueron incorporándose los demás integrantes como Lucero Olazar (saxo tenor), Vetner López (congas y bongo), Marcelo Fonseca (guitarra) y Charlie Riveros (saxo alto).

“¿Y quién es El Brujo?”, pregunta la gente, pero en realidad no existe, es el colectivo el que hace la magia, y a la hora de la creación es así también. “Las composiciones parten de Gabriel, que es capaz de crear música con cualquier cosa. Él nos trae la base y nosotros tenemos la libertad de quitarle o ponerle cosas. Depende mucho también de lo que cada uno quiera transmitir”, expresa Luce.

Al principio no fue tan fácil insertarse en el ambiente musical y que se reconozca su trabajo. Pero tenían la ventaja de ser un estilo bailable, con el que las personas se pueden conectar. “Siempre es difícil empezar como banda autogestionada, porque no tenés todavía materiales y no podés pedir que te contraten con un caché. Hay que armar los conciertos, hacer a riesgo de pérdida. Pero ya estamos mejor, teniendo más contratos”, explica Lucero.

Muchas veces tuvieron problemas con bares porque los mismos les pedían que “no digan nada fuera de lugar”. Lejos de desistir, optaron por buscar otros lugares, generando sus propios espacios y fiestas en casas y boliches de amigos.

En el mes de agosto cumplieron un año tocando y lo celebraron con una gran fiesta en la Manzana de la Rivera. Ahora están buscando registrar sus materiales, como un paso necesario en el proceso de la banda. Pero según Lucero, no es nada fácil y barato. “El procedimiento es costoso y lleva mucho trabajo, pero sabemos que debemos tener un registro de nuestros temas”. Además, agrega que cada uno lleva adelante otros proyectos, porque en el país es difícil mantenerse exclusivamente de una banda autogestionada.

Como artista, insta a los músicos a que empiecen a hacer canciones con contenido, que se arriesguen a sacar todo lo que tienen adentro y digan lo que sienten. “No tengan miedo, pónganse firmes y no se dejen influir. Es difícil, pero plántense”.

La música es un lenguaje universal, y si a través de ella podemos volver a nuestras raíces y a lo que nos hace más humanos, pues sigamos bailando y cantando.

Fotos: Kari Canclini.

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De la vereda al escenario

Ambas bandas pasaron de tocar en lugares pequeños o casas de amigos, a escenarios grandes organizados por instituciones o empresas. Aprovechan esos espacios para llegar a personas que quizás de otra manera no podrían, saliendo así de su zona de confort y poniéndose a la altura de grupos con mayor trayectoria.

Los planes que tienen para el futuro son salir de la capital y llegar a otras ciudades del interior del país. También proyectan hacer viajes al exterior, tocar con otras bandas amigas e intercambiar experiencias.

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Autogestión

El proceso colectivo también implica hacerse cargo de todas las demás tareas, como organizar fiestas, montar los shows, preparar los contratos, hacer la factura, entre otros trabajos, que hasta ahora lo hacen con gusto, porque es parte también de su manifiesto, el hazlo tú mismo.