21 may. 2024

El regreso al laberinto

Somos menos a la hora de sentarnos a la mesa con vino, con poesía, con los recuerdos, pero el escritor no muere. Augusto Casola se ha ido físicamente, pero permanece en su prolífica producción literaria.

Augusto Casola con su ya característico sombrero, en una presentación de libros.

Augusto Casola con su ya característico sombrero, en una presentación de libros.

María Eugenia Ayala
Poeta y periodista
Presidenta del PEN

Club Paraguay


El escritor no muere. Solo se apaga un tiempo en el que fue de carne, hueso y polvo, pero, regresa. Regresa con el eco de sus versos, en sus inefables relatos, en esas obras que se vuelven fundamentales para nuestra historia literaria. Augusto Casola se ha ido físicamente, pero permanece en su prolífica producción literaria.

“Cuento cada vez a menos/–y eso me preocupa–/los que aún nos sentamos–/a la mesa del San Roque/pero en verdad, compañero/ no sé, preocupa un poco, / que cada vez seamos menos /los que entre trago y trago/ reptamos el desconsuelo, /hacia el inmisericorde/ y silencioso suspiro /de la aurora”. Decía Augusto en un poema publicado en una revista del PEN Club del Paraguay en 2006.

Dedicaba este poema a la emblemática mesa, que ya, por aquel entonces, iba restando plumas memorables a esa mesa por la que han pasado brillantes figuras de la literatura paraguaya. Hoy leerlo nos anuda la garganta, pues, la ironía de la vida lo ha sumado a esa lista de grandes ausentes que al más mínimo recuerdo acuden a sentarse entre sus compañeros.

“Tu voz es un eco –tan solo–/que a veces solloza/en mi memoria; /tu voz, /una caricia ausente, /un beso olvidado/–la hora ha huido– /..., tu voz, /que a veces llega /con el eco”. Siguiendo con su poesía, esto nos dice Casola en “27 silencios”, su primera obra poética. Los recuerdos, las caricias de silencio, las caricias de un mundo estrecho para él significativo, donde ausencias y silencios reúnen 27 poemas en este libro publicado en 1975.

UN ENTRAÑABLE POETA

La revista que edita el PEN Club del Paraguay, una quijotesca hazaña que él mismo emprendió hace más de 15 años y que se edita ininterrumpidamente, constituye una muestra amplia de su poesía que, en ocasiones inédita, se publicaba en esas páginas.

Augusto Casola, si bien trabajó mucho la narrativa que le ha otorgado varios premios e inmensas satisfacciones, jamás abandonó la poesía, a decir de él “la belleza en su manifestación más excelsa”. Publicó varios libros de poesía además de 27 silencios, como Tiempo, Ese pedazo de tierra mío, Haikus y Xohaikus.

Casola, en su libro Escritores notables del Paraguay y otros recuerdos recorre largamente los pasillos de la poesía, reflexiona sobre su importancia y se plantea varias preguntas. ¿Cuál es el secreto de la poesía?, ¿por qué conmueve al alma?, ¿por qué nos transfiere a una dimensión distinta de la que pisamos en general durante el día y nos permite escapar, aunque sea por un momento, de toda esa vana angustia cotidiana?

Creo que la respuesta es sencilla: La poesía nos aísla de la cotidianeidad, de la lucha diaria, de las ataduras impuestas por nuestra condición de ser y existir. La poesía es el alma al desnudo, capaz de desnudarse ante un público frío.

Era poeta y sin lugar a dudas, conocía ampliamente el sentido de hacer poesía. Fue no solo como escritor, sino también como maestro, que dejó sus huellas palpables y visibles en varias generaciones de escritores que contaban con él como guía y como lumbre en este arduo trasegar del mundo de la literatura, camino nada fácil de transitar, menos aún, si de poesía se trata.

Solía decir que no le cansaba seguir dando charlas y tratar de interesar a los jóvenes de lo importante que es la cultura para salvar al Paraguay.

LA NOVELA INCONCLUSA

Es imposible que, al recordarlo, más allá del escritor, de esa pluma que lo ubicó en el pódium de la literatura paraguaya y del maestro que también fue, no recordemos su gestión al frente del PEN Club del Paraguay.

Casola ocupó la presidencia de la institución literaria desde el 2001 hasta el 2007, logrando la reactivación de la misma.

Recordar a Augusto Casola es, traer a la mente tantos aprendizajes, tantas frases como: “La poesía no tiene fronteras que separen la vida de la muerte, como si fuese un mismo tiempo contenidas en ese amplio espectro que confiere el amor a la existencia del ser humano”.

El escritor no ha muerto. Es posible recobrarlo en todas y en cada una de estas palabras que se anidan en la memoria y, otro tanto, quedan contenidas en sus páginas escritas de tantos libros, de tantos prólogos, de tantas presentaciones de libros, de tantas revistas que las guardarán para siempre.

Permanecerá en su laberinto, en el eco de sus 27 silencios, en las historias de sus novelas que lo identificaban o hacía suyas.

Somos menos, es cierto, a la hora de sentarnos a la mesa de los escritores, con vino, con poesía, con los recuerdos, pero el escritor no muere.

Es posible que extrañemos los libros que ya no publicará, lamentar los espacios que nos quedarán vacíos en la biblioteca, sin esos títulos pendientes de los que nos habló en tantas conversaciones.

Siempre será mejor pensar que no se ha ido, que, si cruzó los umbrales de la vida y de la muerte, solo significa que es aquí y ahora, una oportunidad de volver a leerlo.

Abrir sus libros y recorrer sus historias y sus versos como si su ausencia no se sintiera. Tal vez, quizás, este sea el final de algún capítulo de una novela que dejó inconclusa, aunque no nos guste tanto y quisiéramos cambiarle el final.

Tres poemas de Augusto Casola

A la mesa del San Roque

Cuento cada vez a menos
–y eso me preocupa–
los que aún nos sentamos
a la mesa del San Roque,
mientras la noche deriva
hacia el silencio frío,
inmisericorde y triste
de la aurora.

Somos menos…
y es que poco a poco
se van al otro mundo,
los amigos.

Pero algunos quedamos
con cerveza, vino o whisky
en la mano.

Somos menos
y más viejos, por supuesto,
¿importa eso?
al convocar a ausentes,
si los recordamos vienen
a sentarse con nosotros,
a la mesa del San Roque.

Pero en verdad, compañero,
no sé, preocupa un poco,
que cada vez seamos menos
los que, entre trago y trago,
reptamos el desconsuelo,
hacia el inmisericorde suspiro
de la aurora.

(Revista 11 del PEN Club).

IX

Tu voz es un eco –tan solo–
que a veces solloza
en mi memoria;
tu voz,
una caricia ausente,
un beso olvidado
–la hora ha huido–
..., tu voz,
que a veces llega
con el eco.

(de 27 silencios).

La ciudad al amanecer

¿Recuerdas, Asunción,
el crujido antiguo de carretas
que bajan lentamente hacia el mercado?

Despertaba a esas vigilias de la aurora
del sueño de noches infantiles,
el gemido rítmico e hiriente
de carretas bajando hacia el mercado.

En mi eternidad ya muerta del ayer,
miraba el transcurrir del tiempo
a paso de burreras y carretas,
de risa destemplada de marchantes
y el rebuzno insolente
de los asnos.

(Revista PEN Club 12).

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