03 oct. 2024

El peso de la camiseta

Entre tanto sesudo análisis sobre la actualidad de la Selección Nacional de fútbol, nuevamente se pudo escuchar en uno de esos comentarios la expresión “el peso de la camiseta”.

Reconozco que no entiendo mucho de fútbol y lo que menos entiendo es precisamente lo que quieren dar a entender con eso. Y, según me explicaron, se refiere a que algunos jugadores a veces no logran dar la talla, que les cuesta, que no aguantan la presión y la gran responsabilidad, de –en este caso específico– vestir la Albirroja.

Digan lo que digan, a mi me cuesta entender que a alguien que trabaja profesionalmente en algo, y que no hace otra cosa en su vida más que patear una pelota, que a un profesional le pese una camiseta. O en todo caso, lo que esta representa. Porque además de ser su trabajo, presumo que les debería resultar divertido. Millones de niñas y niños alrededor del planeta son felices corriendo detrás de una pelota de fútbol.

Por otra parte, todos estos deportistas están jugando en clubes de gran categoría. Bueno, de algunos no se sabe bien dónde lo que están jugando, pero bueno..., en general están en las grandes ligas. Podemos suponer que les pagan bien, que es una línea de trabajo que les da satisfacciones, viven lejos del país, pero están con sus familias a diferencia de tantos compatriotas que migran por sobrevivencia. Los jugadores viven en ciudades lindas, limpias, cómodas, modernas donde tienen calidad de vida. Y cuando vienen un rato al paisito para jugar por la selección, ¿les pesa la camiseta?

Hay una anécdota muy conocida, del técnico argentino César Menotti.

“Un día fuimos a ver a la Selección Alemana, posible rival, y sus jugadores nos parecieron superhéroes. El fútbol europeo nos intimidaba por su velocidad y su fortaleza física, y Alemania, desde la misma presencia, confirmaba esa leyenda. Nadie decía nada, pero mirábamos aquel espectáculo físico con cierto complejo de inferioridad”. Sin embargo, Menotti se mantenía tranquilo y si el líder está tranquilo...

De pronto, uno de los jugadores más atrevidos, de aspecto más frágil y de origen más pobre rompió el silencio para decir, resoplando: “César, los alemanes son fuertísimos”.

“¿Fuertes?”, contestó Menotti con unos reflejos inolvidables.

No diga bobadas. Si a cualquiera de esos rubios lo llevamos a la casa donde usted creció, a los tres días lo sacan en camilla. Fuerte es usted que sobrevivió a toda esa pobreza y juega al fútbol diez mil veces mejor que estos tipos”. Esa es la actitud.

Ahora vuelvo a preguntar, cómo se atreven siquiera a sugerir que les puede pesar una camiseta; vestir la camiseta de tu selección es el sueño de todo pibe y de toda piba en el mundo futbolístico.

Si les pesa, que les pese como presión querer darle una alegría al pueblo paraguayo en todo caso. Que al menos durante 90 minutos sean empáticos, que por una vez se planteen ir hasta más allá de sus individualidades y piensen colectivamente. Es cierto que la dirigencia de la APF es de una inutilidad impresionante, que nos ha dejado fuera de los últimos tres mundiales y que se empeñan en improvisar con la cuestión de los técnicos como también sabemos que para algunos el fútbol es solo un negocio.

Y así, mientras a ellos les pesa la camiseta, a nosotros nos cuesta cada vez más vivir en este país.

Quedamos a la buena de dios, en manos de una clase política que no nos quiere, y de un Parlamento que nos avergüenza. Nos ahoga la crisis económica, la falta de empleos dignos, la precariedad laboral, la falta de medicamentos en los hospitales, y las escuelas que se caen a pedazos. Los niños y los jóvenes pobres tienen cada vez menos oportunidades, y mientras a ellos les pesa la camiseta de la albirró, acá nos humillan a diario en el transporte público y nos asaltan en cada esquina para sacarnos lo poco que nos queda.

Ellos nio tienen que correr y acertar el arco nomás, es todo lo que se les pide.

Más contenido de esta sección
A continuación, una columna de opinión del hoy director de Última Hora, Arnaldo Alegre, publicada el lunes 2 de agosto de 2004, el día siguiente al incendio del Ycuá Bolaños en el que fallecieron 400 personas en el barrio Trinidad de Asunción.