A bordo de su papamóvil, el Pontífice argentino fue acogido entre aplausos de los miles de fieles presentes –la organización esperaba casi 60.000– y gritos de “Papa Francesco”, a su llegada al Estadio Velódromo tras recorrer las calles de la ciudad mediterránea.
“Buenos días Marsella, buenos días Francia”, dijo el jesuita de 86 años a los presentes, entre ellos el presidente francés, Emmanuel Macron, su esposa, Brigitte, y la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde.
La liturgia, en la que se leyeron plegarias en varias lenguas entre ellas español, armenio y árabe, concluyó un viaje de dos días a la segunda ciudad de Francia, con motivo de la clausura de los Encuentros Mediterráneos entre jóvenes y obispos de los países ribereños.
Ante este foro, el líder de 1.300 millones de católicos pidió “responsabilidad europea” para enfrentar el “fenómeno migratorio” tras denunciar la víspera el “fanatismo de la indiferencia” hacia los migrantes.
Unos 8.500 migrantes llegaron días atrás a la pequeña isla italiana de Lampedusa tras cruzar el Mediterráneo, donde más de 28.000 desaparecieron desde 2014 en su intento de alcanzar Europa desde África.
Desde su elección como sumo pontífice en 2013, una de sus prioridades ha sido alertar sobre las tragedias de los migrantes, desde el Mediterráneo a Centroamérica o Venezuela, pasando por África, Oriente Medio, Europa o Estados Unidos, y pedir su acogida. Sus nuevos llamados se producen en un contexto cada vez más hostil para estos exiliados en Europa. Ejemplo de ello, Francia advirtió, de boca de su ministro del Interior Gérald Darmanin, que “no acogerá” a ninguno de Lampedusa. AFP