10 feb. 2025

El olor de la cueva

Alfredo Boccia Paz – galiboc@tigo.com.py

La cueva era una pestilencia. Lo decían todos en voz baja, aunque casi nadie había entrado allí. Durante más de una década solo fueron rumores y todo hubiera continuado así, si no fuera porque la cloaca de la cueva explotó e inundó de fetidez toda la comarca. Cuando alguien pudo al fin entrar, fue testigo de un espectáculo mucho más nauseoso que lo imaginado.

El Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados, una abyecta institución paraguaya, quedó al desnudo de manera inesperada: la irrupción de las grabaciones telefónicas de Raúl Fernández Lippmann, un funcionario que, pese a su aspecto frágil y su voz meliflua, concentraba un poder abracadabrante.

Los jueces, fiscales y abogados sabían que él era el hombre con quien había que hablar. Era el secretario del patrón, su correveidile y su informante de confianza.

De todos los afectados por la explosión del albañal el que más perdió fue él, pues su jefe, Óscar González Daher, sigue siendo un cacique político y económico. Fernández Lippmann presentía, sin embargo, que todo es efímero en la vida.

En uno de los audios de sus conversaciones con la fiscala Nadine Portillo reflexionaba que “todos jugamos con el poder mientras estamos. Después nos vamos a la puta y hule otra vez estamos”. Bueno, ahora está muy hule.

El patrón manejaba la cueva con un desprecio importante a las normas institucionales. En el cajón de los expedientes congelados se encontraron más de 500 carpetas, algunas de las cuales estaban allí desde hace seis años. Ese era el secreto del negocio, el arma con el que apuntaba a la nuca de los magistrados.

El chantaje volvía millonarios a la claque de la cueva, la extorsión les daba un inmenso poder y el miedo impedía que el hedor emergiera a la superficie.

En la cueva no existían reglamentos, se habían desactivado los sistemas de circuito cerrado, había sido desmantelada la sala de juicios orales y el orden del día de las sesiones era manejado arbitrariamente por el presidente y su secretario. Como en toda cueva inaccesible a la luz triunfaban la prepotencia y los abusos. Cuando sus puertas se abrieron, aparecieron planilleros, privilegiados con sueldos de más de treinta millones, acosos sexuales y múltiples despilfarros. Y eso que en las noches previas hubo un operativo de robo y desaparición de documentos.

Lo más notable es que hubo gente que sí tenía acceso a esa información, incluidos ministros de la Corte Suprema de Justicia que integraban el Jurado. ¿Nunca vieron nada, jamás desconfiaron de los procedimientos, en ningún momento se les ocurrió denunciar lo que era vox populi?

La explosión de la cloaca y sus consecuencias sorpresivas es, paradójicamente, lo más sano que le pudo pasar a esta República.

González Daher ya no es senador. Y tampoco lo será en el 2018. Lo impedirán sus propios correligionarios cuando comprueben que su presencia en los primeros lugares de la Lista 1 de Senadores es más indeseable que el olor de la cloaca de la cueva.