02 jun. 2024

El fin de la era yankee go home

El histórico acercamiento entre Estados Unidos y Cuba anunciado ayer por los presidentes Barack Obama y Raúl Castro no es fruto de la casualidad, mucho menos de la improvisación, el cálculo electoralista o un manejo caprichoso, impulsivo de las relaciones internacionales. Él ha venido siendo cuidadosamente delineado, sobre todo a partir de la salida de Fidel Castro del poder y el acceso del primer afroamericano a la Presidencia de la nación más poderosa del planeta.

Por Adrián Cattivelli

Una gran artífice de esta renovación fue Hillary Clinton. Su concurso fue crucial para que en la Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos celebrada en San Pedro Sula (Honduras), en junio de 2009, se revocara la resolución de 1962 que había excluido a Cuba del Sistema Interamericano.

Por aquel entonces yo me desempeñaba como subdirector del Departamento de Prensa de la OEA, y pude acompañar directamente el curso de las deliberaciones.

Por momentos parecía que todo acabaría diluyéndose, que las negociaciones se empantanarían; sin embargo, el tesón de Hillary Clinton, del entonces canciller brasileño Celso Amorim y del actual secretario general de la Organización, José Miguel Insulza, permitió que a las dos de la madrugada del 3 de junio se dejara sin efecto la Resolución de la reunión de cancilleres celebrada 47 años antes en Punta del Este.

“La Resolución VI adoptada el 31 de enero de 1962 en la Octava Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, mediante la cual se excluyó al Gobierno de Cuba de su participación en el Sistema Interamericano, queda sin efecto en la Organización de los Estados Americanos”, declaraba el documento.

Recuerdo que en aquella oportunidad sentí una gran emoción y un cierto orgullo personal: venía de atestiguar el desarrollo de un hecho histórico. Una vieja herida estaba siendo restañada, una reparación que generaría grandes consecuencias en la marcha de las relaciones interregionales estaba teniendo lugar.

Fruto de esa resolución, Panamá tuvo expedito el camino para invitar a Cuba a participar en la Cumbre de las Américas, que se celebrará el año que está por comenzar.

La decisión adoptada ayer por Obama y Castro supone el fin efectivo de la Guerra Fría en nuestra región. La cortina de hierro que separaba a Washington de La Habana ha sido finalmente descorrida, y ello tiene consecuencias gravitantes en la geopolítica regional.

Es el primer esfuerzo real que hace Estados Unidos por entender a América Latina. Washington supo, en el transcurso de las últimas décadas, que sin poner fin al conflicto con Cuba no había manera de darle densidad a su relacionamiento con sus vecinos latinoamericanos. La propia Casa Blanca lo reconoció ayer en su comunicado: “En determinados momentos, esta política a largo plazo de EEUU en relación con Cuba provocó el aislamiento regional e internacional de nuestro país, restringió nuestra capacidad para influir en el curso de los acontecimientos en el hemisferio occidental”.

Por otra parte, esta determinación implica también una herida mortal al tradicional y remanido discurso antiimperialista del sector más radical de la izquierda latinoamericana y de ciertos regímenes neopopulistas de nuestra región, como es el caso de Nicolás Maduro en Venezuela, quien acusará pronto impacto de las medidas anunciadas ayer entre Washington y La Habana.

Queda pendiente el definitivo levantamiento del bloqueo estadounidense a la isla. Esa será una decisión que hará justicia completa al estoico pueblo cubano y acabará por vaciar de contenido el relato conservador –valga la paradoja– de una izquierda que no siempre ha sabido comprender la magnitud de los cambios registrados en el mundo desde el colapso del modelo soviético y la llegada de un afroamericano al sillón de Abraham Lincoln.

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