29 abr. 2024

El cruel buen clima de negocios

Alfredo Boccia Paz – @mengoboccia

Un interesante artículo del diario argentino La Nación, publicado hace unos días, sostiene que el Paraguay está de moda en la Argentina por el supuesto boom económico que atraviesa. Describe las caóticas y calurosas calles de Asunción, salpicadas por múltiples torres corporativas y centenares de grúas de construcción, donde florecen modernos emprendimientos gastronómicos y hoteleros.

El reportaje recurre a la opinión de varios empresarios argentinos que decidieron mudarse al Paraguay e invertir en esos rubros y en muchos otros, como los de la moda, representaciones de marcas, turismo e inmobiliarios. Los entrevistados coinciden en algo más que la tradicional buena predisposición de la sociedad paraguaya para abrir sus puertas e integrar a los recién llegados.

Destacan, sobre todo, la estabilidad y la previsibilidad de su economía. Para quienes vienen de un país con una inflación anual de 160%, la tasa paraguaya de 3,5% es un bálsamo. Luego de vivir la catástrofe económica en que se ha convertido la Argentina, no sorprende que usen la expresión boom económico para referirse al Paraguay. No pueden creer que tengamos un crecimiento promedio del 4,5% del PIB en los últimos veinte años, una economía abierta, con reglas claras para inversiones y una recaudación tributaria inferior al 10% del PIB, mientras que Argentina y Brasil están por encima del 30%. Con estos datos, no sorprende que hayan decidido afincarse con sus negocios aquí.

Llegados a este punto, uno empieza a pensar que el artículo ofrece una versión muy romantizada del Paraguay. Felizmente, es el propio autor –el periodista Franco Spinetta–, quien presenta el dato discordante. Si las cosas están tan bien aquí y tan mal allá, debería haber una gran migración de argentinos hacia el Paraguay en busca de un mejor pasar social y económico.

Para salir de dudas, nada mejor que la ciencia. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), desde el año 2000 hasta 2020 los argentinos residentes en Paraguay pasaron de 63.006 a 99.717, muchos de ellos hijos de paraguayos residentes en la Argentina que decidieron volver. Es decir, unos 36.000 más.

En el 2000 había 392.992 personas de nacionalidad paraguaya viviendo en Argentina y, según el último censo, ese número ascendió a 900.238 personas. Es decir, unos 500.000 más.

Como se ve, son muchos más los paraguayos que se van a la Argentina, que los argentinos que vienen al Paraguay. El perfil de estos es el de personas vinculadas a inversiones y a empresas que buscan beneficiarse –con todo derecho– de una economía de bajos impuestos, con desregulación del trabajo y liberalización de la economía. No son los argentinos pobres los que vienen. Esos prefieren quedarse en un país que está en la bancarrota. Vienen los argentinos de buena posición económica, a ganar dinero en un país que les da mejores oportunidades.

La contracara de este buen clima de negocios es el medio millón de paraguayos que prefirió dejar el país del boom económico para tratar de sobrevivir en el país de la bancarrota. ¿Qué le pasa a esta gente? ¿No lee los diarios? ¿No se entera de que nuestra macroeconomía es un éxito? ¿Que la Argentina está fundida? Presienten que, allí, pese a todo, subsiste una protección estatal que brinda la salud y la educación pública que “el país de moda” les niega.

El modelo paraguayo es lacerantemente cruel. Seis de cada diez trabajadores son informales, la cobertura de salud es deplorable, la tercera edad está abandonada a su suerte, muy pocos tienen jubilación, la educación es espantosa, el Estado no existe en la cuestión social.

Ese Paraguay con glamour que se ve en las revistas empresariales es para muy pocos. El otro, el de las mayorías, solo aparece en las estadísticas de las desigualdades sociales. Ambos conviven gracias a un extraño y casi surreal equilibrio entre una élite política, una burguesía fraudulenta y el crimen organizado. Por eso, cuando leo que en Asunción hay “un gran clima de negocios”, no puedo dejar de preguntarme, para quién.

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