Ese rosario interminable de lamentos estalla cada cierto tiempo en un reclamo agónico y masivo cuando las migajas medicinales dejan de caer de la mesa de los burócratas y la lenta agonía se convierte en una sentencia de muerte. En estas semanas volvió a pasar. Y como en casi todas las luchas sociales en el país, la protesta tiene rostro de mujer. Madres, abuelas e hijas, enfermas oncológicas con la cabeza desnuda o el cuerpo mutilado, recordándole al Gobierno de turno las eternas promesas de campaña de acabar con ese maltrato cotidiano, con ese Estado asesino que fulmina con su ineficiencia, un Estado cuya prioridad sigue siendo garantizar zoquetes a su clientela política y licitaciones a los financistas de la toma del poder.
Por supuesto que no hay forma de resolver esta tragedia de manera inmediata, no hay un presupuesto que pueda financiar el tratamiento de cada uno de los pacientes que llega a la atención médica con un grado dolorosamente avanzado de la enfermedad, no hay recursos suficientes para poner a disposición lo último que la ciencia ha producido para curar o prolongar la vida.
Esa legión lacerante de enfermos es la consecuencia de la improvisación, de un aparato estatal incapaz de aplicar políticas públicas de prevención y de detección precoz, un Estado que engorda la nómina del personal con la prole política, que rifa recursos en bocaditos, publicidad o viáticos para congresos en el Caribe, pero no puede tener mamógrafos funcionando. Un Estado que compra sillas nuevas para las sentaderas del poder, pero no puede ofrecer una sola plaza limpia y segura para prolongar la vida del contribuyente con una caminata de 30 minutos diarios.
No es la práctica de un gobierno en particular, es el modus operandi de un partido con alma de filibustero que toma el aparato público con la lógica del abordaje pirata, para hacerse con el botín y no para calafatear la embarcación y darle un nuevo rumbo. Puede haber un ministro que quiera hacer bien las cosas, un director médico que pelee por un mejor presupuesto, un oncólogo que se desviva por salvar a su paciente, pero ningún esfuerzo aislado puede corregir el derrotero anárquico de un bergantín a la deriva.
Resolver el entuerto puede llevar años, un tiempo que esta maldita enfermedad rara vez concede. Ahora mismo nos urgen dos cosas: ver que esa planificación para corregir el rumbo se esté haciendo, que hay cuanto menos un equipo trazando líneas en el mapa… y una salida inmediata a los enfermos de hoy.
Mientras el presidente de Diputados se infla como un pavo anunciando la cantidad de postulantes que se presentaron al llamado para contratar más gente, y el titular del Congreso remueve funcionarios que ingresaron por concurso para meter a sus operadores y amigos, que nos falten recursos para salvar una vida hace de este un Estado asesino, un verdugo con un pañuelo color sangre atado al cuello.