17 jun. 2024

Educar para la acción

Jacques Delors tenía razón. Desde la Unesco nos dijo que los cuatro pilares para constituir la educación del siglo XXI son: Aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a convivir y aprender a ser.

“Aprender a hacer” porque la acción es esencial y definitiva en el ser humano, en cada persona y su personalidad. Jesús de Nazaret lo dijo metafóricamente: “Cada árbol se conoce por su fruto, porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El que es bueno, de la bondad que atesora el corazón, saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa del corazón, lo habla la boca” (Lc 6,39-45).

Jesús, además de afirmar que la acción define la identidad de la persona y refleja su calidad moral, resalta que el origen de la acción se decide en el corazón, en el ámbito afectivo.

La acción es consustancial al ser humano, disminuye en estados de debilidad y enfermedad, y solamente con la muerte desaparece totalmente.

Lo dicho compromete a padres y educadores profesionales a educar para la acción y hacerlo con pedagogía activa, porque a hacer se aprende más y mejor, haciendo.

Los educadores deben ayudar a hijos y educandos a que tengan conciencia del enorme potencial de acción que, en condiciones normales, tenemos los humanos; deben comprender que cuanto mayor sea su desarrollo integral, mayores serán las posibilidades de acción por propia iniciativa, con mayor autonomía y mayor número y diversidad de actividades podrán realizar.

Una simple observación es suficiente para constatar la cantidad de acciones posibles, de su importancia y trascendencia, lo que quiere decir que podemos elegir y decidir si hacer o no hacer y cómo, cuándo, para qué y para quienes.

Es múltiple la diversidad de acciones que realizamos todos cotidianamente y más si consideramos las normales y las extraordinarias, por eso es difícil intentar clasificarlas; sea cual fuere el criterio elegido para clasificarlas, probablemente quedaremos insatisfechos, porque no lograríamos ubicarlas a todas.

Si alguien estuviere interesado en este ejercicio intelectual, le sugerimos tomar como criterio de clasificación, las acciones correspondientes a cada una de las cuatro dimensiones esenciales constituyentes del ser humano: las acciones biológicas y corporales, las psicológicas, las sociales y las espirituales. Este inmenso potencial de acción humana evidencia que estamos viviendo constantemente en estado de elección y decisión, consciente o inconscientemente.

Educar para la acción implica ayudar a hijos y educandos a desarrollar capacidades y competencias, que son el conjunto de componentes personales, que los hacen competentes; conocimientos, actitudes, procedimientos, que hacen posible saber actuar eficazmente en una situación determinada.

Obviamente, la adquisición y el desarrollo de las competencias es un proceso progresivo y bien diferenciado; no es lo mismo adquirir competencias escolares, qué competencias profesionales y no son las mismas las competencias necesarias para ser ingeniero, que para ser médico.

Los resultados de nuestra educación nacional inducen a pensar que la mayoría de nuestros docentes y el mismo MEC no tienen claro cuantas y cuales deben ser actualmente las competencias escolares y cómo educar para que los educandos las logren.

Los cambios acelerados por nuevos contextos culturales, nuevos conocimientos, ciencias y profesiones, nuevos modos de vivir y relacionarnos, requieren nuevas competencias y consecuentemente urgente actualización del sistema y los procesos educativos.

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