21 may. 2024

Defensa de la cachaca

Por Andrés Colmán Gutiérrez – Twitter: @andrescolman

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El periodista Andrés Colmán Gutierrez. | Foto: Archivo.

No soy fan ni seguidor. No me gusta como estilo musical, probablemente no compraría un disco de Bronco, ni incluiría sus temas en mis play list de SoundCloud o Spotify, pero desde hace tiempo me interesa la cachaca como fenómeno social. Por tanto, me sumo a la polémica que generó un artículo de Adrián Cattivelli en esta misma sección (La cachaca: Ese símbolo de hambruna intelectual).

El Paraguay no tiene mucha riqueza y variedad en sus expresiones musicales folclóricas, como otros países. Nuestros principales sonidos siguen siendo la polca, con nombre de danza europea, y la guarania del gran Flores, con otras creaciones –como la Avanzada– que no hallaron gran suceso.

Durante tiempos el folclore paraguayo se estancó y dejó de reflejar el sentir popular. En los años 70, músicos campesinos crearon el purahéi jahe’o, que expresaba el sentir profundo de una cultura agonizante, pero los sectores intelectuales lo ignoraron y despreciaron.

Cuando los campesinos, expulsados por la guerra de la soja, migraron a las ciudades, sufrieron otro proceso de trasformación. Necesitaban una nueva música que expresara esa identidad suburbana, de violencia, machismo, humor fácil, fatalismo, amores desgraciados... y que se pudiera bailar con mucho ritmo.

Como los creadores paraguayos no fueron capaces de crear está música, la gente se apropió del ritmo que llegaba de otros países latinos. El cumbión mexicano, la cumbia colombiana, la bailanta y la cumbia villera argentina, dieron las bases. Aquí la bautizaron “cachaca”, feminizando el vocablo “cachaco” que en Colombia designa con cierto desdén a los bogotanos.

Caracterizado por un sonido llano y simple, con una reiteración rítmica sin variaciones y con versos tan básicos como el lenguaje cotidiano, la cachaca se metió hondo en el alma popular.

Tanto en las villas suburbanas, como en los ranchos campesinos más distantes, lo que sonaba ya no eran las polcas Emiliánore, sino las loas a la minifalda de Reinalda o la historia de Sergio el Bailador. Aunque a los nacionalistas les duela, la nueva música folclórica del Paraguay ya no era la polca o la guarania, sino la cachaca, cuyos intérpretes locales, con temas propios, pronto surgirían en la forma de kachorras, marilinas y talentos de barrios.

Lejos de ignorar o despreciar este fenómeno, hay que estudiarlo, entenderlo, otorgarle su verdadera significación. El Paraguay del siglo XXI es otro, rico en expresiones como el rock, el metal, la música clásica o sinfónica, el folclore fusión, la canción social urbana, el jazz, el hip hop, el reguetón... Pero en los escenarios de las manifestaciones sociales masivas de nuestro pueblo, la música que le da banda sonora a la vida cotidiana... sigue siendo la cachaca.

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