En las últimas 24 horas sumaron dos más. El viernes a las 5:00 de la mañana, José Domingo Miranda Fariña salió de su casa en la fracción San José, barrio Don Bosco. No dijo adónde iba. No llevaba documentos. Su hermano, Antonio, denunció que José padece trastornos mentales y que su desaparición lo dejó sumido en la desesperación.
En la Comisaría 22.ª de Don Bosco, el acta número 214/2025 relata escuetamente los hechos. El protocolo se activó. Se comunicó a la Dirección de Policía, al agente fiscal de turno, al 911 y a la División de Búsqueda y Localización. Pero el paradero de José sigue siendo un misterio. Un hombre de 51 años, solo, frágil, invisible.
Lea más: Ejecutivo crea el sistema de búsqueda de personas desaparecidas sin esperar al Congreso
Una hora y media después, en el barrio 23 de Octubre de Ciudad del Este, María Fátima Pereira Carballo, brasileña de 36 años, dejó su casa sin decir palabra. Su pareja, Fabián Samudio López, denunció la desaparición en la subcomisaría 4.ª. Lo paradójico es que ni siquiera conoce todos sus datos: ni número de cédula, ni familiares, ni contactos. Solo sabe que vivían juntos, y que ya no está.
El caso quedó registrado bajo acta N.º 179/2025. También se activaron los canales oficiales, pero sin información suficiente, la búsqueda avanza lentamente. María Fátima, como muchas mujeres migrantes en frontera, es casi una sombra en los registros oficiales.
En Naranjal, otro silencio sacudió la noche del 23 de julio. A las 23:00, una adolescente de 14 años, identificada por sus iniciales A. B. M. V., salió de su casa sobre la avenida principal y nunca regresó. Su madre, Marina Martínez Vázquez, formalizó la denuncia recién al día siguiente, a las 15:50. La fiscal María del Carmen Meza fue notificada, y tras la búsqueda fue encontrada en Santa Rita. Se investiga abuso sexual en este caso.
El 22 de julio, M.A.B.M., un adolescente de 16 años, dejó su casa en Ciudad Nueva de Ciudad del Este, tras una discusión familiar. Su madre, envuelta en una pelea conyugal, apenas notó su partida. Hasta ahora, sigue sin volver.
Ese mismo día, en Presidente Franco, Sofía Maricel Aguiar Morínigo, de 18 años, fue hallada caminando sola por su madre después de haber desaparecido la noche anterior. La joven no explicó nada. La policía cerró el acta y siguió adelante.
Entérese más: Casi 300 niños y adolescentes fueron denunciados como desaparecidos de enero a marzo en 2025
También se reportó la desaparición del brasileño Felipe Benevides da Silva, de 25 años. Cruzó a Ciudad del Este el 21 de julio y no volvió a comunicarse con su madre, quien denunció el hecho desde Foz de Yguazú. Se lo vio por última vez frente a una casa de cambio. Su celular estaba apagado. Horas después, un video publicado en redes confirmó su regreso a Brasil. Nadie supo qué pasó. Se habla de supuesto intento de tráfico de órganos.
Y hay más. En Minga Guazú, el 11 de julio, Ada Albina Gómez Galeano, de 35 años, salió de su casa y nunca volvió. Su hermana declaró que Ada tiene problemas de adicción. El caso está abierto, pero sin pistas firmes. Como muchos otros, desapareció sin dejar huellas.
Sigue la lista con N.A.O.C., de 15 años. Se fue de su casa el 22 de julio con todas sus pertenencias. Al día siguiente, fue localizada en la vivienda de una mujer que alegó no saber que se trataba de una menor. Pasó por la Fiscalía antes de regresar con su madre. Es un patrón que la policía conoce de memoria. Jóvenes que se escapan por amor, por rebeldía, por miedo o por cansancio. La mayoría vuelve. Pero algunas no.
Igualmente, familiares de Francisco Daniel López Peña, de 25 años, aguardaban noticias que les devolvieran algo de esperanza. La búsqueda del joven, desaparecido hace ya más de una semana, se intensifica en el río Paraná, en Presidente Franco. Francisco fue visto por última vez el pasado 18 de julio pasado, cuando salió de su casa a las 16:30, a bordo de su motocicleta. Llevaba puesta una campera y un pantalón jeans de color negro.
Rutina silenciosa
Las comisarías del Alto Paraná lidian con estos casos como parte de una rutina silenciosa. Reciben denuncias, redactan actas, llaman a fiscales, activan el sistema 911. A veces, todo se resuelve en horas. Otras veces, nunca.
Las causas son múltiples: conflictos familiares, consumo de drogas, violencia intrafamiliar, trastornos mentales, relaciones ocultas, abandono, pobreza. Las consecuencias, siempre impredecibles. En algunos casos, la desaparición es un acto de desesperación; en otros, un crimen en desarrollo.
Aunque la mayoría de los desaparecidos son localizados, el fenómeno crece. La mayoría son adolescentes o adultos jóvenes. Las redes de trata de personas, el abuso sexual, la explotación laboral o el consumo problemático son peligros constantes que acechan desde las sombras.
Detrás de cada desaparición hay una madre que no duerme, un hermano que pega carteles, una comisaría que intenta contener, y una comunidad que observa sin saber qué hacer. Porque cuando alguien no vuelve, el tiempo se detiene. Y el silencio pesa más que nunca.