10 ago. 2025

Criadazgo: Infancias en peligro “son archivadas” en Paraguay, afirman organizaciones

La forma de trabajo infantil más naturalizada e ignorada en Paraguay es el criadazgo. Los expedientes muestran el peligro, la violencia y la indiferencia estatal ante la situación que viven niños, niñas y adolescentes desarraigados y alejados de sus familias.

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Cada 12 de junio se conmemora el Día Mundial contra el Trabajo Infantil.

Foto: ÚH.

El criadazgo sigue vigente en Paraguay y es una de las formas más extendidas, naturalizadas y peligrosamente invisibilizadas de trabajo infantil. Hasta parlamentarios como Gustavo Leite y Dionisio Amarilla justifican estas prácticas como una cultura o paraguayidad en plena sesión del Senado.

En la realidad, con estas prácticas, niños, niñas y adolescentes, en su mayoría de zonas rurales y situación de pobreza, son alejados de sus familias y trasladados a casas de terceros para realizar trabajo doméstico a cambio de alojamiento, comida y educación.

Sin embargo, lejos de representar un beneficio, se les expone a situaciones de explotación, abuso físico, emocional y, en muchos casos, sexual, además del abandono escolar y el aislamiento familiar.

“El criadazgo es un tipo de violencia estructural, disfrazada de costumbre. Nombrarlo, visibilizarlo y cuestionarlo es el primer paso para su erradicación”, sostuvo al respecto Marta Benítez, directora de Global Infancia.

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En conmemoración del Día Mundial contra el Trabajo Infantil, organizaciones de la sociedad civil hicieron circular este jueves biblioratos bajo la consigna “Infancia archivada” con expedientes ficticios, pero construidos a partir de experiencias reales de personas que vivieron esta situación durante su infancia.

“Esta acción busca instalar una conversación necesaria. Nombrar el criadazgo es el primer paso para visibilizarlo y comprometernos, como sociedad, a erradicarlo”, afirmó a su vez Cynthia Florentín, directora ejecutiva de la Coordinadora por los Derechos de la Infancia y la Adolescencia (CDIA).

La Encuesta Nacional de Actividades de Niños, Niñas y Adolescentes, realizada en 2011, evidenció al menos 47.000 casos de criadazgo en el país. Las cifras no se actualizaron desde entonces, pero la problemática sigue vigente.

Algunos casos

Uno de los expedientes reflota la experiencia de Susana, una niña de 9 años que fue alejada de su hogar en Guairá para trabajar en una casa familiar del barrio Mburicaó, de Asunción.

Se encargaba de preparar las comidas para cinco personas, de la limpieza, lavado y planchado, además del cuidado de tres niños de 1, 3 y 5 años. Si algún juguete aparecía roto, la niña quedaba sin cena como castigo.

Aunque asistía a la escuela, tenía muchas faltas, en ocasiones se escondía en el baño y decía que extrañaba a su mamá. En los brazos tenía lesiones por “accidente con la plancha” y cuando pedía regresar a su casa para “visitar a su abuela enferma”, la petición era denegada por los propietarios de la vivienda.

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Celia, de 8 años, estaba a cargo del cuidado de un bebé en Asunción y tenía prohibido distraerse con los juguetes.

Lourdes, de 12 años, cuidaba de un adulto mayor y hacía labores domésticas, últimamente no asistía a la escuela y leía libros donados por los vecinos a escondidas.

Mónica, de 14 años y oriunda de Guairá, también cuidada de una adulta mayor. Cuando lloró mientras hablaba por teléfono con sus familiares, se le prohibió hacer llamadas.

Milena, de 9 años, de Caazapá, fue desarraigada y obligada a vivir en Villa Elisa para cuidar de otros niños y cocinar. En una ocasión, fue encontrada dormida en el piso con la escoba en la mano y fue castigada.

En todos los casos, las niñas víctimas hacían labores domésticas y de cuidado durante una jornada completa, sin remuneración y sin acceso a derechos básicos.

Los niños también sufren estas prácticas, pero con trabajos más pesados que suponen lesiones por sobrecarga y accidentes. Por ejemplo, Ricardo, de 13 años, cargaba bolsas de cemento, hacía la mezcla y subía a los techos los materiales.

Debido a estos trabajos no adecuados a su edad, tenía quemaduras dolares y marcas en la espalda. Solo podía comer cuando terminaba todas sus tareas asignadas.

Damián, de 11 años, trabajaba en una tienda familiar, donde acomodaba productos de estantería, cargaba bolsas pesadas y ayudaba en el cuidado de un niño. Joel, de 12 años, se encargaba de trabajos de jardinería y mantenimiento.

Quienes “asistían a la escuela” no lo hacían con regularidad, usaban útiles donados por otras personas, reportaban ausencias y bajo rendimiento.

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