Por Pedro García Garozzo
Los primeros espectáculos del deporte más popular que se llevaron a cabo sin que estuviera presente el astro rey, bajo un techo de estrellas y con luz artificial, datan de fines de los años treinta, en coincidencia con el regreso del fútbol, después del obligado paréntesis que se produjo entre 1932 y 1935.
Pero solo fue con carácter experimental, y ni siquiera albergó alguna justa oficial. Ese fallido intento, pues resultaba muy poco segura y demasiado precaria aquella instalación, dejaba caer una tenue luz proveniente de focos sobre extensiones de cables colgantes, que cruzaban toda la cancha de Olimpia.
Por eso mismo, no tuvo continuidad. Pero vale la cita, más como anécdota y por el valor como registro estadístico que encierra.
La primera instalación fija, y que sí fue ya utilizada para competencias oficiales locales e internacionales, fue la del estadio Adriano Irala, el viejo escenario del club Cerro Porteño, en plena década de los cincuenta.
Después, el Manuel Ferreira del club Olimpia fue el segundo campo iluminado. Y pasaron muchos años hasta que se dotó igualmente de instalación eléctrica al Defensores del Chaco, cuando todavía no llevaba ese nombre y era solo conocido como el estadio de la Liga o de Sajonia.
En puridad, el principal coliseo deportivo del país tenía ya entonces un nombre. Pero nadie lo recordaba. Ni siquiera los medios de comunicación, que, incluso, impulsaron una campaña para darle un apelativo. Uno de los periódicos de la época enfatizaba la necesidad de “bautizarlo” y en las síntesis de los partidos que allí se cumplían, se podía leer: Estadio: Sin nombre.
La primera denominación por resolución unánime del consejo directivo de la Liga, que jamás fue derogada, era el de Uruguay, en homenaje al glorioso fútbol charrúa, dos veces campeón olímpico (1924 y 1928) y primer campeón mundial de la FIFA.
La medida fue dispuesta inmediatamente después del primer certamen ecuménico cumplido en el estadio Centenario de Montevideo en 1930.
Justo después de ello, el fútbol dejó de tener vigencia en nuestro país, debido a la Guerra del Chaco, y el estadio pasó a ser cuartel general de las tropas paraguayas.
Cuando recuperó su vigencia como escenario deportivo, habían pasado muchos años y el incipiente periodismo deportivo de entonces, no reparó en el hecho de la denominación oficial que se le había dado.
En un país de clima tan caluroso como el nuestro, el montaje de espectáculos nocturnos es una necesidad ineludible.
Pero recién en el presente siglo, el más popular de los deportes ha podido ponerse a tono con este imperativo categórico, pues hasta el cierre de la centuria anterior, eran contados con los dedos los rectángulos acondicionados con luz artificial para que pudieran en ellos desarrollarse jornadas nocturnas.
La Copa América de 1999 posibilitó que plazas del interior, que fueron incluidas en la programación del certamen balompédico continental, se sumen a los pocos campos con lumínica que entonces existían.
Ya desde el arranque del siglo XXI, a partir del Roberto Béttega de Tacuary y la incorporación de Libertad que habilitó la lumínica de su remodelado estadio en ocasión de su centenario, en forma sucesiva, la gran mayoría de las instituciones incluyó luz artificial a sus canchas.
La historia se ha invertido y hoy se ha dado vuelta, siendo contados con los dedos, los clubes en los que todavía no se puede jugar de noche.