Tenía apenas 19 años y toda una vida en sus manos curtidas por el trabajo. A esa edad, muchos piensan en universidades, fiestas o futuro incierto. Pero Jonas ya llevaba años sumergido en el universo metálico de la tornería. Nacido en San Cristóbal, pero residente de Naranjal, cuenta que la idea surgió entre tornos, limaduras y el eterno murmullo del taller.
“Todo empezó por la curiosidad de cómo sonaría un motor de auto en una moto. Llevo construidas más de dos motos, y esta es la más grande. Me tomó casi cuatro años terminarla, trabajando solo en fines de semana, feriados, y después del horario comercial. Empecé en 2021, paré un tiempo para emprender mi empresa y este julio, finalmente, la terminé. Siempre inventé cosas con hierro. Más de dos motos antes de esta ya había armado”, cuenta.
Pero esto sería diferente. Esta sería su tesis, su obra cumbre, su propia facultad. Porque Jonas no cursó ninguna carrera, no asistió a aulas ni tomó apuntes. Su universidad fue el taller, su tesis una motocicleta, y su diploma, la satisfacción de haber aprendido construyendo.
APUESTA AUDAZ. La moto, asegura, no es para competir ni para vender. Es personal, su creación más íntima. “Aunque no me animo, puede correr hasta 200 km/h. Consume un litro cada 13 kilómetros. Todo el sistema lo hice yo: El cardán, la transmisión, el diseño... Es un proyecto de pasión”.
Su camino con los fierros empezó a los 10 años, con una bicicletería que él mismo gestionaba. Más adelante, llegó el llamado de Arnaldo Cezemer, que lo invitó a trabajar con él. “Allí aprendí todo lo que sé. Estuve siete años con Arnaldo. Fue mi maestro”.
Jonas dejó la escuela temprano, decisión que no fue fácil ni para él ni para su familia. “Mis padres no estaban de acuerdo, querían que siga estudiando. Pero yo sabía que lo mío era esto. Me gusta trabajar, me gusta construir. Nunca me faltó comida, gracias a Dios, pero necesitaba seguir mi pasión”.
Hoy es dueño de su propia metalúrgica, con más de seis funcionarios a su cargo. Produce andamios que se distribuyen por todo el país. Su emprendimiento, nacido del esfuerzo y la creatividad, se convirtió en referencia en Naranjal. “Como dice mi mamá, soy un ejemplo de superación”.
El taller creció, llegaron los pedidos, y con apenas 23 años ya lidera una firma con más de seis funcionarios. “Hoy somos referencia en metalúrgica en todo Naranjal. ", afirma con la firmeza de quien se hizo a sí mismo.
PODEROSO. La motocicleta tenía el corazón de un Toyota Vitz de 1.300 cc, suspensión trasera a aire, transmisión a cardán diseñada y fabricada por él mismo, caja automática y marcha reversa. Consume un litro cada 13 kilómetros y, aunque no se atreve a probarlo aún, calcula que puede alcanzar los 200 km/h.
No es para competir. No es para vender. Es para él. Para sentirse vivo. Para recordarse de qué está hecho. “La moto fue mi facultad. Me formé en ella”, dice, sin titubeos. Es una afirmación más poderosa que cualquier diploma.
Jonas Falinski, representa al ingenio rural, ese que nace lejos de los reflectores. Su nombre suena con respeto entre los metalúrgicos de la zona. La motocicleta, más que un vehículo, es un símbolo. Un monumento rodante a la perseverancia. En cada tornillo hay una lección, en cada soldadura, una historia. La historia de un joven que convirtió su pasión en un proyecto, su proyecto en una profesión, y su profesión en una forma de vida.
En algún taller de Naranjal, se escucha el rugido de un motor. No es solo ruido. Es la prueba de que los sueños, con trabajo y voluntad, también pueden andar sobre ruedas.