01 sept. 2024

Color de oso

Me preguntaba por qué padres con dinero suficiente como para pagarles a sus hijos una educación de lujo en cualquiera de las mejores universidades del planeta, asegurándoles una formación académica inalcanzable para el 99,9 por ciento de los jóvenes de su generación terminan costeando, como mucho, alguna carrera de opereta en universidades. Para engancharlos, finalmente, en la nómina pública, en un cargo irrelevante y oneroso para los contribuyentes. Entonces, recordé a Darwin y encontré la respuesta.

Si el naturalista inglés viviera en nuestro tiempo, no perdería el suyo en las Galápagos. Con un par de meses de observación escrutando la notable fauna política paraguaya habría encontrado los mismos elementos que lo llevaron a formular su teoría de la evolución mediante selección natural. Quizás solo debería replantearse el sentido positivo que parece denotar esa palabra. Acaso sería más preciso hablar de involución.

Pero repasemos lo básico de la teoría darwiniana para ver luego cómo la realidad local la confirma, aunque con algunos matices particulares. Tras largos años de investigación y observación, Darwin concluyó que la diversidad de las formas de vida que existen en el planeta es el resultado de cambios (mutaciones) que se producen en todas las especies a lo largo del tiempo (cientos de miles de años) y que permanecen o no según se conviertan en una ventaja o una desventaja para la supervivencia. Una mutación hizo que una osa gris diera a luz un cachorro albino en el polo. Su pelaje blanco le permitió pasar desapercibido en la nieve, dándole una ventaja definitiva a la hora de cazar. Un par de miles de años más tarde solo quedaban osos blancos en el polo.

Volvamos ahora a mi pregunta inicial y la respuesta darwiniana. Casi un siglo de ejercicio prebendario del poder terminó moldeando valores y principios criollos acordes con la teoría de Darwin. El detalle que marca la diferencia es que estos rasgos no son genéticos, sino culturales y, por lo tanto, tienen que ser aprendidos. Un corrupto necesita transmitir sus conocimientos sobre los métodos de la fermentación pública. La tierna podredumbre no se forma por generación espontánea. Hay que educarla.

Esto responde a mi cándida pregunta inicial. Si en tres cuartos de siglo hemos visto cómo familias enteras, generación tras generación, han logrado amasar, mantener e incrementar fabulosas fortunas mediante el control del Estado, de sus instituciones y del dinero público, ¿por qué se arriesgarían a perder calidad de vida inculcando a sus vástagos un camino diferente?

El ex senador Juan Carlos Galaverna es un buen ejemplo del modelo darwiniano. En cuatro décadas, ha pasado de subsistir regenteando un carrusel a vivir en opulencia. En el camino nunca tuvo empacho de pasar de una carpa política a la otra, de alabar o insultar a la misma persona, de afirmar que hay asesinos en una organización para luego formar parte de ella, de confesar delitos o de atribuírselos a otros. Él es el animal político por excelencia, capaz de adaptarse a las circunstancias más extremas, como los blatodeos que se esconden en las alcantarillas.

Pretender que su prole siga un camino distinto es ir contra la lógica de la selección natural. ¿Por qué estudiar en Harvard o cuando menos en la UNA si para emular el éxito del padre o la madre lo importante es la conexión con la suculenta vena tributaria del Estado?

¿Para qué perdería el valioso tiempo de su hija el vicepresidente Pedro Alliana pagándole una facultad sería si toda la familia se consiguió un título en el negocio del amigo? ¿Para qué someterla al estrés de un concurso o a buscar espacios en el incierto y riguroso mercado laboral privado cuando se puede tutelar su conexión y ascenso conectado a la ubre del Estado? ¿Será que tienen la razón? ¿Somos nosotros los inadaptados que gastamos hasta lo que no tenemos para que nuestros vástagos agoten neuronas estudiando Medicina o alguna otra intrascendencia evolutiva bajo la cándida premisa de que nos salvamos todos o no se salva nadie?

¿Somos los osos blancos o los grises? Algo es seguro. Los osos no tuvieron la posibilidad de votar, nosotros sí. Si nos extinguimos, la culpa será nuestra.

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A continuación, una columna de opinión del hoy director de Última Hora, Arnaldo Alegre, publicada el lunes 2 de agosto de 2004, el día siguiente al incendio del Ycuá Bolaños en el que fallecieron 400 personas en el barrio Trinidad de Asunción.