Hasta ahora nuestros impuestos se usan 76% para pagar salarios a más de 300.000 funcionarios. No contentos con todo esto, algunos desde la secretaría encargada de la tributación se quedan con el 50% de lo recaudado en multas, lo que los convierte en una casta dentro de un sistema desigual. A todo lo ya conocido (presentismo, bonificaciones, suplementos, mitad de pago por servicios, etc.) hay que sumarle un porcentaje por hacer “su trabajo”. Afirman que eso está en la ley desde el año 1991 y como celosos custodios de la misma, nada pueden hacer. Claramente es inmoral, inconstitucional y una bofetada a un país pobre que tiene que solventar a una clase parásita que desangra el país y debe cambiarse.
Hace más de dos mil años Cicerón hablaba de que “la deuda pública debe ser disminuida, la arrogancia de los funcionarios públicos debe ser moderada y controlada… para que Roma (el país) no vaya a la bancarrota”. Ciertamente, ni ellos ni nosotros pareciéramos haber aprendido la lección.
Estamos incrementando la deuda pública de manera considerable, el tope al déficit fiscal es historia y la reforma del Estado absolutamente fuera del foco de atención de nuestros administradores. Cada uno de ellos, desde Hacienda hasta la última repartición, piden más salarios, bonificaciones e insultan a su paso la racionalidad del contribuyente que apenas puede sostenerse.
Vamos camino a acabar con la democracia con este tipo de situaciones. El enojo de la gente será indetenible, no alcanzará con la idea de una casta privilegiada con capacidad de sostenerse en sus privilegios por mucho tiempo y cuando eso acontezca, perderemos todo. Con un gobierno débil parece imposible que la codicia se modere porque la situación estimula a cualquier grupo a demandar lo imposible, sabiendo que la administración no tiene fuerza ni integridad para rechazar sus demandas.
Una democracia de privilegios es insostenible. Nunca lo fue y todo gobierno que se sostuvo en ellos maladministró los recursos, o fue inútil en términos de gestión, terminó acabado. La historia está llena de estos ejemplos. Jueces que piden más salarios, funcionarios en igual condición y los de las binacionales siendo ayudados para comer y transportarse a pesar de los salarios de Singapur, no son buenos signos. Estamos rifando la democracia de manera irresponsable y corremos serio riesgo de perderla.
Las virtudes de los pueblos y gobernantes es entender la realidad y actuar en consecuencia. En medio de un año lleno de precariedades y dificultades económicas hay sectores del cuestionado servicio público que no quieren entender lo que pasa y fuerzan llegar a un presupuesto donde el 100% esté destinado a pagar sus salarios y privilegios y parece que no están dispuestos a detenerse en sus demandas. La codicia está absolutamente fuera de cualquier moderación y hay que acabar con ella por el bien de todos.