Los aciertos suelen tener muchos padres y los errores están condenados a una imperturbable orfandad. La negligencia que rodeó al tratamiento institucional, tanto a nivel municipal como estatal, del drama de los raudales cae lamentablemente en la última categoría.
Mario Ferreiro se encuentra en el timón de la Municipalidad de Asunción desde el 19 de diciembre de 2015. En tres años y medio su administración no hizo ninguna obra de envergadura para solucionar el reiterado anegamiento de las calles. Es más, en el 2018 tuvo a su disposición G. 30.132 millones para enfrentar el problema, y no gastó un mísero guaraní de ese rubro. En un comunicado de último momento sostiene que esa partida no fue ejecutada porque está pendiente la adjudicación del drenaje pluvial.
Precisamente usa esta frustrada licitación como defensa por su inacción. Es una declaración con medias verdades. El gasto puede que exceda la capacidad financiera comunal, pero tampoco estuvieron especialmente interesados en presionar al Gobierno Central para que les dé la ayuda requerida. Como no pudo apurar los pasos burocráticos ni conseguir una actuación más expeditivas de los concejales ahora se ve forzado a plantear una declaración de emergencia para subsanar el problema.
Y el Estado –tanto bajo el mando de Horacio Cartes como con Mario Abdo Benítez– no mostró mayor empeño en colaborar para salvar el caos que atrapa con cada lluvia.
Este es el más lamentable de los ejemplos de cómo los funcionarios públicos electos son muy cortos de mira, pues prefieren actuar con mezquindad política y sin ningún afecto patriótico verdadero dejando que una situación siga agobiando de forma casi perenne a la población.
Comparten la paternidad no deseada de esta negligencia todos los gobiernos comunales y nacionales de las últimas tres décadas. Pero también hay otro responsable directo. Es el electorado que continúa votando personas y no propuestas.
Desde la época colonial, las riadas callejeras son moneda corriente. Ahora lo preocupante es que el fatalismo autóctono normalizó este fenómeno y ya lo integra al panorama típico de la ciudad con cada lluvia. Los afectados pegan el grito al cielo por los daños causados por la naturaleza y porque ellos son potenciados por la ineficiencia de sus autoridades; sin embargo, pasada la situación entran en un letargo, se olvidan del sufrimiento.
Es por ello que en cada jornada electoral municipal el ciudadano asiste con una fe ciega y tonta a las urnas para votar por el menos peor, sin exigir programas y proyectos efectivos para solucionar esta triste realidad. De esta manera se eterniza la inoperancia, la desidia y la más rampante irresponsabilidad.
Paraguay es bendecido por la naturaleza. Ella es muy generosa y benigna para con los habitantes de este hermoso suelo. Nos ha librado de terremotos asesinos, huracanes salvajes, monzones inmisericordes y nevadas sombrías.
Nosotros retribuimos esta gracia con una torpeza digna del mayor de los reproches. Es hora de que maduremos. Las autoridades y la ciudadanía deben ponerse los pantalones largos y de una vez por todas empezar a encontrar soluciones. Es hora de dejar de lado las excusas. No nos podemos ahogar más en la mediocridad.