Las pantallas, el abandono emocional y la falta de contención familiar se convierten en terreno fértil para las adicciones y ante este flagelo, Fátima María Fernández Ramírez es contundente: la prevención comienza en el hogar, con los actos simples pero poderosos, como enseñar a un niño a ayudar en la cocina, lavar los cubiertos o asumir pequeñas responsabilidades cotidianas.
“El niño tiene que tener mucha disciplina en la casa, de tareas sencillas”, reflexiona la misionera de la Inmaculada Concepción, que desde el Colegio Privado Subvencionado Nuestra Señora de Caacupé, en San Pedro del Paraná, Itapúa, impulsa el proyecto comunitario Plan Joven Sana Aventura.
Señala que el verdadero antídoto frente al consumo de sustancias está en los vínculos, la rutina saludable y el fortalecimiento de las habilidades para la vida. Desde su experiencia desde 2016 liderando un equipo multidisciplinario insiste: educar, acompañar y escuchar puede cambiar el destino de cientos de niños y adolescentes.
El proyecto ya impactó directamente en unos 3.000 adolescentes y niños, a través de talleres artísticos, deportivos y educativos. Hoy, más de 400 chicos y chicas participan semanalmente en actividades que van desde danza, teatro, inglés, música y pintura, hasta cocina y deportes como futsal, vóley y hándbol.
“Nosotros utilizamos el tiempo libre para que los niños y jóvenes no estén muchas horas con el celular o con tareas que no les ayudan”, explica Fernández. Ese tiempo libre se transforma en un espacio de desarrollo integral, en el que cada participante encuentra una vocación, una pasión o simplemente un lugar seguro.
El programa cuenta con dos psicólogos, una psiquiatra y un equipo de voluntarios que complementan la intervención preventiva con atención ambulatoria. “Una de las psicólogas trabaja habilidades sociales para la vida. Trabaja con los niños la asertividad, la comunicación, el proyecto de vida, la resiliencia... que son habilidades que toda persona debe tener para su desarrollo integral”, remarca.
LÍDERES
Fruto de este proceso son jóvenes como María Victoria Núñez Delvalle y Luis Miguel Venialgo, quienes ingresaron al proyecto siendo niños y hoy, con 16 años, ya ocupan roles de coordinación dentro de los talleres.
“Yo estoy dentro del plan desde los 8 años. Participé de talleres, cursos… Y es algo que te forma, que te ayuda a tener una mejor visión sobre lo que querés para tu vida. Son experiencias únicas que te enseñan y te forman como persona”, cuenta María Victoria.
Luis Miguel, por su parte, inició su camino en 2016 con clases de guitarra. “Me ayudó mucho a desenvolverme en distintos ámbitos. Me fui a canales de televisión, a medios importantes. Me enseñó a liderar y a expresarme. Hoy acompaño a otros chicos, trato de ser un amigo más que un coordinador”, explica.
Ambos coinciden en que los jóvenes, muchas veces, solo necesitan un espacio seguro donde animarse a hablar, compartir lo que sienten y descubrir sus talentos.
“Muchos jóvenes tienen potencial, pero no se animan. La timidez y la falta de confianza en uno mismo son barreras comunes. Como coordinadores, tratamos siempre de acompañar y de sacar ese líder que llevan dentro”, afirma María Victoria. Luis completa: “Todos tienen una gran capacidad de sobresalir. Nosotros también estuvimos en ese lugar, donde uno no quería hablar, no quería mostrarse. Por eso, tratamos de generar confianza”.
Insisten en la importancia de no quedarse solos ante las dificultades porque a veces uno piensa que está solo, que nadie más siente lo mismo. ‘‘Pero hay gente que ya vivió algo parecido, y puede ayudarte a salir”, dice Luis. Y María Victoria recomienda “animarse a formar parte de estos grupos juveniles porque puede ser el primer paso para salir del bajón, para encontrar un espacio donde uno se sienta comprendido y escuchado”.
VÍNCULO
Uno de los pilares fundamentales del proyecto es el acompañamiento familiar. La iniciativa incluye una “escuela para padres”, donde madres, padres, abuelos, tíos o cuidadores participen de talleres guiados por especialistas.
“Muchas veces, los padres quieren proteger, pero no saben cómo. Por eso, trabajamos para que sean factores protectores reales, no sobreprotectores, sino que desarrollen en los niños habilidades para la vida”, explica Fernández.
En contextos rurales como el de San Pedro del Paraná, donde la cultura tradicional muchas veces impide compartir situaciones difíciles, el aislamiento puede agravar los casos. “Más bien, cuando hay ese tipo de problema (adicciones), se encierran en su mundo. Esa es la diferencia entre lo rural y lo urbano”, observa.
“También se brinda apoyo en casos más complejos; por ejemplo, cuando se presentan cuadros duales –adicción con trastornos mentales– que ya no se pueden abordar desde nuestro centro, derivamos a instituciones especializadas”, comenta Fernández. Y cuando es necesario, incluso se brinda techo a los jóvenes que han sido expulsados de sus casas.
Pero lo que permanece constante es el enfoque integral, porque prevenir también es construir una vida con sentido, con rutinas sanas, vínculos sólidos y oportunidades reales.
El fin de semana pasado, en el marco del Tercer Encuentro Nacional de la Pastoral de Adicciones, los chicos del elenco artístico –unos 60– abrieron la jornada con una presentación que reflejó lo que vienen aprendiendo. ‘‘La esperanza, aquí, se baila, se canta, se pinta y se comparte’’, destacan los jóvenes.
“Queremos compartir esta experiencia para que otros también puedan ver que sí se puede. Que la prevención funciona, pero necesita compromiso, tiempo y, sobre todo, amor”, destaca la misionera, con la misma fe que la impulsó hace una década a comenzar este camino que cada 28 de junio, Día Internacional contra el Abuso de Drogas y el Tráfico Ilícito, reúne a las organizaciones católicas para poder compartir su trabajo.