27 abr. 2024

Abe y su eterna mujer de la arena

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La mujer de la arena. Película japonesa de 1964 dirigida por Hiroshi Teshigahara y protagonizada por Eiji Okada y Kyoko Kishida, pertenece a la corriente de la Nueva ola japonesa.

Sergio Cáceres Mercado

Kobo Abe es un autor que, a pesar de ser considerado un clásico de la literatura japonesa del Siglo XX, fue muy poco traducido al castellano. Afortunadamente en nuestros días las editoriales han hecho un mayor esfuerzo, pero en librerías de Asunción sigue siendo un autor desconocido. Sin embargo, en un rincón de saldos encontré su más célebre novela: La mujer de la arena, lo que significó un gran hallazgo en todo sentido. Como ha sido resucitado por cumplirse su centenario en marzo, daré mis impresiones sobre el libro y sobre la multipremiada adaptación cinematográfica. La novela

En La mujer de la arena, Abe recurre a varios recursos literarios para anclar su idea central. Aunque el relato es lineal, vienen en su auxilio flashbacks, monólogos interiores y digresiones teóricas que nos ayudan a comprender la relación tan especial que se da entre un hombre, una mujer y la arena. Este último elemento tiene una presencia física muy potente y sus características materiales se fusionan con las imágenes que el autor nos lanza a cada momento. La arena, siempre fluyendo, omnipresente, poderosa y frágil, puede ser interpretada de muchas maneras. Los minúsculos granos que la componen, en su aparente futilidad, pueden juntos moldear la vida de la pareja protagonista; su resistencia pasiva es al final imbatible. “[…] el mundo es como la arena”, indica el hombre a un colega, para inmediatamente agregar: “No es que la arena fluya; el fluir mismo es la arena”. Esta es una de las tantas imágenes que se dan para la multifacética arena, imagen que recuerda a la clásica idea atomista que afirmaba que los átomos en sí son movimientos, idea que a su vez es la base del materialismo dialéctico de Marx y Engels. Abe militó en el Partido Comunista y es seguro que conocía algunos principios materialistas.

Nuestro autor tenía 21 años cuando vuelve de China a su natal Japón. Es testigo de la transformación de una nación derrotada en la Segunda Guerra Mundial, que poco a poco se va occidentalizando, emergiendo como una potencia económica que cumple todos los lineamientos de la modernidad capitalista vencedora. La sociedad tradicional japonesa ve irremediablemente cómo sus valores van siendo socavados por un individualismo que lleva a reflexiones existenciales, cuestión que la literatura del Siglo XX abordó de sobremanera (Abe es comparado con Kafka, entre otros). En esta novela, la arena puede ser vista como esa fuerza que nos obliga, aunque imperceptible en su determinación, a doblegarnos a la estructura imperante. El protagonista masculino se resiste a caer en lo que la mujer ya ha aceptado como natural en su vida.

El hombre es un entomólogo, es un especialista en insectos que viven en la arena. Así como él los atrapa, la mujer de la arena lo atrapará. Al final del libro, el hombre se fija en una extraña araña que aprovecha la luz artificial para atrapar a su presa, una polilla fototrópica; el ejemplo es clarísimo. Pero la mujer no es una araña en el sentido predador; ella necesita un compañero que la ayude en su labor: la arena debe ser acarreada cada día y sola no puede. Pero el secuestrado no solo implica dos brazos que facilitan la tarea, es también una pareja sexual; se ha resaltado como el deseo sexual femenino es tratado en el libro y cuidadosamente tratada en la adaptación cinematográfica.

Hay que resaltar la profusión de comparaciones que el autor utiliza para describir las sensaciones táctiles, olfativas, papilares y visuales. En este sentido es una novela sensual. Podemos sentir la angustia del hombre secuestrado en los sabores que rechaza, en los olores que le repugnan, en las texturas que lo excitan. En este sentido, la piel, véase más adelante, tiene su importancia. Tantas son las imágenes que uno se pregunta si el autor ha comprobado cada uno de esos sabores y olores, o son más bien fruto de una pura imaginación.

Pero esta novela no solo se deshilacha hacia la teoría material y sensual de la realidad, sino también tiene otras derivas en las que se suspende la retórica literaria para dar paso a minitratados (Saramago, Jelinek) sobre la escritura (“el que escribe es un escritor, ¿o no?”), sobre la sexualidad (“Tampoco se puede discutir el sexo en términos generales”), sobre los insectos (“el escarabajo de jardín presenta muchas variantes”) y, por supuesto, la arena (“es un respetable mineral”). Al tratarse de un entomólogo, las disquisiciones científicas están al orden del día; de la física a la geología, se hacen menciones de la biología a la fisiología sin tapujos.

La racionalidad científica del hombre es el objeto a ser quebrado. La mujer lo anula con su ingenuidad, la arena con su inasibilidad. Nada de la lógica implacable que plantea puede ante lo irremediable de su situación; solo resta rendirse y adaptarse. Sin embargo, la derrota le abre los ojos a otra racionalidad, el pensamiento de la mujer no es absurdo después de todo. Esta vuelta de tuerca es otro giro filosófico de esta profunda novela. No en vano ha sido estudiada y su actualidad es indiscutible aunque hayan pasado 60 años desde su publicación. Las múltiples lecturas que ofrece la hacen una obra maestra; las cuestiones existenciales que plantea siguen reverberando en nuestra conciencia.

LA PELÍCULA

La adaptación cinematográfica (1964) estuvo a cargo de Hiroshi Teshigahara, quien ya trabajó con Abe en otras realizaciones. El escritor, en su faceta de guionista, se encargó de reflejar las ideas centrales de su novela. Es así que la cinta sirve perfectamente como resumen del libro. Las escenas y diálogos que se conservan indican que ahí está lo esencial de la obra.

Teshigahara hizo un trabajo magistral y la elección de Hiroshi Segawa en la dirección de fotografía fue inmediatamente elogiada. Debía mostrarse la arena en todas sus facetas, su granulación, su derramamiento incesante, su fluidez mecánica, su mudez letal. Pero también la piel de los protagonistas, reforzando una de las frases del libro que más se citan: “Si el hombre posee alma, esta debe residir en la piel”. La tensión sexual entre hombre y mujer se concreta, pero las escenas no son explícitas, indicando que esto no es un componente central en toda la historia. Adeptos a El imperio de los sentidos deben abstenerse.

Por otro lado, la banda sonora de Toru Takemitsu cumple su rol funcional. Enfatiza las situaciones, nos ayuda a enfocarnos y nos empuja a acompañar los afectos del hombre y de la mujer. El sonido de la arena y del viento, el mar a lo lejos, son incesantes y crean una atmosfera aún más opresiva. Por momentos, los instrumentos nos hacen sentir como si estuviéramos viendo una película de terror, y, de algún modo, lo es. La escena en la que los aldeanos bailan alrededor de la fosa es electrizante, no solo por lo que está ocurriendo en la fosa entre el hombre y la mujer, sino porque las máscaras, el tambor y las danzas llevan la tensión al pináculo.

En las horas y media de duración vemos como el entomólogo ingenuamente es atrapado, se resiste y lucha por escapar y finalmente cede. En dicho desarrollo la relación con la mujer pasa por distintas etapas y las actuaciones de ambos son sobrias aunque no brillantes. Ambos están atrapados en una fosa escenificada a la perfección. La misma debe rodear hasta el ahogo. Las tomas de los que están en el fondo son diferentes cuando se enfocan a los que están arriba: los unos están hundidos y atrapados, los otros son libres y superiores.

La estética es la clásica de la época del cine de mediados del Siglo XX, pero con los aportes vanguardistas en los que Teshigara fue considerado un maestro. Si la novela fue disruptiva, la película no quedó atrás. Su éxito de crítica fue inmediato y a seis décadas ya es una obra de culto.

Kobo Abe fue opacado en fama por Yukio Mishima y Kenzaburo Oé (ambos se suicidaron), pero de su variada obra (poesía, teatro, novela y ensayo) La mujer de la arena es un hito. La película ciertamente popularizó aún más la novela, empero ella misma se convirtió en otro clásico que todo amante del cine no debe dejar de ver.

Literatura y cine

La mujer de la arena, de Kobo Abe, es un gran hallazgo. Como en marzo se cumple el centenario del autor japonés, en este artículo referimos las impresiones sobre el libro y sobre la multipremiada adaptación cinematográfica.

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Kobo Abe, seudónimo de Kimifusa Abe, fue un escritor, dramaturgo, guionista de cine, fotógrafo e inventor japonés.

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