24 abr. 2024

Villagra Marsal, capitán de la literatura

Por Blas Brítez – @Dedalus729

Blás Brítez

Blas Brítez

Habría que remontarse a Juan Rulfo para encontrar otro ejemplo parecido al de Carlos Villagra Marsal, en el que una obra narrativa es inversamente proporcional en su carácter exiguo a su condición influyente en una literatura nacional.

La nouvelle Mancuello y la perdiz y el cuento Arribeño del norte son a la narrativa paraguaya lo que Pedro Páramo y El llano en llamas son a la mexicana (y continental). El primer libro es la elevación del castellano coloquial paraguayo y campesino a la categoría de obra maestra. El segundo es una serie de cuadros móviles (acaso cinematográficos, y quizá por ello adaptados a ese lenguaje por Marcelo Martinessi), en donde la aridez y la soledad del páramo rulfiano adquieren el resplandor de la poesía. Si el primero recibe el influjo técnico de William Faulkner, el segundo es un alarde de ambigüedad digna del mejor Ernest Hemingway.

Su poesía tenía un aliento cívico, y luego fue decantándose hacia los ocasos y la nostalgia. Pero, definitivamente, la misma no se salió nunca de un corsé grave y engolado, sin los hallazgos de un Hérib Campos Cervera o la popularidad marcial de un Elvio Romero.

Me parece que su gran aporte a la literatura paraguaya serán sus textos narrativos sin fisuras. Siempre se lo criticó por su silencio de décadas en la prosa, por reeditar una y otra vez Mancuello y la perdiz. Yo preferiría admirar su capacidad para no escribir relatos olvidables, como otros.

Carlos Villagra Marsal me honró con su amistad, aunque solo hayamos hablado frente a frente una vez, allá en Última Altura, entre Piribebuy y Paraguarí, en una jornada dominical en que nos entretuvo con su erudición histórica, geográfica, fáunica, botánica y gastronómica. La conversación solamente derrapó cuando hablamos de política: Villagra ya tenía incubadas las críticas al luguismo de izquierda, que luego se traduciría en el golpismo “llano” que él apoyaría, al no renunciar a su cargo de ministro de la Secretaría de Políticas Lingüísticas. Después de todo, era un cuadro liberal. Poco tiempo después fue acusado de acoso sexual por una subalterna en dicha Secretaría, y su prestigio se vio manchado, aunque él no lo creyera así.

El fallecido dirigente comunista Luis Casabianca siempre recordaba que Villagra Marsal lo ayudó a escapar de Chile durante la “caravana de la muerte” de las semanas posteriores al golpe de Pinochet. Era funcionario de Naciones Unidas, y no tenía por qué arriesgar su trabajo, pero lo hizo. Fue, como su amigo Rubén Bareiro Saguier, solidario y activo militante en el exilio durante la dictadura stronista.

En su biblioteca de Última Altura tenía un busto de Dante Alighieri. Como un capitán del Purgatorio, y como recordaba su adorado Borges, la semana pasada “fue segado y tumbado por la muerte”. Queda el túmulo de su viva literatura.

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