Se presentó un proyecto de ley que busca la paridad en la repartición de cupos de poder como una forma concreta de obligar a la sociedad, sobre todo política, a admitir la igualdad de la mujer con el hombre.
Este movimiento por la paridad no es una idea nueva, se expandió desde Francia en los años 90 desde bases feministas y hoy ya despierta suficientes recelos.
Algunas feministas consideran útil la ley de paridad, pero otras están en contra. ¿Qué nos importa al resto de la población? Que tiene que ver con el bien común. De hecho, la ley es para todos.
El feminismo a favor cuestiona una democracia en la que la mayoría de sus instituciones representativas no tienen la misma cantidad de mujeres que de hombres en su gobierno.
Lo consideran un “monopolio masculino del poder”. Incluso hablan de que detrás está una normatividad “asimétrica” basada en el control sexual, la domesticidad, la exaltación de la maternidad y la sumisión de la mujer, en el contexto de la familia tradicional.
Es decir, si vamos a discutir un tema de bien común como la ley de paridad, deberíamos entender las ideas que están detrás del debate.
¿Pasa la universalidad de la igualdad de la mujer por los cupos obligatorios de poder que se le den?
¿Pensamos así los paraguayos?
¿Deseamos nosotros que, como propone Hillary Clinton, el Estado use sus “fuerzas coercitivas” para cambiar la cultura tradicional, o nosotros vamos por otra vía hacia nuestro progreso democrático? ¿Por qué no? Después de todo, si la idea es ayudar a democratizar nuestra vida, la coerción no parece el camino más coherente. Y este es uno de los cuestionamientos esenciales a los proyectos como este, llamado de “paridad”.
¿Ya olvidamos la historia política reciente?
¿Recuerdan los famosos pactos de cuoteos hasta en la misma Corte Suprema de Justicia? Llenar un cupo político por simple cuoteo nunca resulta a favor del verdadero reconocimiento de la igualdad de oportunidades.
Entre dos candidatos debemos poder optar libremente por el más idóneo.
Nadie debería ser elegido por “ser mujer” o por “ser varón”, sino por ser una persona capaz y más idónea que sus contrincantes.
Algunos nos inclinamos más por el llamado tercer feminismo, más equilibrado y ya “de vuelta”. El desafío es construir una sociedad donde se promueva la dignidad de varones y mujeres, sin complejos por ser diferentes y complementarios. Para ello sí todavía queda mucho por hacer.