Redacción: Saira Baruja | Fotos: Fernando Calistro.
Enviados especiales.
Botas de lluvia, pilotines, paraguas y hasta bolsas de hule en los pies acompañaron a los feligreses que llegaron hasta la compañía Tañarandy de San Ignacio, Misiones, este Viernes Santo.
Todo esto, sumado a la misma cruz y base del retablo utilizado en el Ñu Guasu, al igual que los cocos con las peticiones de los fieles, fueron un dèjá vu de aquel mes de julio del año pasado.
Los más preparados, llegaron a tempranas horas y se ubicaron en los lugares más cercanos al retablo de maíz en la barraca, aunque para eso tuvieran que perderse la tradicional procesión de la Virgen Dolorosa por el Yvága Rape hasta reunirse con su hijo Jesús crucificado.
Familias enteras disfrutaron del espectáculo: un camino iluminado por antorchas y velas en cáscaras de apepu, guiados por los estacioneros que con sus cánticos dieron vida a la tierra de los irreductibles como cada años.
Y si comparamos el evento -si bien fue más pequeño- con la misa central que ofreció el papa Francisco en el Ñu Guasu en julio del 2015, es justamente por la fe de las personas, quienes no desistieron, no dudaron y llegaron en buses, camionetas y vehículos pequeños desde distintos puntos del país.
Una copiosa lluvia con fuertes vientos y un brusco descenso de la temperatura, puso a prueba la fe de los feligreses que aguantaron todo para no perderse de la obra de arte idealizada y realizada por sus compatriotas.
Otros que no perdieron oportunidad fueron los vendedores ambulantes, la mayoría vecinos de Tañarandy quienes desde tempranas horas de este viernes se apostaron en el camino que conduce al Yvága Rape para ofrecer desde “superpancho” hasta sillitas plegadizas, sombreros y los infaltables pilotines.
La religión, la fe y el arte, volvieron a ser uno solo este año en la ya tradicional procesión, algunos incluso manifestaron que no podían perderse el evento ya que se realiza solo una vez al año, como don Julio Ramírez, que llegó con su esposa y sus dos hijas pequeñas.
La llegada de la Virgen estuvo acompañada por el coro de Ciudad del Este y el Coro de Niños de Luque.
El retablo
Un enorme cuadro de la Última Cena, creado con semillas agrícolas por Macarena Ruiz, es el centro de las celebraciones misioneras. Es una nueva técnica experimental, que busca durar más en el tiempo.
Para esta Semana Santa del 2016 en Tañarandy, el artista Koki Ruiz dejó que Macarena, su hija, se inspire libremente para crear su propia versión de la Última Cena de Jesús con sus discípulos, variando totalmente la de la clásica pintura de Leonardo Da Vinci, que en Tañarandy se ha representado durante varios años como cuadro viviente.
La atracción principal en el retablo de La Barraca, en Tañarandy, tiene 9 metros de alto por 10 metros de ancho, y tuvo que ser pintado con las semillas en diversas piezas separadas y luego montado en el lugar, sobre una estructura de caños de acero.
El camino de la dolorosa, estuvo iluminado por más de unas 20.000 velas de apepu. Asimismo, unas 2.000 antorchas fueron colocadas en los caminos para iluminar el recorrido de las miles de personas que asisten cada año a esta tradicional procesión.