Juan Andrés | Filósofo
Todavía hay que seguir reflexionando sobre el sentido de la vida. Y con mayor razón en un medio donde preciso es romper con el conformismo. Al ser humano no le es dado dormirse a como dé lugar para seguir amaneciendo al día siguiente. No le basta conformarse con lo que tiene. Ni con lo que es. Aspira a ser más. Escarpar la montaña de la vida social para morar en la altura y, desde allí, otear el horizonte de la tumultuosa realidad. Le asedia el tedio, su peor enemigo para ser. El ocultarse en la sombra de la indiferencia frente a la injusticia, es rendirse a la muerte en vida. Acogerse al olvido del compromiso social.
Por eso surge la insumisión ante lo que ofende a la conciencia. Y se ambiciona un lugar en la historia. Asirse al tiempo que corre sin cesar hacia el porvenir. Permanecer en el instante que se abre camino en el espesor de otro momento, para navegar sobre la corriente de la temporalidad y no hundirnos, como casi siempre sucede, en su indetenible fluencia.
Pero la astucia de la historia ha creado la costumbre. Inventó el calendario y las horas. Nos hizo prisioneros de una simple ocupación, de un sistema que subsiste en el olvido del ser. Y de ese modo nos arrastra por el sendero de la rutina hasta el día en que el desaparecer nos vela de nuevo.
Es la tragedia de la condición humana. Como no queremos aceptarla, construimos el escenario de la vida ordinaria, y en su vulgaridad tratamos de hacer más acogedora la existencia. Con pasiones que encienden de dicha, alegría y entretenimiento el despliegue del tiempo. Y con sus secuelas de angustia, pena y aburrimiento, el reverso de lo que llamamos la felicidad. Pero así vamos desandando la vida.
El poder entre la filosofía y la ciencia
¿Hay escapatoria? Sí, con la irreverencia ante lo establecido. Con la rebelión contra lo que oprime a los de abajo. Y hace imposible la igualdad. La autonomía de los condenados al despojo y a la ignorancia. Luchar contra un régimen que se sostiene reproduciendo la pobreza, es la única manera de hacer viable el futuro de la sociedad. De no ser así, desde la política, desde la universidad, del ejercicio del pensar, incluso de la opinión, se es cómplice activo del conformismo. De esa ideología envolvente de los conservadores, que se valen de todos los medios para impedir siquiera que algo cambie.
Pero, ¿por qué vía avanzar? ¿Romper los axiomas que en nombre del éxito adormecen la mente de la juventud, aún de los trabajadores? No basta el escepticismo de la filosofía que solo se detiene en la crítica. O se lanza al debate con la ciencia para definir a cuál disciplina le corresponde establecer las líneas objetivas de la emancipación. Las preguntas son importantes, las respuestas son decisivas.
A partir de la duda acerca de su propio saber, establecida por Sócrates a través de la certeza de que nada sabe, los filósofos siguen preguntando. E inquiriendo. ¿Pero, acaso el poder no impone la fastidiosa rutina? ¿No ofrece una salida a la insignificancia del ser? Es posible. Alguna razón debe justificar su obstinada búsqueda. La cuestión es, sin embargo, hallar la bisagra a través del pensamiento y la lógica del conocimiento científico, en recíproca cooperación teórica, a la demorada emancipación.
Por la influencia que el poder ejerce en la actualidad, en su confluencia económica, política y concentración del “capital simbólico”, más que el “desacuerdo” de los intelectuales sobre la pertinencia filosófica o científica para el diseño de la solución histórica al problema de la desigualdad, sería más relevante la producción teórica. Filosófica y científica, a la vez, mediante la dialéctica radical capaz de superar el reformismo restaurador de la burguesía que se apropia de la “libertad del ciudadano”. O, mejor aún, capaz de presentar el proyecto histórico de liberación ante esa democracia mistificadora del poder real de la oligarquía.
Solo el desconocimiento de la política coloca al poder en la llaneza de su infravaloración. A caer en su primitiva negación de lo que, con el inacabado proceso civilizatorio, lo distingue.
Por otra parte, la nesciencia, esa tenaz etapa de la ignorancia, permite la inversión del poder hacia su nihilismo histórico al desacreditar a la política misma. Empero, la política, la Regia Política, evoca a la totalidad, a su cohesión y solidaridad, para que el curso inmurallable del tiempo no detenga a la sociedad en el atraso. E instituye el “contrato social” para que el Estado sea gobernando por la ley, en representación jurídica del consenso, y consiguientemente promueva el buen-vivir de todos.
Elevarse a la historia
Es a partir de aquí que la modernidad institucionaliza lo que Georges Gurvitch ha denominado los “marcos sociales del conocimiento”, porque es el faro cultural, filosófico, científico y técnico que extiende el saber al estado público. Y nos prepara para enfrentarnos a las contingencias de la vida.