Por todo el mundo se está notando cada vez más el fin de un ciclo de crecimiento económico que duró más de una década.
Este ciclo se basó principalmente en el boom de commodities impulsado por una combinación de fuerte crecimiento en la demanda de China y una debilidad del dólar norteamericano que impulsaron los precios de todas las materias primas, agrícolas, hidrocarburos, metales, etc.
En paralelo, tuvimos además un periodo de superabundancia de capitales, a tasas de interés que no se habían observado anteriormente, disponibles para todos los países emergentes y en desarrollo.
Ambos factores impulsaron la producción y exportación de materias primas, la inversión y el consumo internos, expandiendo la actividad, el crecimiento económico, la generación de puestos de trabajo y la reducción de la pobreza en todos nuestros países en la última década.
Sin embargo, estos factores impulsores están llegando a su fin. Esto implica un cambio importante en el entorno internacional y regional. Los precios de nuestras exportaciones serán más bajos y nuestros vecinos tendrán un crecimiento mucho más bajo en la próxima década (incluso en recesión hasta el 2016 por lo menos).
Esto implica menor rentabilidad y menor capacidad de crecimiento en el sector agropecuario y que el impulso de nuestros países vecinos será mucho menor, ya sea por la vía del comercio de reexportación o por la vía de la integración a las cadenas industriales de Brasil o Argentina.
Nuestro país es uno de los pocos que están mejor preparados para enfrentar este fin de ciclo. Nuestra deuda es baja, tanto del Estado como de las empresas y las personas. Ahorramos en los tiempos buenos, a diferencia de otros países.
Sin embargo, debemos lograr nuevos consensos básicos sobre las estrategias a implementar para encarar el nuevo ciclo que se está iniciando y seguir creciendo, creando nuevas y mejores oportunidades para nuestra gente.
En los próximos años, nuestro crecimiento dependerá de nuestro propio esfuerzo y creatividad y no de los altos precios de la soja o de la disponibilidad de crédito fácil.
Tampoco podemos pasar a un endeudamiento externo masivo para financiar inversiones en infraestructura y viviendas para sostener un crecimiento alto temporalmente. Esto dura poco.
Esta estrategia nos llevó al fracaso en la década del 80 y terminó en una profunda crisis económica y política en 1989. Para evitar esto, necesitamos convertir la Ley de Responsabilidad Fiscal en una política de Estado y que sea respetado por todos, sector privado y los tres poderes del Estado.
Necesitamos una discusión seria y responsable sobre estos temas y tratar de llegar a acuerdos básicos que nos permitan enfrentar el futuro con éxito y seguir avanzando en el proceso de desarrollo para el logro de mejores condiciones de vida de la población.
Tenemos que hablar de reformas que nos permitan mejorar la productividad, incrementar el ahorro público y privado, mejorar la eficiencia de la inversión y el gasto público, incrementar la formalización de las empresas y las personas, mejorar y aumentar la seguridad social, de la creación de una red de protección social para los sectores más vulnerables y de pobreza extrema, de mejorar la calidad de la educación, de mejorar la capacitación de los emprendedores, mejorar la equidad del sistema tributario, etc.
Los años de bonanza y de crecimiento fácil nos hicieron olvidar estos temas y las reformas estructurales se estancaron. Mejoramos en la instituciones macroeconómicas, pero las instituciones microeconómicas no evolucionaron y hoy es nuestra mayor debilidad para enfrentar los tiempos más difíciles.
Debemos retomar estos debates más profundos, líderes políticos, académicos, empresariales y sociales de nuestro país, e ir avanzando en las reformas necesarias para seguir creciendo y creando más y mejores oportunidades para nuestra gente.
(*) Economista de Desarrollo en Democracia (Dende). Ex Ministro de Hacienda.