Los sueños tienen a menudo rostros que desafían: La tentadora oportunidad de dejar atrás una dura realidad de sacrificio, de acceder a una vida más digna, de conocer nuevos lugares y de poder ganar mejor dinero para ayudar a los hijos y a la familia.
¿Cómo resistir a los seductores cantos de sirena?
¿Cómo saber que detrás del sueño de viajar a la mítica El Dorado, se oculta muchas veces la pesadilla de un descenso al Infierno de Dante?
La historia de Rosalía Amarilla Escobar, la compatriota actualmente presa en una cárcel de Beijing, República Popular China, condenada a muerte y con sentencia a ser ejecutada el 20 de marzo de 2015, es la misma historia, una y cien veces repetida, de muchas humildes mujeres paraguayas atrapadas en la telaraña de las redes de trata de personas, que casi siempre escogen como víctimas a quienes más padecen, a quienes más necesitan.
Solo que esta es la primera vez en que ese viaje en busca de un sueño, transformado abruptamente en pesadilla, acaba en una condena de muerte con fecha marcada en rojo en el calendario.
A esta altura resulta estéril discutir cuánto sabía o no Rosalía acerca de lo que se exponía cuando fue embarcada en São Paulo, Brasil, en ese primer viaje al otro lado del mundo con 3 kilos y 600 gramos de cocaína adheridas al cuerpo, ni en qué medida fue obligada o no a esa actividad delictiva de narcotráfico (evidentemente, el primero de su vida), ni si tenía alguna chance de resistir y negarse a esa peligrosa y criminal odisea.
Hay demasiadas historias y demasiadas referencias acerca de cómo operan las redes del crimen organizado, como para saber muy bien que cuando alguien ha caído en poder de estas mafias, sus miembros nunca dejan opciones para poder decir que no.
Más allá de en qué medida Rosalía sea víctima o culpable del delito por el cual la Justicia china la ha condenado a ser eliminada, lo que hoy se plantea –tal como lo sostienen Amnistía Internacional y Cladem en la campaña solidaria #RosaliaDebeVivir, que han puesto en marcha– es que la pena de muerte no es justicia. La jurisprudencia universal sobre los derechos humanos ha avanzado mucho como para coincidir en que ningún Estado debería decidir sobre la vida de las personas, aunque existan aún regiones de la tierra en las cuales esta modalidad persiste.
Desde Ñemby a Beijing hay 18.299 kilómetros en línea recta. Es una distancia enorme, pero probablemente sean más grandes los abismos culturales y políticos que nos separan. El calendario empieza a deshojarse y el reloj empieza a marcar, como en un siniestro cronómetro, el tiempo que le queda a Rosalía. Nos queda poco tiempo para luchar por salvar su vida. Ojalá pongamos juntos toda la energía.