La semana pasada, el presidente de la República dio el informe al Congreso pintando al Paraguay como “el país de las maravillas” aunque todavía hay mucho que hacer.
Sus partidarios lo alabaron. “No hay presos políticos”. Los hurreros ocuparon los sitios vacíos en la Sala Bicameral. Entre los opositores unos faltaron, otro se durmió y una senadora lo llamó “metiroso”.
“Fue lamentable lo que dijo y lo que calló”.
No, afirmo, en cierto modo es criminal.
Lo que vale es la realidad: los dos millones de pobres que viven personalmente y en muchas ocasiones familiarmente con un poco más de 500.000 guaraníes, lo cual significa 17.000 al día. Y entre ellos los varios centenares de miles que sobreviven al mes en pobreza extrema como G. 300.000 al mes y un G. 10.000 al día.
La realidad muestra que el pueblo paraguayo empobrecido está abandonado a su suerte, y el domingo llevamos al cementerio la única salida que tienen: dejar de sufrir en la tierra.
Como hombre de fe repito las palabras de Jesús “de ellos es el cielo”. Pero ¡es que Jesús también quería que fuera la tierra!
¿Qué tenemos que hacer ante este estado de desgracia nacional? Es lo que muchos, muchísimos paraguayos y paraguayas con dolor nos preguntamos.
Lean el artículo 138 de la Constitución y actuemos en consecuencia.
De lo mismo (en elecciones) absolutamente nada más. No los votemos. Que se vayan todos. Ni Cartes son su entorno ni el otro grupo político económico, que ahora se pelean en esas alturas. Son lo mismo. Enriquecidos tradicionales con mucha tierra y los nuevos latifundistas aliados con narcos.