En épocas de corrección política como la nuestra (en que el lenguaje es usado como arma que muchas veces arrincona el pensamiento crítico y el sentido común a oscuras celdas de autocensura y de hipocresía) es interesante el pequeño debate que ha surgido sobre una de las expresiones del monseñor Giménez en Caacupé, acerca del uso de tatuajes como un posible signo, al igual que el abuso del alcohol y de las drogas, de “vacío interior”.
No hay que ser cura ni periodista –es decir, cacique de la aldea global–, para darse cuenta de que las expresiones externas de nuestro cuerpo y de nuestro comportamiento muchas veces denotan las “procesiones que van por dentro”. Creo que este es el punto.
La voz autorizada del papa Francisco (hasta ahora el establishment de lo políticamente correcto todavía respeta sus reflexiones) podría darnos algo de luz a los que queremos entender el mensaje más allá de las reinterpretaciones. En mayo de 2014, el Papa mencionó el tatuaje hablando de un tema que viene a cuento en este asunto: “el discernimiento para aconsejar”. Partiendo de una anécdota, dijo algo interesante: “Recuerdo una vez que estaba en el confesionario en el santuario de Luján y en la fila había un joven todo moderno con aros, tatuajes. Y vino a decirme lo que le sucedía. Era un problema grande, difícil. Y ¿tú qué harías?, le pregunté. Y él respondió: yo le conté todo esto a mi madre y mi madre me dijo: ‘andá a la Virgen y ella te dirá lo que tenés que hacer...’. Ella le indicó el camino justo. ¡Este es el don del consejo! Dejar que el Espíritu hable. Y esta mujer humilde, simple, le dio al hijo el consejo más verdadero... Ustedes madres que tienen este don pidan a Dios el don de aconsejar a los hijos”.
Tengamos fe o no, el tema de la orientación y el cuidado de nuestros hijos y jóvenes amigos tiene que ver con una observación sincera de los “signos” que nos envían. No nos engañemos. Nuestra sociedad también tiene enormes “periferias existenciales”, incluso entre personas que se las dan de fuertes y autosuficientes. Tatuarse, drogarse, abusar con el alcohol están de moda, pero no siempre es señal de felicidad. Mirar con cinismo el dedo del obispo que nos señala el fenómeno como signo a tener en cuenta para discernir lo que pasa por dentro de las personas que nos importan es por lo menos un infantilismo y una pérdida de tiempo.
Aunque su mensaje choque, yo me siento interpelada. ¿Qué alternativas de verdad, bien y belleza les damos a cambio de deponer las actitudes consumistas, esotéricas y a veces agresivas que no implican solo pigmentos en las roturas de la piel, sino marcas internas de malestar y vacío interior? Creo que ese el verdadero desafío.