Por Carlos Elbo Morales / Fotos: Fernando Franceschelli
Las gotas de lluvia resbalan sobre las figuras de mármol, piedra y bronce. El día gris y fresco le da un ropaje más intenso a este escenario de la casa-taller del escultor Gustavo Beckelmann (51). Pero por encima de todo, el hierro es lo predominante en cada rincón del hogar ubicado en el barrio Bernardino Caballero de Asunción. Al recorrer los primeros metros, donde se ven figuras semihumanas y torres que apuntan al cielo, uno no puede evitar recordar escenas de películas de ciencia ficción. Más tarde, al charlar con el artista, comprobaremos que la asociación mental no es casual.
“Ella es Plusqui. Es parecida a la que tenía el personaje principal de la película Mad Max”, cuenta Gustavo, explicando el origen del nombre de la perrita que recibe a los visitantes. La referencia al clásico de ciencia ficción que catapultó a Mel Gibson a la fama mundial no es algo fortuito: el artista se declara un seguidor de ese filme. “Me gustó muchísimo”, enfatiza. “Mi obra tiene mucho de posapocalíptico”, señala Beckelmann, imponente artista no solamente por sus 1.90 m de altura, sino también por la magnificencia de su obra.
Menta y plastilina
¿En qué momento el bicho de la creatividad empieza a manifestarse? ¿Uno nace o se hace artista? Estas preguntas son frecuentes al observar el fruto del talento de una persona. En el caso de Gustavo Beckelmann, su habilidad con las manos empezó desde muy temprano, aproximadamente a los cuatro años. “A esa edad me daban tijeras y cartulina para jugar. En casa no eran muy conscientes de la seguridad”, revela entre sonrisas.
El niño creció y, en preescolar, sus manos conocieron la plastilina. Con este material comenzó a modelar sus primeras figuras. Fue tal la fijación en la masa de modelar, que para obtenerla realizaba algunos sacrificios escolares. “Para mí, manejar la plastilina era como un juego. Cuando estaba en tercer grado, me daban 20 guaraníes para el recreo. Antes de entrar a clases, compraba un paquete de pastillas Billiken de mentol por cinco guaraníes, y con los 15 guaraníes restantes compraba el ladrillito de plastilina. Mi desafío personal era aguantar toda la mañana con esa menta”, rememora.
Los adultos no solo dejaban al alcance del niño tijeras y cartulinas. Él también podía acceder a los libros de la biblioteca de su padre, Víctor Beckelmann. En las páginas de uno de ellos vio por primera vez la obra La Catedral, del artista francés Auguste Rodin. “Ahí fue que me di cuenta de que eso que hacía como juego, podía adquirir otra dimensión. De esa manera descubrí la escultura. Rodin me mostró el camino y comenzó mi fijación. A mí lo que me gusta es el modelado, es la base de mi trabajo, y él era un maestro en eso”, explica el escultor al hablar del momento en que tuvo su revelación con el arte.
Aprendizaje
Gustavo Beckelmann estudió la carrera de Arquitectura en la Universidad Nacional de Asunción. Aunque completó todo el plan de estudios, no llegó a recibir el título, pues no realizó su trabajo final de grado. “No lo hice porque el plan de estudios de esa época me parecía una tontería”, señala al explicar el motivo por el cual no accedió al cartoncito.
A diferencia de la formación académica, la artística es totalmente empírica. “Básicamente, soy autodidacta. Lo único que hice fue un curso con un profesor de la Universidad de Kansas, en lo de Hermann Guggiari. Cuando eso ya estaba trabajando con el bronce”. Para ir refinando su técnica, trabajó en fundiciones en España, Holanda, Alemania, entre otros países. “Fui aprendiendo a base de errores”, dice al describir el camino hacia lo que hace actualmente.
¿En qué momento se pone en marcha la fábrica que crea las obras? Para Beckelmann, no hay un horario específico. Hubo momentos –como su obra Babel– en que trabajó más de 15 horas al día, de lunes a lunes, por casi un año. “Hago mis obras desde el estómago. Tengo una sensación con respecto a algo que quiero hacer –normalmente son obsesiones–, que empieza a rondarme la cabeza, y hasta no hacerlo no puedo parar. Normalmente encuentro el significado racional a posteriori”.
Lo antilindo
Seamos sinceros: las figuras de Beckelmann no son precisamente lo que comúnmente se denominaría como “algo bonito”. Y él lo admite, entre risas. Si usted conoce la literatura de H.P. Lovecraft o las creaciones de Ginger (responsable del personaje Alien), encontrará referencias visuales y conceptuales en sus obras. “Tengo muchas influencias. Además de Rodin, Giacometti y los expresionistas alemanes, admiro a Miguel Ángel y Benini. Otra de mis influencias principales es el cómic. Además, me gusta mucho la literatura en general, en especial la ciencia ficción”, se explaya el artista y agrega que se interesa en reflexionar sobre la actualidad del ser humano y su devenir.
“Al hacer una obra, lo que busco es que no se queden indiferentes ante ella, que moleste o guste. Que toque de alguna manera”, explica el escultor. Son varias las anécdotas que comparte cuando este objetivo se cumple. Una de ellas ocurrió una mañana del 99, en Plaza Italia, mientras terminaba una escultura que conmemoraba los 10 años de la caída del dictador Stroessner.
“Me alejé más para ver cómo iba quedando el trabajo. De repente, me di cuenta de que se había parado a mi lado una señora, que volvía de sus compras. Me vio y me dijo: '¿Verdad que el que hizo eso debe tener pajaritos en la azotea?’. Y luego comenzó a putear y me preguntó: '¿A usted también le impresiona eso?’. '¿Qué?’, le pregunté. Y ella continuó con su puteada hasta que remató diciendo: ‘En la época de mi general no se hubiese permitido eso’. Entonces me dije que lo hice bien”.
Hablemos de arte
Beckelmann, quien durante un tiempo fue docente en el Instituto Superior de Arte (ISA), tiene una postura en cuanto a la formación académica. “No creo mucho en eso, pero influye. Creo que el arte se puede aprender, pero no enseñar. Pero esa es una filosofía muy mía”. Valora además el dinamismo que se da actualmente en el movimiento artístico en el país y la existencia de más institutos de enseñanza. En cuanto a lo novedoso, elogia las obras de los artistas Sergio Buzó y Fidel Fernández, además de ponderar la dinámica del movimiento de los grafiteros.
“Me parece que ese es el campo más dinámico que hay, junto con el de la fotografía. En su momento, el arte conceptual, las instalaciones y compañía estuvieron también en boga. Yo siempre me peleé con los perros, porque eso me parece una cosa muy vacía, banal. Y ahí se ve cómo se quedó en la nada”, señala lapidario este artista, cuyas obras han sido expuestas en destacadas galerías a nivel nacional e internacional.
Hay algunos que hablan de la existencia de un círculo elitista que impide que otros artistas se desarrollen. Beckelmann cree que esto no es así, sino que existe un círculo grande de kaigues, compuesto por gente que trabaja poco y que se hace autobombo. Explica, además, que si uno le pone empeño a lo que hace, para alcanzar una calidad, encontrará espacios, lo cual es una ventaja para el país. A ello agrega que existen otros problemas en la producción artística en el país.
“Los perros encuentran algo que les funciona y se repiten mucho. También están los que dividen su trabajo en dos: la corriente comercial y una más arrojada. Eso crea un desequilibrio muy grande en el mercado, porque la gente se acostumbra a lo decorativo. La gran mayoría de las galerías en Paraguay son casas de decoración. Entiendo que todos tenemos que comer. Si los perros hicieran solo el arte serio, entre comillas, la persona que va a la casa de la gente que compra esas obras dirá: ‘Esto es interesante y voy a considerar tenerlo’. Es una manera de educar a la gente también”, enfatiza Gustavo, quien tiene abierto su taller para todo aquel que quiera aprender con él.
La comezón
Por encima de los hierros y el taller, en un altillo, el artista ha instalado su estudio. Ahí se ven estantes de más de dos metros de altura, abarcando tres de los cuatro lados de la oficina. La música inunda el sitio y, bien arriba, se ven modelos a escala de clásicos de la aviación. Fabricarlos es uno de sus pasatiempos.
Además, se adentra y conoce más sobre la última técnica que estuvo experimentando: un proceso galvanoplástico que implica el uso de electricidad y elementos químicos.
“Para mí el arte es una comezón que uno debe rascarse, y el resultado de eso son las obras. Esto (el arte) es una cosa que me persigue. Mi principal herramienta es la cabeza, que no para las 24 horas del día. Hasta que no me lo saco de encima, no estoy feliz. Tengo que poner una serie de televisión estúpida para que se me apague el cerebro. Necesito estar haciendo algo con mis manos. Incluso cuando hablo por teléfono hago origami”, dice al hablar de su inquieta creatividad, que empezó moldeando plastilina, y ha dominado el metal y otros materiales para crear obras que no dejan indiferente a nadie.
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El arte público
A unos 400 kilómetros de Asunción, Resistencia (Chaco argentino) es conocida como la ciudad de las esculturas. Una gran diferencia con Asunción y otras ciudades del país, donde existen muy pocas obras en la calle. “Acá tenemos el mural del IPS, algunas esculturas en la calle y nada más. Es muy poco lo que hay. Hacen falta más. En cierta medida es uno de los gestos más grandes que hay, porque la gente se identifica con sus monumentos. Cuando te vas a otros lugares, te acordás de ellos. Son ganchos de identidad, por decirlo de alguna manera”, señala Beckelmann.
Idus de marzo
Una de las obras icónicas de Gustavo Beckelmann corona la fachada del Ministerio de Defensa Nacional. Son moldes de diversos pechos desnudos, hechos en homenaje a la ciudadanía partícipe del Marzo Paraguayo. La escultura fue realizada luego de que el artista ganara un concurso convocado por el Ministerio para conmemorar la gesta. Sobre esta creación –que le surgió cuando la música Patria querida sonaba repetidamente en su cabeza–, el artista tiene un par de anécdotas. Una amiga suya que estaba embarazada se prestó para quitar el molde del cual haría uno de los bustos. Cuando el artista le preguntó por qué lo hacía, ella respondió. “Cuando mi hijo nazca y pasemos juntos por ese lugar, yo apuntaré y le diré: ‘Vos estabas ahí dentro’”, revela.