La resistencia de los Apóstoles a obedecer los mandatos del Sanedrín no era orgullo ni desconocimiento de sus deberes sociales con la autoridad legítima. Se oponen porque se les quiere imponer un mandato injusto, que atenta a la ley de Dios.
Recuerdan a sus jueces, con valentía y sencillez, que la obediencia a Dios es lo primero. Están convencidos de que “no hay peligro para quienes temen a Dios, sino para quienes no lo temen”, y de que es peor cometer injusticia que padecerla.
Los Apóstoles demuestran con su conducta la firmeza en la fe, lo hondo que han calado las enseñanzas del Señor después de haber recibido el Espíritu Santo, y también lo que pesa en sus vidas el honor de Dios.
“Aprendamos a ‘hacer el bien’, Dios ‘perdona generosamente’ todo pecado. Lo que no perdona es la hipocresía, la ‘santidad fingida’. Son palabras del papa Francisco en su homilía de la misa matutina, en la capilla de la Casa de Santa Marta.
A los santos fingidos, que ante el cielo se preocupan más por aparentarlo, que por serlo de verdad, y los pecadores santificados, que más allá del mal hecho, han aprendido a ‘hacer’ un bien más grande.
Nunca hubo ninguna duda sobre a quién de ellos prefiere Dios, afirmó el obispo de Roma, centrando su meditación sobre estas dos categorías.
Tras señalar que las palabras de la lectura de Isaías son un imperativo y al mismo tiempo una ‘invitación’, que viene directamente de Dios: ¡dejen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien’, defendiendo a los huérfanos y a las viudas, es decir, –subrayó el papa Francisco– ‘aquellos que nadie recuerda’ entre los cuales están también ‘los ancianos abandonados, los niños que no van a la escuela’ y los que ‘no saben hacerse la señal de la cruz’. Detrás del imperativo y de la invitación está siempre la invitación a la conversión.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, y http://pwfeyrazon.blogspot.com/2015/03/aprendamos-hacer-el-bien-dice-el-papa.html)