La manifestación, que se llevó a cabo bajo rachas de lluvias frente al lujoso Copacabana Palace, reclamó igualmente acceso a servicios básicos como cloacas, transportes, salud y educación para esas zonas donde vive un cuarto de la población del estado de Río.
“Hoy llueve en Río y llueven balas en las favelas, pero eso no nos impide pedir paz”, dijo a la AFP Delcimar da Costa, presidenta de la Federación Municipal de Asociaciones de Residentes de las Favelas de Río.
“En las favelas los proyectos sociales no existen y las acciones policiales se están agravando”, denunció junto a los manifestantes identificados con camisetas con la inscripción: “Las favelas piden paz”.
Ciertas mejoras previstas para el Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016 se abandonaron o se degradaron rápidamente después de esos eventos. Y Río se convirtió en un paradigma de la crisis económica y de los escándalos de corrupción que azotan a Brasil.
Las favelas son teatro además de guerras entre bandas de narcotraficantes por el control del territorio y de acciones de represalias de milicias parapoliciales.
Las intervenciones policiales suelen convertirse en caóticas balaceras, con un tendal de pobladores víctimas de presuntas “balas pérdidas”.
María Quiteria ya desistió de reclamar el reconocimiento de que su hijo, Wesley Daniel Santos Oliveira, de 17 años, fue víctima, según afirma, de una ejecución sumaria en la favela de Jacarezinho, en la zona norte de Río.
“Lo mataron de tres tiros” cuando se dirigía al oficio religioso en la iglesia evangélica a la que pertenecía, sostiene.
“La situación en Jacarezinho es pésima. Hay muerte y más muerte y nadie hace nada. Solo mueren inocentes”, relata la mujer, sacando fuerzas de su propio desaliento.
Amnistía Internacional y otras organizaciones de defensa de los derechos humanos denuncian el uso de la tortura y la multiplicación de ejecuciones sumarias por las fuerzas de seguridad, que a su vez hacen valer la alta peligrosidad de su trabajo. En lo que va del año, unos 80 policías fueron abatidos en el estado de Río.
“A la policía le parece que somos todos bandidos”, deplora Washington Fortunato, de 58 años, de la Asociación del Complejo de Mangueira.
“Pero las favelas no tienen la culpa del narcotráfico”, pues “los verdaderos traficantes están acá, en la zona sur”, la más rica de Río, agrega.