19 abr. 2024

Es la gestión, no la comunicación

Los malos números de una encuesta publicada por este diario realizada por Ibope golpeó al Gobierno, que cumplió tres años en el poder. Los ministros más políticos salieron a reforzar los números que recitó el presidente en un informe enlatado y repitieron la cantinela de que se “gobierna bien, pero se comunica mal”.

Dos cifras del sondeo golpearon el corazón del Gobierno: que un alto porcentaje (61%) de los encuestados considera que el presidente no hizo nada bueno, y que el 80% rechaza su reelección, aunque la gente no está en desacuerdo con la figura constitucional.

“Evidentemente tenemos un problema de comunicación. Hay un divorcio entre lo que nosotros creemos que quiere la gente y lo que quiere la gente. O se hacen mal las encuestas o son tendenciosas”, se lamentó el ministro de Industria, Gustavo Leite, quien de tanto en tanto hace de vocero político.

No hay nada peor que las contradicciones a la hora de comunicar. A pesar de su carácter, Cartes instaló bien la idea de la transparencia en el Gobierno y una gran parte de la ciudadanía aplaude su rechazo a la clase política. Y, sin duda, hay números económicos que favorecen su gestión.

La comunicación política es una materia compleja que va mucho más allá del simple márketing. Y una cosa es la promesa (su campaña electoral fue impecable), pero otra es la gestión. Y la ciudadanía es implacable a la hora de evaluar las acciones de un gobierno, sobre todo cuando un candidato genera muchas expectativas. Que es el caso de Cartes.

CONSTRUIR LAZOS. La emoción es un ingrediente clave en la comunicación política y en el Gobierno no hay vocero que transmita los datos con convicción. En el Senado, un solitario Gustavo Alfonso pelea como Don Quijote con los molinos de viento. Le ayudan los dos senadores de Unace, pero las arcaicas posiciones de Bóbeda generan un efecto contrario. En Diputados nadie cree desde el momento que fueron acusados por sus propios correligionarios de recibir jugosos salarios extras como trueque de sus votos.

A Cartes no le gusta hablar de sus logros. Quiere que los demás lo hagan. Poco le importa lo que dicen los políticos, pero siente que los empresarios son mezquinos con él. No entiende por qué no salen públicamente a apoyar su guerra contra la clase política, o sean parcos al elogiar sus decisiones económicas. Lamenta con frecuencia que la prensa no reconozca su lucha contra la corrupción política, como la eliminación del negociado de transporte en Itaipú y otros aspectos. O que la Asociación Rural del Paraguay no elogie la megarreconstrucción de la ruta Transchaco de 500 kilómetros que arrancará en la cabecera del Puente Remanso y se extenderá hasta Mariscal Estigarribia, “que valorizará enormemente sus estancias”.

Parece que algunos le convencieron de que debe “hablar con sus obras como Stroessner hacía”. Lo cual es un tremendo disparate y una visión totalmente arcaica. En dictadura no existe la opinión y hoy hay libertad en los medios de comunicación, a los que se suman las redes sociales, poderosas e indomables, que a la par que los medios marcan la agenda pública o en muchos casos imponen los temas.

O la típica acusación contra la prensa, como lo hizo Leite, dando a entender que hay vendetta porque cortaron la publicidad en los medios.

SAL EN LA HERIDA. Cuando en el Gabinete se lamentaban por el escaso rebote de la lista de obras a tres años de gestión, culpando a problemas de comunicación, del mismo riñón del cartismo salen a contramano. Un ejemplo fue el ministro de Salud, Antonio Barrios, quien en vez de resaltar las mejoras en el Hospital de Pilar que inauguraba servicios de alta generación para servicios de tomografía y encefalografía –sin duda un gran salto de la salud pública–, habló de la necesidad de tener “un presidente como Cartes otros diez años más”. Desperdició la brillante oportunidad de hablar de un logro para avivar el debate de la reelección, un tema que pone de mal humor a la sociedad. Los actos de Gobierno no son el escenario para esos asuntos porque fundamentan la desconfianza sobre el uso de los bienes del Estado para las campañas.

La prensa no es su principal problema, sino los objetivos y logros inconexos de su gestión. No basta que Soledad Núñez sea buena gestora con las viviendas sociales si en seguridad el EPP marca la agenda. O que la macroeconomía esté bien cuando 700.000 pobres extremos duermen sin cenar, o cuando dice que hay concursos para entrar a la función pública y mete a su amigo bachiller en Yacyretá con salario de PHD en Harvard; o que se lucha contra las mafias y es la propia Policía la que extorsiona y mata, o que se luche contra el narcotráfico y Chicharõ aparezca en Mburuvicha Róga.

Los hechos tienen más poder que las palabras.

La prensa hará lo que tiene que hacer. Un sector por lo menos. Es bueno que los comunicólogos del Gobierno sepan cuál es la esencia del periodismo, que definió muy preciso George Orwell: “Periodismo es publicar todo lo que alguien no quiere que se publique; todo lo demás es relaciones públicas”.

Y las encuestas reflejarán lo que siente y percibe la gente.

Si Cartes sostiene que su gobierno es bueno, debería empezar a mirar hacia adentro y extirpar lo que está mal o apurar lo que sigue lento. Quizá le baste con mirar los diarios o ver un ratito los noticieros y deje de creer las mentiras que le cuentan sus asesores por miedo o por mantener sus jugosos puestos.

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