Yo soy –afirmó el Maestro– la resurrección y la vida; el que cree en mí, aún cuando hubiere muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. Aunque la muerte es el enemigo del hombre en su vida natural, en Cristo se convierte en “amiga” y “hermana”.
Aunque el hombre sea derrotado por esa enemiga, sale al fin vencedor porque mediante ella, mediante la muerte, adquiere la plenitud de la vida.
Se entiende bien que para una sociedad que tiene como fin casi exclusivo, o exclusivo, los bienes materiales, la muerte siga siendo el fracaso total, el último enemigo que acaba de golpe con todo lo que dio sentido a su vivir: placer, gloria humana, goce de los sentidos, ansias desordenadas de bienestar material...
El papa Francisco al respecto del evangelio de hoy: “En este recorrido hacia el fin de nuestro camino, de cada uno de nosotros y también de toda la humanidad, el Señor aconseja dos cosas, dos cosas que son diferentes, y son diferentes según cómo vivamos, porque es diferente vivir en el instante y vivir en el tiempo.
Y el cristiano es un hombre o una mujer que sabe vivir en el instante y sabe vivir en el tiempo.
El instante es lo que tenemos en las manos ahora: pero este no es el tiempo, ¡pasa! Tal vez podemos sentirnos dueños del instante, pero el engaño es creernos dueños del tiempo: ¡el tiempo no es nuestro, el tiempo es de Dios!
El instante está en nuestras manos y también en nuestra libertad sobre cómo tomarlo. Y aún más: nosotros podemos convertirnos en los soberanos del momento, pero solo hay un soberano del tiempo, un solo Señor, Jesucristo.”
(Del libro Hablar con Dios de Francisco Fernández Carvajal y http://es.catholic.net/op/articulos/48489/cat/331/venida-del-reino-de-dios.html)