¿Cómo se pasa de la juventud a la madurez? Cuando se empiezan a aceptar los propios límites. Nos convertimos en adultos cuando se relativiza y se toma conciencia de «lo que falta».
Este hombre está obligado a reconocer que todo lo que puede «hacer» no supera un «techo», no va más allá de un margen. ¡Qué bonito ser hombres y mujeres! ¡Qué preciosa es nuestra existencia! Y también hay una verdad que en la historia de los últimos siglos el hombre ha rechazado a menudo, con trágicas consecuencias: La verdad de sus límites. Jesús, en el Evangelio, dice algo que nos puede ayudar: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento» (Mateo 5, 17). El Señor Jesús regala el cumplimiento, ha venido para esto. Ese hombre debía llegar al umbral de un salto, donde se abre la posibilidad de dejar de vivir de sí mismos, de las propias obras, de los propios bienes y -precisamente porque falta la vida plena- dejar todo para seguir al Señor. Mirándolo bien, en la invitación final de Jesús -inmenso, maravilloso- no está la propuesta de la pobreza, sino de la riqueza, esa verdadera: «Una cosa te falta: Anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme».
¿Quién, pudiendo elegir entre un original y una copia, elegiría la copia? Este es el desafío: encontrar el original de la vida, no la copia. ¡Jesús no ofrece sustitutos, sino vida verdadera, amor verdadero, riqueza verdadera! Debemos escrutar lo ordinario para abrirnos a lo extraordinario.
(De http://www.vatican.va)