19 abr. 2024

Una reina sin corona

Carolina Cuenca

Un marchante le dice a mamá: “Norovendeite hína, la señora, ivai la porte ko viru’i vaikuére”… Está en el portón de casa, delgado, con rostro cargado de cansancios y con la canasta aún rebosante de hortalizas de su lejana huerta, señal de poca venta. Mi madre de 74 es una experimentada auscultadora de realidades y, luego de comprarle algo, le pide que le espere “un ratito, mi hijo”, humanizando un trato que implica tantas cosas y muy típico de las amas de casa en nuestro país, quienes adoptan como hijos a casi todas las personas menores que conocen. Con el dinero del pago va también un obsequio, no faltan las palabras de aliento y una broma que ya no puedo captar a la “distancia social” en que me encuentro, pero lo que sí retengo es la sonrisa del joven que retoma camino con más entusiasmo y también el elegante porte de la que fue al portón de su casa casi arrastrando la pierna dolorida, pero regresa con la agilidad y el contento de un soldado luego de ganar una guerra. Se han levantado el ánimo mutuamente. Al entrar a la cocina se lava las manos la moderna guerrera, y nos recuerda que este es un tiempo de compartir y de rezar unos por otros. Lección completada y a otra cosa. No hay publicidad, no hay afectación, pero deja fluyendo en el ambiente la maravillosa percepción de ser parte de una historia viva que está conectada con muchas otras; que, ciertamente, se materializa en un hoy, en un presente, pero que tiene su savia en un ayer que nos ha transmitido encapsuladas todas las victorias y las derrotas, las heridas en combate, todos los aprendizajes de nuestra rica herencia cultural.

Este gesto de relación gratuita y solidaria, de encuentro familiar, y tantos otros difíciles de resumir en este espacio, nos recuerdan que hay otra vía para nuestro desarrollo diferente del materialismo.

Tenemos dentro, en nuestra identidad cultural, un ADN positivo, auténtico, un verdadero arsenal virtuoso encapsulado en gestos cotidianos que debemos aprender a usar en tiempos difíciles como el que vivimos en esta obligada cuarentena, en este contexto de amenaza a nuestro bienestar y de incertidumbre.

Al ver cómo se deshumaniza, por ejemplo, el trato a los ancianos en ciertos hechos registrados en los países autoproclamados “primermundistas”, al escuchar ciertos relatos de lo que estamos viviendo con la pandemia, tan marcados por la deshumanización, me alegra ser testigo de que es posible vivir los dramas de la historia con una apertura más edificante. Esto me da impulso a mencionar esa palabra, ese concepto tan menospreciado que es el amor, la caridad. No como desprecio arropado de falsa piedad, no como buenismo ingenuo, sino esa “vía maestra” de vida en sociedad que apuntaba el sabio Benedicto XVI en su encíclica Cáritas in veritate. “La caridad en la verdad es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. El amor –caritas– es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz”, reflexionaba el hoy Papa emérito. Esta caridad no es una fachada, un exponerse para ser vistos y aplaudidos, no es un relleno, ni una imagen abstracta, esta caridad “se goza en la verdad”. Está ligada al sentimiento, pero sobre todo a la razón. La caridad armoniza el deseo interno y la obra exterior. No necesita presupuesto porque lleva implícita la gratuidad. Quien puede vivir a esta altura el encierro, el cuidado de los enfermos, el gobierno de la “res” “pública”, la vejez, la precariedad, sus proyectos y sus acciones, tiene las armas para reconquistar el territorio perdido en materia de humanidad. ¡Qué políticamente incorrecto mencionar y reverenciar hoy a esta reina sin corona!, pero vale la pena correr el riesgo, pues fortalece el espíritu contemplar su grandeza en tantos actos cotidianos, de estar juntos, aunque no tengamos contacto físico. Su esplendor en cada pequeño gesto embellece y da esperanza. Quizás es tiempo de devolverle su corona a la reina de las virtudes humanas.

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