Este gesto de relación gratuita y solidaria, de encuentro familiar, y tantos otros difíciles de resumir en este espacio, nos recuerdan que hay otra vía para nuestro desarrollo diferente del materialismo.
Tenemos dentro, en nuestra identidad cultural, un ADN positivo, auténtico, un verdadero arsenal virtuoso encapsulado en gestos cotidianos que debemos aprender a usar en tiempos difíciles como el que vivimos en esta obligada cuarentena, en este contexto de amenaza a nuestro bienestar y de incertidumbre.
Al ver cómo se deshumaniza, por ejemplo, el trato a los ancianos en ciertos hechos registrados en los países autoproclamados “primermundistas”, al escuchar ciertos relatos de lo que estamos viviendo con la pandemia, tan marcados por la deshumanización, me alegra ser testigo de que es posible vivir los dramas de la historia con una apertura más edificante. Esto me da impulso a mencionar esa palabra, ese concepto tan menospreciado que es el amor, la caridad. No como desprecio arropado de falsa piedad, no como buenismo ingenuo, sino esa “vía maestra” de vida en sociedad que apuntaba el sabio Benedicto XVI en su encíclica Cáritas in veritate. “La caridad en la verdad es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. El amor –caritas– es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz”, reflexionaba el hoy Papa emérito. Esta caridad no es una fachada, un exponerse para ser vistos y aplaudidos, no es un relleno, ni una imagen abstracta, esta caridad “se goza en la verdad”. Está ligada al sentimiento, pero sobre todo a la razón. La caridad armoniza el deseo interno y la obra exterior. No necesita presupuesto porque lleva implícita la gratuidad. Quien puede vivir a esta altura el encierro, el cuidado de los enfermos, el gobierno de la “res” “pública”, la vejez, la precariedad, sus proyectos y sus acciones, tiene las armas para reconquistar el territorio perdido en materia de humanidad. ¡Qué políticamente incorrecto mencionar y reverenciar hoy a esta reina sin corona!, pero vale la pena correr el riesgo, pues fortalece el espíritu contemplar su grandeza en tantos actos cotidianos, de estar juntos, aunque no tengamos contacto físico. Su esplendor en cada pequeño gesto embellece y da esperanza. Quizás es tiempo de devolverle su corona a la reina de las virtudes humanas.