La idea del “Museo de la Infancia en Guerra”, que abre hoy sus puertas al público en la capital bosnia, se le ocurrió a Jasminko Halilovic cuando estaba reuniendo testimonios de otros bosnios que, como él, fueron niños o adolescentes durante la guerra que vivió el país entre 1992 y 1995.
Esas historias fueron publicadas en 2013 en el libro ‘War Childhood: Sarajevo 1992-1995", que recoge en breves mensajes, como un tuit o un sms, las ideas y recuerdos sobre lo que significó para unas mil personas la pérdida de seres queridos, el miedo a los francotiradores o la falta de electricidad o comida.
“Infancia en guerra es cuando estas colado por alguien en el colegio y a ella la mata una bomba”, resumía, por ejemplo, Jasenko, un chico que tenía quince años cuando estalló el conflicto.
“Guitarra, monopoly, dominó en el sótano a la luz de las velas”, describía por su parte Alisa, de ocho años, lo que fue su día a día.
Justo esa vinculación de los recuerdos con un objeto es lo que llevó a Halilovic a desarrollar el Museo de la Infancia en Guerra.
“Me di cuenta de que la gente tiene tendencia a conectar sus recuerdos con ciertos objetos físicos, de que esos objetos les son importantes para ellos y quieren compartirlos”, explica a Efe.
Objetos que, dos décadas tras el fin de la guerra, comenzaban a desaparecer o a romperse.
Empeñado en que esos objetos, y sus historias, no se perdieran, este titulado en administración financiera de 28 años, comenzó en 2015 a reunirlos, apoyado por un equipo de historiadores, médicos y psicólogos, entre otros profesionales, que en su mayoría fueron también niños en la Bosnia de la guerra.
El fondo del Museo tiene ya más de 3.000 objetos y unas cien horas de videotestimonios de niños de la guerra.
Pese a esa amplia colección, el museo solo expone unos cincuenta objetos cada vez, además de algunos testimonios en vídeo y fotos, con la idea de que sea una visita dinámica y evitar una sobredosis de sensaciones.
“No estamos centrados en recordar, en lo que estamos enfocados es en procesar esos recuerdos. Y lo hacemos en una forma que, pensamos, es cicatrizante para nuestros participantes. Se sienten mejor después de este proceso”, explica Halilovic.
Aparte de superar los traumas del pasado y ayudar a entender y prevenir cómo las guerras afectan a los niños, este museo quiere también contribuir a la reconciliación.
Todo ello en un país, donde el conflicto se interpreta aún de forma distinta por los tres pueblos contendientes, los musulmanes, croatas y serbios.
“Lo que tratamos de hacer es crear una narrativa alternativa común. Cuando acercamos a la gente somos capaces de iniciar un diálogo y puede haber algún tipo de narrativa común o, al menos, entender mejor las distintas narrativas”, cuenta Halilovic.
Con todo, reconoce que es difícil revertir una tensión y un enfrentamiento en el que “las elites políticas han invertido mucho dinero y esfuerzo en las últimas dos décadas” en construir.
Dentro de ese esfuerzo, el Museo ha abierto centros de investigación en otras ciudades bosnias, como Banja Luka, la capital de la región serbia, y Mostar, de mayoría croata.
Halilovic asegura que el museo no pretende “enseñar Historia”.
“Nos ocupamos de recuerdos de niños. Los niños son participantes activos en la guerra pero no contribuyen a su estallido”, recuerda.
“No estamos bajo está presión de presentar la Historia, sino historias personales y dejar que los visitantes se hagan su propia composición”, resume.
Los planes de Halilovic y de su equipo pasan por usar su experiencia y su investigación en proyectos y materiales educativos que puedan ser usados tanto por profesores como alumnos.
Además, sueña con llevar la exposición de gira por otros países e incluso abrir exposiciones permanentes en Londres, Tokio y Nueva York, adaptando este concepto a otros conflictos.
Antonio Sánchez Solís