10 feb. 2025

Trump y su nocaut a la identidad

El discurso de Donald Trump en la ceremonia de toma de posesión despertó algunas reacciones fuertemente emotivas y llenas de frustración ideológica. Las calificaciones llegaron como las tempestades tropicales: Fascista, supremacista, antidemocrática, etc. Pero Trump obtuvo una gran victoria. Debemos respetar el hecho de que los votantes estadounidenses eligieron a Donald Trump. La prensa no puede discutir este hecho. Su discurso, para bien o mal, representa el sentimiento profundo de la sociedad norteamericana. Obviamente, hubo una retórica impactante y una cierta dosis de teatralidad. Pero, desde mi punto de vista, refleja el cansancio de una agenda de identidad, el cansancio material de una ideología que, allí y aquí, en nombre de la democracia, impone la prohibición de un debate abierto y civilizado. La cultura de la cancelación y las recurrentes tentativas de frenar la libertad de expresión fueron fuertemente cuestionadas.

Todavía hay que esperar para hacer una evaluación equilibrada del segundo mandato de Donald Trump. Sus consecuencias en la economía y la geopolítica mundial. La diplomacia brasileña, apoyada en su competencia tradicional, debe seguir un camino prudente y pragmático.

Pero no es sobre ello de lo que quiero tratar en esta columna. Quiero profundizar en el impacto cultural de un Estados Unidos reformateado. Lo que está claro es que el mundo está dando un giro liberal y conservador. Y de eso quiero hablarte, amigo lector.

El conservadurismo, frecuentemente maltratado e incomprendido, es un fenómeno en ascenso. Y no puede arrojarse a la catacumba de nuestra cobertura ni tratarse de manera caricaturizada. Merece un análisis tranquilo. Esto es lo que intentaré hacer en este espacio de opinión, sanamente abierto y plural.

Es necesario analizar el hecho. El conservadurismo está presente en un contingente significativo de la sociedad brasileña, incluso entre los jóvenes. Es preciso admitir la realidad y comprender las razones de los demás, incluso cuando no coincidan con las nuestras.

La gran mayoría de la población brasileña no se alinea con la historia, a la ideología, a las prácticas y la agenda de identidad. Esto es un hecho.

Gran parte de los brasileños descubrieron y se identificaron con valores, pensamientos y prácticas que pueden ser llamados conservadores. La llegada de las redes sociales rompe la hegemonía de la agenda pública y cultural; generó el fenómeno de la desintermediación disruptiva.

Nuevos personajes ocuparon el espacio de discusiones y las reflexiones, difundiendo esta perspectiva que se ancla en los valores tradicionales y exalta la vida, la libertad individual y responsable.

En un intento por descalificar los deseos y aspiraciones conservadoras y liberales, los partidarios de la agenda de identidad etiquetan a cualquiera que no se alinee con su bando como bolsonarista, tratando de reducir el ascenso de los conservadores a un carácter controvertido y conflictivo. El fenómeno del conservadurismo es mayor, supera y es independiente de Jair Bolsonaro.

Además, también se esfuerzan por garantizar que el conservadurismo no sea adecuadamente difundido y conocido en sus propuestas básicas, al darse cuenta de que la ocupación del espacio político por una cultura conservadora es el mayor y más poderoso obstáculo para sus pretensiones hegemónicas.

Sin embargo, el conservadurismo no solo tiene derecho a existir, sino que también se ha mostrado muy representativo de una gran parte de la sociedad brasileña.

El mundo está experimentando esta tendencia. Hasta hace poco, la lectura y la repercusión de los acontecimientos siempre, o casi siempre, estaban moduladas y filtradas por una perspectiva ilustrada y marxista. Sin embargo, la gente está descubriendo la fuerza y la brillantez de la libertad.

La reacción de los dirigentes del espacio cultural, agresiva y desproporcionada, indica que se ha tocado un punto sensible. La percepción del cambio en el péndulo de la historia, cada vez más clara y patente, generó la clásica estrategia de descalificar las opiniones ajenas, anular y demonizar a quienes se atreven a pensar fuera de los límites impuestos por el totalitarismo ideológico.

El pensamiento conservador y liberal –profundo, serio y fundamentado– asusta y desestabiliza a los poseedores de una hegemonía que empieza a experimentar el sabor del ocaso.

El conservadurismo busca la primacía de la vida, del individuo, la libertad de expresión, la igualdad de condiciones ante las leyes y los derechos, una educación sin adoctrinamiento, la limitación de las injerencias abusivas del Estado y la defensa de la familia.

Vivimos tiempos sorprendentes. La pandemia sacudió al mundo. Rompió esquemas, volcó proyectos, quitó vidas, borró sueños. Pobres y ricos, gobernantes democráticos y dictatoriales, poderosos y débiles –todos– estaban encadenados por la impotencia.

El globalismo ha sido sacudido. Imágenes de plazas, calles y avenidas fantasma y de un mundo vestido de vacío que reforzaron la percepción de fragilidad.

La Tierra estaba de rodillas ante lo imponderable. Se presagiaba el rescate de lo trascendente, de los valores y el ocaso de la soberbia racionalista. Es en este caldo de cultura, inmerso en una profunda nostalgia de los valores y la libertad, que surgió con vigor el conservadurismo.

El periodismo no puede dar la espalda al fenómeno conservador. De lo contrario, corre el riesgo de perder relevancia al no hablar adecuadamente de temas y asuntos de interés para los lectores.

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