Sábado|26|JULIO|2008
El suplemento cultural de UH impreso decidió homenajear a Olga Blinder en su suplemento. Abordan sobre su legado Maricha Heisecke, Emilio Pérez Chávez, Fátima Martini, Miguel Ángel Fernández, Ticio Escobar, Bartomeu Meliá y William Paats.
Compartimos el material elaborado por Ticio Escobar.
Llanto por la muerte de Olga Blinder
Ticio Escobar | Crítico de arte | ticio@ticioescobar.com.py
Más allá del dolor personal que produce, la muerte de los grandes impacta porque cava un vacío en el imaginario colectivo; un hueco que debe ser cubierto mediante difíciles operaciones simbólicas. No se trata ya sólo de elaborar el duelo, sino de restituir la pérdida culturalmente perturbadora. Olga Blinder fue una figura grande. Es una figura grande. Y este paso del haber sido al seguir siendo exige ya un trabajo de forma: el inicio del mito.
No estamos hablando, obviamente, del mito como mistificación, engaño o pura invención, sino como dispositivo social que permite construir por encima de la nada que deja la muerte. El mito trama sociedad en torno a núcleos duros de significación: a figuras fuertes, capaces de producir identificaciones comunitarias, ajustar identidades, renovar las certezas del grupo, asentar su memoria y, desde ella, reimaginar sus proyectos. Por encima de las pequeñas miserias, borroneadas ante la dignidad de la muerte, la sociedad nacional, la comunidad artística, la historia de nuestra cultura, precisan subrayar sus hitos. Como cualquier otra sociedad, la nuestra necesita cautelar los pilares que los sostienen, los argumentos de sus razones y sus imágenes, los incentivos de sus vidas cotidianas. Nuestros nombres, nuestros muertos, nuestras figuras (como los protohéroes culturales de cualquier colectividad) amojonan las representaciones sociales, corrigen sus asimetrías, ajustan la experiencia colectiva y la liberan, por un instante, de la contingencia.
Esas figuras nos legaron dones, nos enseñaron, inventaron espacios que hoy habitamos, señalaron, alguna vez, el rumbo del sentido extraviado. Por de pronto, nos une ya el dolor de la partida de Olga. En seguida precisaremos, juntos, inventar ritos nuevos que remarquen el diagrama vulnerable de nuestra comunidad, que instituyan un “nosotros” en torno a su memoria. Después, iremos construyendo el mito, el relato necesario para inscribir su nombre en una historia renovada en sucesivas narraciones, en estratos de recuerdos, en obras que irrumpen en el escenario acotado de nuestro arte.
Ya se sabe que no todas las despedidas exigen estos trámites culturales, y esto no significa en absoluto un menosprecio a las memorias privadas. En su mayoría, los nombres de quienes parten, quedan rubricados en lápidas, álbumes y escapularios, en altares familiares, en el recuerdo afectivo de sus allegados. Pero los nombres de figuras como Olga, que rectificaron la historia en un punto indispensable, que abrieron espacios públicos, que lucharon por la libertad de la expresión y el valor de la enseñanza, que no se doblegaron nunca, nunca; esos nombres deben ser inscriptos socialmente y custodiados de manera colectiva. De ellos depende el sentido de una historia rebajada por una mediocridad vuelta institución cotidiana.
Los maestros
Apenas muerto el gran artista malagueño, Olga realizó una xilografía titulada “Llanto por la muerte de Pablo Picasso”. Ella tenía sus propios expedientes -las imágenes- para tramitar la melancolía de la pérdida. Y la muerte de Picasso significaba la pérdida paradigmática: él era la figura mítica que argumentaba en pro del sentido del arte por el que Olga luchaba. Picasso, el creador por antonomasia, el luchador utópico, el dueño de la forma, el maestro. Picasso, el protohéroe que legó el arte nuevo; uno de los que torcieron el curso del siglo XX; el artista que se atrevió a pintar el bombardeo de Guernica, como se atrevería después Olga a grabar Los torturados. Picasso, un mito necesario.
Ya sabemos que Olga Blinder encabezó el movimiento que, en 1954, cambió el curso del arte en el Paraguay y lo abrió a la escena que hoy ocupamos. En rigor, el cambio había comenzado ya con su exposición individual realizada en 1952 y presentada por Josefina Plá y João Rossi, mediante textos que constituyen los manifiestos programáticos de la modernidad del arte paraguayo. Este momento mítico (en el sentido fundacional del término) sirvió de punto de partida a un trabajo infatigable que cruzó las décadas posteriores. Y lo hizo no sólo explorando los muchos procedimientos que hilvanan el camino de su obra, sino promoviendo el desarrollo del sistema del arte en todos sus trayectos (creación, difusión, enseñanza, etc.). Olga trabajó obsesivamente en esa dirección, siempre (y este adverbio también marca la dimensión de los grandes).
Concluyó su tarea: es decir, la dejó abierta para que la continúen otros, que no tendrán -que no tendremos- su tesón, ni su convencimiento demasiado largo, ni sus ganas que no se apagaron, pero sí su ejemplo. Ojalá podamos construir el mito fructífero de su figura grande partiendo de su legado tenaz y del recuerdo de su afecto, que cifradamente, muchas veces, ha sabido donarnos. Y ojalá logremos mantener dispuesta la escena de un arte siempre nuevo, de la creación constante y la pasión intacta.