He visto en esta democracia por tanteo una fotografía singular, donde un enjundioso ministro del Interior arenga a sus comandados policiales urgiéndolos a ser honestos, probos y serviciales. El retrato es una metáfora entre el discurso y la realidad. Mientras probablemente los jefes policiales asentían disciplinadamente las afirmaciones de su superior administrativo, más de la mitad de los uniformados que tenían las manos hacia atrás mostraban a la cámara que los inmortalizó mostrando el dedo del medio sin percatarse de que la fotografía los delataría. Esta es una muestra clara de la brecha que separa el discurso del recién asumido comandante Sotelo y la realidad de sus comandados.
Mientras se elija mal a los uniformados, el ingreso y promoción dependan de políticos corruptos, estén al servicio de los que pagan, construyan sus comisarías con plata de los mismos ladrones a los que deberían perseguir, vivan con los marginales, jueguen con ellos y envíen a sus hijos a la misma escuela... esto no tendrá solución. Si el uniformado ingresa en el cuerpo policial porque no tiene otra opción para comer y vivir, y apenas sale a la calle el sistema le hace parte de la corrupción que debiera perseguir... no cambiaremos nada.
Los discursos tipo Giuliani de “tolerancia cero” se prueban en la práctica. El ex alcalde de Nueva York echó a todos los policías corruptos, eran tres veces más que las fuerzas nuestras e invitó a todo aquel que quisiera ser miembro de este cuerpo que luego de un entrenamiento de seis meses estuvo listo para salir a la calle y combatir la delincuencia con una mentalidad diferente. Le fue muy bien e hizo historia. La expresión de no ser tolerante con las mínimas faltas fue su bandera y aquí hay que decirlo, el problema es con las pequeñas y grandes faltas con las que los policías están absolutamente contestes de que no cambiarán suba quien suba al cargo. A su antecesor que habló de traición, no le asustó que el comandante de las fuerzas públicas dijera que “cortaría la mano a los corruptos”. Me imagino qué dedo mostró mientras escuchaba semejante aseveración que hubiera disparado el negocio de las prótesis en el país. Hizo lo mismo que habían hecho todos los policías anteriores en ese cargo: se compró su estancia, usó los bienes del Estado para construir sus propiedades, se quedó con porciones del negocio para terminar reconociendo entre sollozos que lo habían traicionado sus subalternos.
El problema de la Policía es de raíz. Si se quieren parecer a los Carabineros de Chile tienen que portarse como ellos. En Santiago una mujer me comentaba que una vez pinchó la rueda de su vehículo a la noche. Enseguida llegaron los policías que se remangaron para cambiar la misma y evitar que fuera sujeta de algún asalto u otro inconveniente. Ya pueden imaginarse el cuadro a nivel local. Allá dicen que se puede comprar todo... menos a los Carabineros que forman parte de la institución más confiable en ese país por encima de la Iglesia, la prensa y otras similares. Pero ahí se trabaja en serio, aquí todos los jefes hasta ahora —incluido Sotelo, que es de la promoción de 1986— han sido formados en la escuela represiva de la dictadura y ellos se encargaron de preparar a los uniformados desde el 89. Tenemos una policía viciosa que no cree que exista otra manera de ejercer la profesión.
El cambio debe ser cultural y profundo. No pasa por sustituir a uno por otro, que posiblemente haga lo mismo que el que se fue. Por eso nadie cree en las expresiones de tolerancia cero.
Cuando vea como en Chile que ningún policía chatea en su celular contando quién sabe qué cosas a los que debería perseguir, en ese momento creeré en el discurso y no miraré el dedo del medio de los uniformados en la arenga del ministro de turno.