28 jun. 2025

Sin energía no hay IA ni futuro digital

Por Cecilia Llamosas, PhD Experta en Energía y Tecnología.

Itaipu Binacional hydroelectric power station in Foz do Iguazu Brazil, border Paraguay

Itaipu Binacional hydroelectric power station in Foz do Iguazu Brazil, border Paraguay. Panoramic aerial view of giant dam on Parana river, South America. Hydro electrification concept. Copy ad space

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En la carrera global por insertarse en las cadenas de valor de la inteligencia artificial, la infraestructura energética se ha convertido en el principal activo estratégico. Y aquí es donde tanto discurso puede volverse ventaja concreta: Paraguay tiene una oportunidad única, pero también enfrenta un desafío urgente.

¿Se acuerdan cómo ChatGPT irrumpió, casi sin aviso, en nuestras conversaciones, trabajos y rutinas diarias? En menos de un año, pasamos de la curiosidad al uso cotidiano de la inteligencia artificial para escribir, enseñar e incluso tomar decisiones. Lo que parecía futuro, ya es presente.

Y sin embargo, el mapa digital global sigue siendo profundamente desigual. Según The New York Times, solo 32 países cuentan hoy con centros de datos especializados en IA. Más del 90 % de esa capacidad está concentrada en Estados Unidos y China. Europa intenta recuperar terreno, mientras que América Latina, África y buena parte de Asia prácticamente no figuran. Esta brecha tecnológica se traduce en dependencia, costos más altos, latencia y restricciones para innovar con soberanía.

Esta semana, en Europa, se habló de “IA soberana”. Nvidia propuso ayudar a los países de la Unión Europea a desarrollar capacidades locales para reducir su dependencia de potencias tecnológicas. En América Latina —y en Paraguay en particular— ese mensaje debería resonar con fuerza.

Porque esta carrera no se trata solo de algoritmos o productos. Lo que está en juego es quién controla la infraestructura que sostendrá los datos, el conocimiento y la inteligencia del futuro. Y esa infraestructura —data centers, fábricas de IA, redes— no existe sin energía.

Ahí es donde Paraguay, por ahora, tiene algo que al mundo le falta.

Somos una rareza energética: generamos electricidad 100 % renovable, tenemos una de las tarifas más bajas del mundo y contamos con un superávit estructural. En un momento en que países invierten miles de millones para reemplazar tecnologías fósiles, Paraguay parte con una ventaja natural.

Pero ese superávit tiene fecha de vencimiento. Según proyecciones de la ANDE, sin inversiones sostenidas, podríamos enfrentar un cuello de botella energético entre 2030 y 2040. Los escenarios de expansión estiman que se requerirán entre USD 11.000 y 18.000 millones en las próximas dos décadas. No se trata solo de aumentar capacidad, sino de remover las trabas que impiden que el capital fluya hacia el desarrollo tecnológico y digital.

Paraguay ya está atrayendo inversiones en centros de datos, minería digital y otras ramas de la economía del conocimiento. Esto genera ingresos inéditos para el sistema eléctrico y abre una oportunidad única: usar esos recursos para desarrollar capacidades nacionales en instalación, operación y mantenimiento de infraestructura digital, refrigeración, logística y otras funciones clave de esta nueva economía.

Además, los inversores que hoy apuestan por Paraguay pueden ser aliados estratégicos para construir capacidades instaladas, encadenamientos productivos y capital humano. Son actores centrales para consolidar un ecosistema digital robusto, con servicios más resilientes, diversificados y orientados a la innovación, y un sistema eléctrico más integrado y sostenible.

A nivel global, las grandes tecnológicas ya no son simples usuarias de electricidad: son protagonistas. Llegan con una demanda masiva, pero también con propuestas de generación propia —solar, eólica, nuclear avanzada— para integrarse a las redes nacionales. Este nuevo paradigma habilita una oportunidad de co-inversión que, si dependiera solo del capital público, tomaría mucho más tiempo del que disponemos.

El futuro no espera. La pregunta ya no es si vamos a entrar en la economía digital. La verdadera pregunta es: ¿en qué lugar de la cadena de valor queremos estar?

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